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Poco antes de ser nombrado titular de la Orquestra Sinfónica do Porto Casa da Música, Baldur Brönnimann lanzó un decálogo de ideas para la renovación de los conciertos (se puede leer aquí) que, además de provocar indiferencia o una apoplejía cerebrobascular en gestores y maestros de estilo conservador (o retrógrado), tuvo la virtud de poner sobre la mesa y de forma moderadamente viral que hay cosas en los conciertos que no pueden perpetuarse como las conocemos desde hace décadas.

Es coherente que un maestro como Brönnimann llegue a dirigir en una organización de mentalidad avanzada, como Casa da Música, cuyo director António Jorge Pacheco protagonizaba recientemente una muy interesante entrevista de Paco Yáñez publicada en Mundo Clásico que puede leerse aquí, y que tuvo una segunda parte tan suculenta o más que la primera (aquí). Las orquestas se infrautilizan respecto a la inversión que suponen si no están soportadas por un modelo de gestión acorde a sus presupuestos, naturalmente, pero además acoplado a sus sociedades (nuevos horarios, nuevos modelos familiares, nuevas tecnologías…), y pueden verse cuestionadas si no están atentas a la música como un fenómeno vivo y en evolución, y siguen ofreciendo programaciones que Brönnimann definía como previsibles -el adjetivo rezuma generosidad a la vista de bastantes ofertas-. En lo esencial, casi nada ha cambiado en los conciertos desde que guardo memoria, salvo sus espacios de celebración, e incluso estos se emplean de forma mecánica y repetitiva, como parte del mecanismo de un reloj carillón. Quizá por esta razón Ivan Fischer fascina cuando, en lugar de ofrecer como bis Nimrod o cualquier otra joyita breve de repertorio, pone a los y las músicos de la Budapest Festival Orchestra en pie para cantar Brahms sobre el escenario. Fischer fascina porque emplea el concierto para crear música de una forma nueva, sorprendente y, sin embargo, alejada del esnobismo o lo estrafalario. Al contrario, desnuda ante el público la raíz de la música: el placer de reunirse a hacerla y escucharla. Y, más allá del deleite ante el virtuosismo orquestal o instrumental, no es frecuente citarse con el placer en una sala de conciertos.

Casa da Música y Budapest Festival Orchestra son dos ejemplos de organizaciones claramente singulares. Cuando Simon Rattle llegó a Berlín desde la City of Birmingham Symphony Orchestra también había logrado singularizarla, convertirla en algo sobresaliente y de lo que se hablaba por todo el mundo. Además, había dado conciertos -cuentan- y producido grabaciones fascinantes -ahí están-, pero lo interesante de él era que además de ser un muy buen director era un enorme dinamizador, y probablemente eso fue más decisivo que la calidad de su batuta para que lograra desplazar a Barenboim en la última elección berlinesa. ¿Qué objetivos puede perseguir en 2015 la Berliner Philarmoniker?

No parece que la poderosa marca alemana necesite de un maestro en concreto para profundizar en su excelencia musical: tiene a muchos cada año como invitados, porque disfruta del lujo y la oportunidad de tener en el podio, programa tras programa, a muchos de los más interesantes maestros en activo, incluyendo mientras es posible a sus titulares anteriores: Abbado la dirigió tras marcharse, Rattle previsiblemente lo hará. No creo que los filarmónicos berlineses se estén preguntando: ¿quién es el mejor para dirigirnos? sino, ¿quién es el mejor para hacernos evolucionar o, mejor, para que nuestra marca líder capitanee la evolución de la clásica? Porque, como pone en evidencia Baldur Brönnimann, pero no se escapa a ningún aficionado de mentalidad abierta, la clásica precisa urgentemente evolucionar y resultar más atractiva, más accesible y más abierta. Haitink, Barenboim, Chailly, Jansons… Se podría tirar una moneda al aire y cualquiera de ellos sería un director titular musicalmente estupendo pero, ¿de acuerdo a qué modelo de orquesta para el siglo XXI? ¿Qué evolución impulsaría Christian Thielemann en el seno de esa poderosa organización? Como sucediera entre Barenboim y Rattle, creo que la elección en Berlín se sigue pareciendo más a un cónclave dividido entre conservadores y renovadores que a un concurso en busca de la mejor batuta musical terrestre. Creo, más específicamente, que Berlín debe estar pensando en alguien de alta garantía musical, con capacidad para impulsar la marca y sus ventas desde el momento de su elección, y que reafirme el carácter multinacional de la formación: cerebro en Berlín, piel multicolor por todo el orbe, corazón en las redes y las ventas. ¿Puede ser que la elección se incline por un berlinés para Berlín? Puede, los cónclaves son virtualidad pura. Pero francamente no lo creo. Y, en principio descartados Nelsons y Dudamel, quienes además viajan a Berlín asiduamente y ya aportan lo que la BP pueda precisar de ellos como invitados, ¿qué nombres quedan? ¿Es que alguien apostaba por Bergoglio en el último cónclave vaticano? Tratar de vislumbrar las razones de la Filarmónica de Berlín es moverse a ciegas por un complejo laberinto cuyas dimensiones y trazados desconocemos, puede que incluso la mezquindad de un puñado de profesores -si los hay mezquinos, que seguro que los hay- o el cálculo financiero pesen mucho en la ecuación. La propia orquesta lo dijo hace unas semanas: cualquier maestro -o maestra- del mundo es elegible. Ese es el poder de Berlín, y eso convierte el 11 de mayo en una de las jornadas más cargadas de atractivo y fetichismo de la música clásica en mucho tiempo, quizás en años.

