Héctor Berlioz. Foto: Pierre Petit

Héctor Berlioz. Foto: Pierre Petit

 

Publicado en http://www.mundoclasico.com el 17 de junio de 2015

 

Bilbao, 09/06/2015. Euskalduna Jauregia. Olena Tokar, soprano. Orfeón Donostiarra, José Antonio Sainz Alfaro, director de coro. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Director: Jun Märkl. Aita Madina: Aita Gurea. Francis Poulenc: Gloria. Héctor Berlioz: Sinfonía Fastástica, opus 14. Aforo: 2164. Ocupación: 80%.

 

La composición para soprano, coro mixto y orquesta Aita Gurea, del sacerdote Francisco de Madina, aita Madina, es tan breve como hermosa; menos de cinco minutos para una obra de una sencillez y majestuosidad desbordantes, dominada de principio a fin por el Orfeón Donostiarra y la orquesta, y muy bien transmitida en su parte por la joven soprano ucraniana Olena Tokar. Aita Gurea tiene la virtud de envolver al auditorio en una atmósfera de recogimiento espiritual e introspección, con independencia de creer o no creer en términos religiosos, y quizá por eso resulta tan bella y subyugante en la liturgia profana que es un concierto, con su inherente carga de solemnidad. Así fue el inicio del último concierto de la temporada de la Sinfónica de Euskadi: franco y pleno de solemnidad. La obra de Madina es redonda y así sonó: redonda.

Olena Tokar es una soprano con voz acristalada, muy bella y limpia y de exquisita afinación, y tuvo ocasión de demostrarlo ampliamente en Gloria de Poulenc, una obra que se ha convertido justificadamente en un clásico indiscutible de la segunda mitad del XX y en la que al sustrato espiritual que tiene en común con Aita Gurea se suman la alegría y el sentido del juego del compositor parisino. Jun Märkl y la Sinfónica de Euskadi se decantaron por un Gloria con ciertos acentos solemnes, texturas y volúmenes cuidadosamente elaborados y una exquisita exposición. El Orfeón Donostiarra conoce profundamente la obra y la canta a placer, y estuvo francamente inspirado en el auditorio bilbaíno, en un estado de forma mejor que el que le recuerdo en últimas citas. Orquesta y coro ofrecieron un Gloria en el que la música fue un verdadero gozo, y en el que se hizo palpable la solvencia y calidad de Märkl, un maestro que gusta más a medida que se le ve y escucha dirigir, y cuyo trabajo ya se percibe en una OSE que ha evolucionado notablemente y para bien en el plazo delimitado por su primera temporada como titular. En fechas en que en algunos lugares se debate sobre la urgencia o no de contar con un titular, mi opinión –por si a alguien le interesa– es que sólo las orquestas muy consolidadas y de gran calidad pueden prescindir mucho tiempo de ese puesto, pues es indispensable precisamente para consolidar orquestas y aumentar su calidad.

Con la OSE y el Orfeón Donostiarra contagiando placer al auditorio y completamente enseñoreados, cabe volver a Olena Tokar. Su interpretación fue impecable, porque imprimió a su instrumento una acertada dosis de delicadeza y levedad y supo cantar con mucha intención, perfectamente sumergida en la atmósfera sonora creada por Märkl para Poulenc. Excelente la participación de la soprano, aunque su voz deba evolucionar para ganar en consistencia y fortaleza. Así, todas las piezas encajaron, y el resultado fue muy bueno, sin paliativos. Como todo discurría en tan excelentes términos y el Qui sedes ad dexteram Patris que cierra el Gloria es de por sí tan soberbio, la primera parte del programa no pudo concluir mejor. Por delante, la Sinfonía Fantástica.

Märkl subió al podio a dirigir Berlioz de memoria. Es un perfecto dominador del repertorio francés, no hay duda, y lo volvió a demostrar. Hay también en la Sinfónica de Euskadi una cierta genética francesa por la procedencia de muchos de sus profesores, y desde esa perspectiva, por otro lado sólo relativamente consistente, Berlioz resulta familiar a la formación vasca. A propósito, en una entrevista que se publicó al poco de su nombramiento como titular, Märkl hablaba de la fuerte influencia francesa en el sonido de la orquesta. También en la misma entrevista se refería a la importancia de transmitir la emoción por encima de la técnica y citaba la Fantástica como una de las referencias del gran repertorio que aguardaban en la ya concluida temporada. No defraudó: Berlioz sonó como un encantamiento, porque el relato sinfónico conducía al disfrute sensible (e irracional) a través de un trabajo técnico impecable, y los profesores y profesoras disfrutaban en el mismo plano que el público, embriagados por la música. El producto de ese goce fue, tras un convincente primer movimiento, un Un bal raudo y espléndido, con las cuerdas desenvolviéndose en una suerte de coreografía verdaderamente contagiosa y con las maderas apasionadamente cálidas y acertadas. Muchas sonrisas sobre el escenario, y cuando eso sucede, al igual que cuando concurre otro tipo de emoción veraz, el público pasa a ser un instrumento más en la transmisión de la experiencia musical. Si ese conexión entre orquesta y público era el objetivo de Märkl hace un año, el resultado obtenido es sobresaliente.

En Scène aux champs volvió a demostrarse una fuerte homogeneidad sonora y un estado de gracia innegable en las maderas, en mi opinión por encima del viento metal (que estuvo muy bien) a lo largo de toda la obra. Ya en el cuarto movimiento, la celebérrima Marche au supplice, todo iba tan bien rodado que poco puede añadirse en este comentario. Familia a familia, instrumento a instrumento, la Sinfónica de Euskadi llegó al quinto movimiento, el exigente y brillante Songe d’une nuit de sabbat, consciente de estar rematando un programa impecable. Potencia, minuciosidad, preciosismo, matices, nada faltaba y nada escapaba a Märkl, y Berlioz se hacía presente como un compositor esencial y brillante, capaz de convertir a cada instrumentista en un solista. Un cierre de temporada memorable, y en consecuencia un cofre cargado de buenos presagios para próximas citas.