Publicado en suplemento cultural «Territorios», de El Correo, el 28 de junio de 2020
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En España existen 28 orquestas profesionales. Pese a esta relativa diversidad, se hace difícil discernir si las orquestas trabajan de forma autónoma y competitiva, si consensúan iniciativas o si simplemente se observan unas a otras para adoptar ideas que puedan atraer al público. El repertorio a disposición de las orquestas sinfónicas es enorme: abarca siglos, escuelas, estilos o individualidades deslumbrantes e inclasificables. Un catálogo potencialmente inagotable, pero escasamente explorado en la práctica. Muchas orquestas se parecen bastante a otras orquestas.
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Las obras y los compositores del programa dibujarán a lo largo del tiempo el carácter de la orquesta, creando una marca cultural más o menos potente. El trabajo de los directores, el presupuesto y los modelos de gerencia harán el resto, posicionando la marca. Estos procesos evolucionan en el tiempo: las grandes orquestas son aquellas que a lo largo de los años han combinado bien todos esos elementos. Al otro lado están las orquestas carentes de atributos reseñables. ¿Cómo programan sus temporadas? En algunas organizaciones el procedimiento es complejo y compartido, en otras es simple e individualizado. El elemento común es que los directores musicales titulares tienen casi siempre alguna responsabilidad mayor o menor en la elección de los programas.
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Mikel Chamizo, compositor vasco residente en Londres, dice respecto a las grandes orquestas londinenses: “Los directores musicales de estas orquestas tienen margen para proponer y desarrollar sus ideas, un ejemplo es Vladimir Jurowski con la London Philharmonic, pero no tienen poder absoluto sobre la programación. Sus propuestas deben ser aprobadas desde diversos departamentos, y también dirigen por compromisos que la orquesta adopta en la amplitud de su actividad”. Esas orquestas se asemejan a empresas y buscan recursos, lejos del modelo de financiación pública. Su complejidad implica mayor elasticidad artística. Chamizo nos recuerda que, si una orquesta como las vascas tiene diez o quince personas en administración, London Symphony tiene noventa. Simon Rattle es sólo director musical de esta formación, mientras que los directores de London Philharmonic y Philarmonia son también consejeros artísticos. Además existe un responsable ejecutivo que vigila el cumplimiento de los objetivos de una junta directiva que llega a alcanzar los cincuenta miembros, formada por administración, mecenas, asesores externos y los propios músicos, que de esta manera influyen en la marcha de la entidad y en su programación -incluyendo por supuesto la elección de los propios directores musicales-. Una realidad organizativa compleja, optimizada para sostener una marca cultural que debe competir en el mercado cultural.
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Las cosas son más simples en otras latitudes. Inés Mogollón, musicóloga, cuenta de la Orquesta Nacional de España que en la actualidad la programación es responsabilidad de David Afkham, su director titular, con apoyo del principal ejecutivo de la entidad, pero que hasta hace un par de temporadas el responsable era el anterior director técnico. Los actuales resultados son buenos. Cuando preguntamos a la musicóloga por un modelo ideal de responsabilidad para la toma de decisiones artísticas, sostiene que “la opción óptima sería una comisión -al menos consultiva- que involucrara a todos los implicados en el funcionamiento de una orquesta: maestro titular, dirección técnica, gabinete de comunicación, profesores de la orquesta, archiveros… un modelo próximo, al menos en algunos aspectos, podría ser el que aplica la Filarmónica de Berlín”.
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El crítico Pablo Sánchez Quinteiro resume el modelo de la Orquesta Sinfónica de Galicia, OSG. En esta orquesta con sede en A Coruña, la responsabilidad es conjunta entre el director musical, Dima Slobodeniuk, y el gerente Andrés Lacasa. El sistema funciona de manera estable desde 2012, antes la responsabilidad era exclusivamente del maestro Víctor Pablo Pérez. Sánchez Quinteiro afirma que el entendimiento entre maestro y gerente es, actualmente, máximo. “También funciona la relación entre ambos y la comisión artística, integrada por músicos de la orquesta. El sistema es acertado, pues permite conjugar intereses comunes desde condicionantes distintos, produciendo un momento artísticamente bueno, con una orquesta cohesionada, imbuida del espíritu joven y del orgullo del maestro Slobodeniuk”. Para el crítico, la clave de la OSG está en el cumplimiento de sus compromisos por parte de la Xunta de Galicia, algo que permitiría afianzar proyectos clave, como el Coro de la OSG o la Joven Orquesta de la Sinfónica de Galicia. Cabe añadir que la OSG sabe proyectar en su entorno social y hacia muchos lugares la imagen de una entidad moderna, comprometida y dinámica.
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Tan alejadas de los modelos londinenses o berlinés como la OCNE y la OSG, las orquestas vascas tienen notables diferencias entre ellas, pero no difieren mucho de modelos cercanos como los citados. En la Euskadiko Orkestra las responsabilidades artísticas las asumen de forma exclusiva y palmaria su director general, Oriol Roch, y su director musical, Robert Treviño. Este poder pleno sobre la programación les ha permitido seguir una línea de trabajo potente y modernizadora, con algunas iniciativas audaces y llamativas, como iniciar la actual temporada truncada por la crisis sanitaria con un programa secreto (el público no sabía qué iba a escuchar). Por su parte la Sinfónica de Bilbao ofrece un estilo muy conservador, con protagonismo del director técnico Borja Pujol y colaboración del maestro Erik Nielsen. Este modelo es relativamente nuevo formalmente, pero ya se impuso en la etapa de Günter Neuhold, pese a que el austríaco ostentaba la responsabilidad artística nominal. En última instancia, lo que prima es el carácter de cada responsable y su visión de la música: Pujol entrega el protagonismo de la temporada 2020-21 a Beethoven y Brahms, compositores grandes pero sin el mínimo margen de riesgo y apuesta, mientras que Oriol Roch y Treviño buscan en otras direcciones más abiertas, pero volviendo de nuevo a algunos de sus compositores totémicos, Mahler y Bruckner, también en proceso de volverse recurrentes -y por tanto cada vez menos osados– en los programas de la Euskadiko Orkestra.