Si no hay luz, usemos las linternas y los sueños

De todos los nombres que contaban en las quinielas hasta hace apenas unos meses la mayoría se han descolgado, y sólo permanece como papable Thielemann, pero yo creo que está entretenido donde está y creo que es demasiado alemán para Berlín (y además es un carca). Se ha oído hablar también de Jurowski, Petrenko, Paavo Järvi, Yannick Nézet-Séguin  y algunos otros nombres. De estos cuatro posibles maestros, creo que Järvi es demasiado alemán incluso para Thielemann; Jurowski, demasiado poco; Nézet-Séguin, sobrevalorado y con un perfil mediático algo manoseado. Pero Petrenko, en cambio, tiene bazas y yo creo que muchas. Parece que su huida de Berlín en el último programa en el que estaba anunciado (Sexta de Mahler, diciembre pasado) le descarta a ojos de algunos, pero yo no creo que un maestro como Kirill Petrenko tuviera miedo a dirigir a la Berliner y pasara el testigo a Harding por eso. Como de joven -y de mayor- leí las tramas novelescas de Dumas, me divierte pensar que alguien le dijo: “di que estás indispuesto y vete al aeropuerto, ahora, si realmente quieres volver como titular”. Creo, en fin, que Petrenko está bien vivo y que además le favorece el mapa político actual.

Siguiendo con la opción de maestros de habla materna no alemana, hay que mirar al mundo de habla hispana y desde luego al de habla inglesa. Descartado Dudamel, no creo que las posibilidades de Heras Casado sean tan pequeñas. Y, pensando en inglés y descartado Andris Nelsons, expreso mi deseo de una Berliner que rompa para siempre uno de los últimos tabúes y elija como titular a una mujer de extraordinarias facultades: Marin Alsop. Gran batuta, conocida en medio mundo, reconocida en ese medio mundo, con un perfil mediático excelente y con potencia -recientemente evidenciada en Baltimore- para echarse a las espaldas cualquier responsabilidad y hacerlo oportunamente y bien. No hay que decir que Alsop es, además, conocida y apreciada en Berlín. Desde el momento de su nombramiento, pondría a la Berliner a la cabeza renovadora de las orquestas del siglo XXI. Y quizá ya toque encabezar y capitanear la evolución con una mujer como piedra angular. También creo que Alsop y BP serían un binomio de gran potencial mercadotécnico. Y eso también pesa -y cómo- en Berlín.

Volviendo a Centroeuropa, creo que la opción sería Ivan Fischer: por edad, por musicalidad, por su capacidad para elevar desde la virtual nada a la Budapest Festival Orchestra entre las más potentes y mejores orquestas del mundo ahora mismo; por su capacidad motora, en fin, y porque es un señor director que ama a los músicos y les hace cantar juntos. Todo lo contrario de un maestro anodino, y al tiempo completamente coherente con la gran tradición centroeuropea.

La respuesta, mañana. No importa acertar o no en los pronósticos, lo importante es divertirse haciéndolos: es el placer de los sueños. La responsabilidad es de otros y, para bien de todos, cada vez queda más lejos la densa y alargada sombra de Karajan: los profesores y profesoras de la Berliner Philarmoniker son cada vez más libres para comprender su propio papel en el mundo.

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2012-2015– http://wp.me/Pn6PL-3p