Es cansino ver cómo las fotografías de prensa se aproximan al mundo de la caricatura hasta perder por completo su naturaleza informativa. El caso de Angela Merkel en estos meses es paradigmático. Se la muestra en gestos y actitudes –accidentales- que tiñen la información de pegajosos barnices machistas y germanófobos. ¿Por qué debemos odiar a Merkel? ¿Debe parecernos fea, gorda, aria, vieja, tonta? ¿Hay que ridiculizarla? ¿Es la mala de una trama ario-masónica internacional? ¿Nos desahucia ella, y no una ley atroz y centenaria que no se ha cambiado -ni cuestionado, apenas- en tres décadas de monarquía parlamentaria y alternancia en los gobiernos? ¿Es sensato retratarla con una óptica tan primitiva y malintencionada? ¿Es propio de un medio que, como El País, se reclama europeísta en sus editoriales?
Es posible ser crítico con Alemania y con Merkel desde la razón, no desde una manipulación torticera y corrosiva, que alienta a quienes pretenden (en conversaciones de café de tono ligero) que Merkel maneja un “plan” para conseguir el dominio sobre Europa por vías pacíficas y que los alemanes no cambiarán nunca… Bien, no cambiarán, pero, ¿respecto a qué alemanes? ¿Los que desfilaban en Nuremberg o los que fertilizaron Berlín y preñaron Europa en los años de Weimar? ¿Los que diseñaron la infamia de “Der Ewige Jude” o los que fueron fusilados por oponerse a Hitler? ¿Hemos olvidado la aportación alemana y europea cuando llegaba dinero a raudales para modernizar las infraestructuras o mantener la agricultura?
Hablemos de Merkel, escribamos sobre ella, hagamos una crítica feroz de sus políticas o incluso sintamos manía, vale. Pero, por favor: dejemos en paz su físico, su escasa gracia, su manera de vestir o sus bostezos en público. No sólo no son importantes, sino que convertidos en imagen portadora de una noticia como esta (la manipulación de un informe gubernamental), seria y digna de análisis, la banalizan y esterilizan, lesionando la virtualidad de una información periodística cabal y responsable.
La imagen del pastor alemán pertenece a otra categoría, la infamia. No es necesario extenderse. Me limitaré a poner por escrito mi luto por una cabecera, El País, que se aleja a pasos agigantados de la senda de la información seria y socialmente responsable. Los de este El País que se desvanece fueron otros tiempos, que el tiempo hará todavía mejores. Me temo.