Italia nos ha dado grandes poemas espirituales, como la historia de Francisco de Asís, y grandes poetas espirituales, como Pasolini. Ambos se encontraron en uno de los filmes que más aprecio y mejor conozco, Pajaritos y pajarracos (Uccellacci e uccellini, Italia, 1966). En el filme dialogaban Totò / Fray Cilicio y Ninetto / Fray Ninetto con los pajarillos que les acompañaban en su caminata.
Esta mañana, bajando al garaje, he encontrado perdido un polluelo de alguna especie de ave de cierto porte, pues ni volaba y ya era bastante más grande que un gorrión. El polluelo estaba quieto, posado en las escaleras. Con papel de cocina y con el máximo cuidado lo he recogido y lo he sacado al exterior, dejándole en el suelo junto al tronco de un árbol frondoso y fresco, en este orden. Después, durante unas horas, lo he olvidado.
A la tarde descansaba junto a ese árbol y he visto cómo un pájaro grande se posaba a unos metros, y allí estaba el polluelo abriendo la boca en expresivos espasmos, y el pájaro grande le ha dado de su pico un gusano, u otro tipo de insecto alargado, y el polluelo se ha animado y ha comenzado a saltar y mover las alas. Después ha venido hacia donde yo estaba sentado, para darse la vuelta como a un metro y huir de nuevo en dirección al tronco.
Minutos después el pájaro grande ha regresado con más comida, y ya comido el polluelo ha vuelto a intentar volar, sin resultado. Pero era la imagen misma de la obstinación, y asombraba ver cómo fiaba su vida a la capacidad de volar, cómo insistía vez tras vez. Diría que estaba bastante cerca de lograrlo y que por esa misma razón había caído del nido.
En ese rato he prestado atención a los sonidos que emitía el polluelo, y a otros que parecían contestarle desde una relativa proximidad. Si se prestaba atención se escuchaba ese diálogo vital, olvidando los ruidos prescindibles que lo envolvían. Basta pensar unos instantes en pájaros para aborrecer los ruidos que habitualmente nos rodean, cuando todo es un rumor intenso.
Cuando Ninetto y Totò tratan de entender el canto de los gorriones en la película de Pasolini no están quietos, sino callados: es la necesidad del silencio la que impone la quietud. En su diálogo con los pajarillos todo es simple y de esa simpleza extraía Pasolini su propia talla moral. También en la epopeya del polluelo todo se reduce a un dilema mucho más simple y crucial que los que habitualmente acosan a las personas que tienen resuelto el alimento y el descanso: o volar o tal vez un gato impío. Simple. La vida misma, que muchas personas vivimos como simple metáfora, casi sin atrevernos: lejos de toda intensidad, lejos del crucial silencio.