Trevino 2

Robert Trevino

 

Publicado en Mundoclasico el 26 de abril de 2016

 

Euskalduna Jauregia, Bilbao, 14 de marzo. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Director: Robert Trevino. Gaigne: Hypnos variation. Ravel: Valses nobles et sentimentales. Bruckner: Sinfonía Nª 7, WAB 107. Aforo: 2164. Ocupación: 80%.

Auditorio Kursaal, San Sebastián, 8 de abril. Clara Mouriz, soprano. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Director: Jun Märkl. Canteloube: Cinq chants des Pays Basques. Bruckner: Sinfonía nº4 en mi bemol mayor, WAB 104. Aforo: 1806. Ocupación: 90%.

 

La Sinfónica de Euskadi hacía las Sinfonías números 7 y 4 de Anton Bruckner en dos programas de temporada consecutivos, el primero a cargo del director invitado Robert Trevino y el segundo con su titular, Jun Märkl. La programación de esas sinfonías proporcionaba un visión de alguna amplitud sobre la gran obra de Bruckner para el público de una orquesta que no se ha prodigado en la obra del austríaco. Específicamente, la Sinfonía nº 4 la había hecho la OSE en 1988 con Matthias Kuntzsch y en 2007 con Christian Mandeal, de modo que sale a una interpretación por década, mientras que la Sinfonía nº 7 la había dirigido Juanjo Mena en 1998, antes de ser titular de la Sinfónica de Bilbao. También hay que citar, y además con honores, la ejecución de la Sinfonía nº 4 que hizo Günter Neuhold al frente de la Sinfónica de Bilbao en 2010, como orquesta invitada del programa de abono de la OSE, pero lo cierto es que se podría decir que la OSE no es una orquesta de vocación bruckneriana en el sentido en que la Sinfónica de Bilbao sí, al haber tenido como directores titulares sucesivos a dos grandes especialistas como Mena y Neuhold. De modo que programar la Séptima y la Cuarta suponía tanto una inmersión para la orquesta como el inicio del pago de una deuda hacia Bruckner que no puede acumular una formación con los mimbres y la solidez de la OSE, una formación que debe -sí, debe- abordar sus composiciones para seguir creciendo y fortalecerse, incluso considerando que aunque hace muchos conciertos anuales hace pocos programas distintos.

Otro aliciente de los programas era disfrutar de dos modos distintos de entender Bruckner. Trevino y Märkl expusieron sus obras de modo casi antagónico. Imaginen Bruckner como una gran piedra de sílex: Trevino horadaría puertas y abriría corredores para abarcarla por dentro, mientras que Märkl percutiría para abrir una visión desde su exterior. El producto de escucharlas en apenas unas semanas con la OSE fue por tanto muy interesante, porque si Bruckner es imaginable como roca es en cambio totalmente inaceptable como monolito: su música es abierta y franqueable hasta el extremo. No hay en ella afirmación, sino la máxima irresolución, en intimidad extrema con lo que sabemos de la personalidad del compositor.

¡Qué gran placer disfrutar del trabajo de Robert Trevino! Enérgico y preciso, con una mano izquierda espectacular, comenzó su Séptima «alla Klemperer», con volúmenes y una contundencia no reñida con los matices, sumando delicadeza y solidez. Ni reservas, ni cautelas, sino recordando que una gran fuerza también puede ser sutil, tanto como debe serlo una gran inteligencia. Fantástico Trevino, dibujante (¿muralista?) en el Adagio, movimiento estremecedor que alguien tan joven tiene insolentemente interiorizado, y que transmitió con una intensidad casi opresiva, acentuando con magisterio aquellos pasajes en los que Bruckner condensa su característico aliento liberador (y por tanto hondamente wagnerianos). Quizá la mejor OSE que he escuchado en bastante tiempo, valoración probablemente injusta y desde luego insustancial, pero valga la licencia. Esta clase que pone a una orquesta por encima de su nivel medio la posee Trevino en grado patente y admirable, y la tuvo en un Scherzo que fue una magnífica exhibición de fortaleza y de tiempos y dinámicas, y la mantuvo en el Finale, con los metales entregados y seguros y afortunados, para mayor abundamiento.

Y en el siguiente programa, unas semanas después, la OSE y Jun Märkl ofrecían la Cuarta. No parece que Bruckner se adapte al maestro titular de la OSE como sucede con otro repertorio, y se diría que Märkl estuvo por debajo de su nivel habitual. En el primer movimiento faltaba homogeneidad, y era al mismo tiempo muy asequible. Resultó aburguesado, más adscrito a la tradición vienesa -que sí- que a la genial e irreductible individualidad de Bruckner, de forma que Märkl dirigía una sinfonía de Bruckner, pero no a Bruckner, trasposición que distingue una buena versión de una gran versión y que en modo alguno se produjo, quizá porque los metales no tuvieron su noche -especialmente en las trompas-. Las dinámicas no resultaban, y curiosamente todo estaba menos compensado que unas semanas antes. Es importante, sobre todo para quienes conozcan un poco las singularidades de ambos equipamientos, citar que la Séptima la escuché en el bilbaíno Euskalduna, a veces artero en su acústica, y esta Cuarta en el donostiarra Kursaal, mucho más franco y predecible.

En el Andante la orquesta y su maestro parecieron más cómodos, pero tampoco se lograba la sensación de estar escuchando una versión compactada y global, y el Scherzo, dicho con todo respeto, pasó en blanco, salvo por la desmesura en el sonido, con maderas y metales sobredimensionados y ya lanzados al galope sobre el Finale, cuando alcanzaron dimensión de vendaval: un Bruckner escasamente introspectivo y desconcertante, pues exhibía con una claridad deslumbrante aquello que sólo debe desvelarse, acumulando luz y brillo en una obra que se acerca a la luz sólo para rehuir el encuentro con ella, y que se detiene unos pasos antes de materializar el aliento en soplo. Así que la orquesta abrazaba a Bruckner con efusión, siendo Bruckner mistérico y reactivo a la suave yema de unos dedos. No entendí el Bruckner de Märkl ni por un momento, pero aparentemente gustó y así fue aplaudido, quizá por el extenuante derroche de decibelios. No importa: poder escuchar dos sinfonías tan grandes pide enmudecer toda voz, aunque despierte en la mente un amplio abanico de evocaciones, incertidumbres y susurros. De este modo, después de todo, el resultante de la suma de ambos conciertos resultó ser profundamente brukneriano.