Texto escrito para el libreto del CD «Playing Opera» del trompetista Vicent Olmos y la pianista Itziar Barredo, presentado en el Conservatorio de Bilbao el 23 de junio de 2016.
En el curso del tiempo hay sonidos que se van distanciando y se acaban perdiendo para siempre, y otros que en cambio continúan orgullosamente erguidos contra el soplo de los años y que incluso parecen crecer y fortalecerse, como esos árboles nobles y veteranos que atestiguan el paso de incontables estaciones y han resistido y resisten vendavales, fuegos y humanas codicias. Sonidos y árboles están ahí, como signos dotados de sutiles poderes de resistencia y evocaciones mágicas, pese a que a su alrededor todo haya cambiado. Pero, como sucede en cualquier otra forma tradicional de música, son vestigios, monumentos culturales, y no describen a la sociedad actual en la manera en que sí lo hacían cuando se compusieron. Eso los convierte, como sucede en cualquier rama de las artes y la cultura, en parte de la naturaleza profunda de nuestros valores como civilización, en lianas duras y frágiles que, como en el caso de las óperas escogidas para este disco, vinculan y cohesionan entre sí dos siglos y mantienen a la vez y orgullosamente su origen cada vez más remoto y una vigencia que las difunde y hermosea a través de medios teatrales y canales de difusión que sus compositores no podían siquiera atisbar.
Óperas y zarzuelas nos recuerdan que hubo un tiempo en el que los uniformes militares eran parte del paisaje diario de las ciudades, pero la conversión de las poblaciones civiles en objetivos bélicos ha pulverizado su prestigio y visibilidad. Se diría que hay algo de profundamente anacrónico en ver a un militar paseando de uniforme. Hoy, un Mahler niño difícilmente recrearía en sus fanfarrias los recuerdos infantiles de la música de los cuarteles; y quizá Haydn o tantos rusos del XIX hubieran carecido de material para algunas de sus composiciones. Pero, aunque en una escala naturalmente distinta a la de la ópera, la música militar también es un legado cultural que atraviesa los siglos, y ha ejercido una notable influencia en la evolución y configuración de los instrumentos de viento metal.
Jean-Baptiste Arban es un ejemplo de personalidad decimonónica resistente al paso del tiempo. En él confluyen el virtuoso, el compositor y director de orquesta, el pedagogo y el tecnólogo, y la creación de su método para instrumentos de metal con pistones, el vigente Método Arban (“Grande méthode complète pour cornet à pistons et de saxhorn”, 1864) le vincula con la esfera militar, pues cuando lo creó era profesor de saxcorno en la Escuela Militar de París. Además de componer, se dedicó a transcribir fragmentos de óperas para instrumentos de viento metal, enriqueciendo el repertorio de instrumentos y bandas. Entendió que sus arreglos eran una forma natural, simple y asequible de divulgación de la ópera entre la afición que no tenía acceso a los teatros, y también que a través de un único instrumento –y resistente- podía llevar la música de grandes compositores a todos los rincones, augurando así cierto éxito a sus ediciones.
Los arreglos de Arban son un vínculo firme que une y expresa la gran popularidad original de la ópera, la evolución cultural y social que ha experimentado el género, la dignificación y evolución de los instrumentos de metal en la que Arban adquirió protagonismo y un presente en el que la música se interpreta con una calidad y una exigencia crecientes. En esta edición se han seleccionado los instrumentos en función de su proximidad a las tesituras de los distintos fragmentos operísticos, empleándose en total cuatro instrumentos distintos. La corneta se ha empleado para la voz femenina, en cualquiera de sus tesituras, y el fliscorno para las masculinas, además de las trompetas en Sib y Mib. No es sólo un ejercicio de virtuosismo, sino un tratamiento que nos ofrece un lienzo colorido y perfectamente delineado en el que escuchar, y también ver, dos siglos de siempre renovada y pujante tradición.