Publicado en Mundoclasico el 7 de febrero de 2024
Bilbao, martes 23 de enero de 2024. Palacio Euskalduna. Wolfgang Amadeus Mozart El rapto en el serrallo. Libreto de Gottlieb Staphanie el Joven, basado en Belmonte und Konstanze oder die Entführung aus dem Serail, de Christoph Friedrich Bretzner. Mariano Baudin, director de escena. Nicola Rubertelli, escenografía. Odette Nicoletti y Marianna Carbone, vestuario. Luigi della Monica, iluminación. Producción de ABAO Bilbao Opera. Juan Antonio Sanabria, Belmonte. Jessica Pratt, Konstanze. Leonor Bonilla, Blonde. Mikeldi Atxalandabaso, Pedrillo. Wojtek Gierlach , Osmin. Wolfgang Vater, Selim Bassa. Coro de Ópera de Bilbao (Boris Dujin, director). Euskadiko Orkestra. Pedro Bartolomé, asistente directora musical. Lucía Marín, dirección musical. Aforo: 2.164. Ocupación: unos tres cuartos. 72ª Temporada de ABAO Bilbao Opera.
Una representación redonda de El rapto en el serrallo requiere de una alineación exquisita –y quizá extraordinaria– entre la producción, la dirección musical y la calidad de los y las intérpretes. Una representación de este muy complicado título que equilibre todos esos aspectos y lo haga por encima del suficiente ya es una representación notable, y creo que ese umbral lo ha alcanzado la apuesta de ABAO Bilbao Opera por un nuevo título de Mozart, tercero en tres temporadas tras La clemenza di Tito en 2021-2022 y Così fan tutte en 2022-2023, y tercero en programarse en el mes de enero. También ha sido la segunda producción propia consecutiva de ABAO para el celebérrimo compositor, ¿seguirá ABAO programando estos eneros mozartianos?
Esta producción de El rapto en el serrallo nos presentó una dirección de escena que, optando por la prudencia, evitó tomar riesgos excesivos, ofreciendo un escenario que, sin llegar a ser espectacular, tampoco desentonaba. Este abordaje mesurado sirvió para realzar la música y la narrativa, asegurando que estos elementos centrales de la ópera captaran plenamente la atención merecida. Bien podemos entender esta vocación como una apuesta quizá insuficiente, pero virtuosa.
Esa intención de cautela y control de la escena fue ampliamente compartida por la directora musical, Lucía Marín. En su presentación en ABAO dirigió con una mano que, aunque ciertamente no se inclinó hacia la vivacidad, sí ofreció una interpretación estimable en una ópera que también es muy difícil para el podio. Exhibió Marín un gesto bello y, incluso sin ser un ejemplo de concertación, su interpretación de Mozart fue eficaz y controlada, enfocada hacia el refinamiento: si blanca era la escena, blanca era también la dirección de Marín. Su trabajo no deslumbró, no tuvo todo el brillo, pero aportó homogeneidad, control y un sonido de gran limpieza, enturbiado si acaso por las travesuras acústicas del auditorio. Extrajo de Euskadiko Orkestra, agrupación en un gran momento de forma, una calidad sonora consistente, en la que la sobriedad no menoscabó la riqueza de la partitura mozartiana. Por su parte el Coro, con sus breves pero importantes participaciones, cantó con una claridad y una precisión que sumaron cohesión al conjunto de la representación. Su trabajo se integró sin fisuras en la textura general de la obra. Impecable.
Aunque sin cantar, el pachá Selim tiene gran importancia en El rapto. Wolfgang Vater propuso un perfil muy sereno y juicioso, muy maduro y de fuertes convicciones. Ni un solo pero a su trabajo, que hizo olvidar un… ¿turbante?, que iba más allá de la extravagancia creativa. Sí tiene que cantar, y mucho, el bajo que encarne a Osmin, y en este caso fue Wojtek Gierlach. Este rol de Osmin es un gran desafío, con notas graves muy extremas y complicadas de proyectar. Gierlach lo enfrentó con mucha valentía y algunas limitaciones; pero, aunque resultara casi inaudible en su registro mas grave, cantó cada una de las exigentes notas, respetando la integridad de la obra de Mozart, enfrentando agilidades y mostrando una honestidad y un compromiso que merecen todo el reconocimiento. Supo también responder a la dualidad del personaje: bufón, pero también temible; iracundo, y también simple; cuando se reflexiona la enorme complejidad de este temible papel mozartiano, dan ganas de rebobinar en el tiempo para volver a aplaudirle.
Leonor Bonilla, en el papel de Blonde, fue la revelación de la noche. Cantó con una voz que despertó las ovaciones por su claridad cristalina y su agilidad, encarnando una Blonde en la que se fusionaban con maestría el canto y la actuación. Su interpretación fue quizá la más típicamente mozartiana de todas, desplegando una vivacidad y un encanto que conquistaron al público y mostrando plena solvencia para desplegar la complejidad y exuberancia de la coloratura en una Durch Zärtlichkeit und Schmeicheln sencillamente exquisita.
Pedrillo, su pareja, lo interpretó y cantó un Mikeldi Atxalandabaso que hizo una exhibición de calidad actoral, inyectando alivio cómico a la trama y una gran humanidad a su personaje, un superviviente nato que vive al día. Atxalandabado también mostró su habilidad y potencia vocal, redondeando un Pedrillo que le afianza como profeta en su tierra y como uno de los gloriosos habituales de ABAO. Cada uno con sus propias fortalezas, Bonilla y él fueron una gran pareja.
La otra la protagonizaron Belmonte y Constanza. En la representación objeto de esta crítica, Juan Antonio Sanabria, que sustituía a Moisés Marín, enfrentó este papel extremadamente exigente con aplomo e inteligencia. Sanabria es un tenor solvente y con arrojo. Belmonte está lleno de dificultades, el triunfo es más caro que con el Nemorino del Elixir con el que brilló hace unas semanas en Bilbao, pero Sanabria desplegó todos sus recursos como actor y como cantante: ágil en las florituras, fluido y dulce en los pasajes melódicos, creíble como portador de la ansiedad y determinación de un joven en busca de su amada. Fue, como el conjunto del elenco, muy aplaudido. Sumo mi aplauso.
Jessica Pratt confirmó plenamente su estatus de soprano de renombre, con una actuación a la altura de las expectativas. Cantó con una gran facilidad y limpieza en el sobreagudo, y con una riqueza en los graves que subrayaron la complejidad emocional de su personaje, también de una gran exigencia. Tiene una voz mucho más propia de la gran ópera romántica que de Constanza, pero nos dio el placer que sólo dan las grandes: se disculpa no escuchar a una Constanza canónica si se escucha a cambio a una Jessica Pratt imponente. Eso les pasa a las grandes cantantes, que no pueden borrarse, sino que enseñan e imponen su propia naturaleza: como si se nutrieran de la rendición de los teatros a sus dones.