Ilia Repin. "Sirgadores del Volga". 1870-1873. Óleo sobre lienzo. 131,5 x 281 cm. Museo Estatal de Arte Ruso, San Petersburgo

Ilia Repin. «Sirgadores del Volga». 1870-1873. Óleo sobre lienzo. 131,5 x 281 cm. Museo Estatal de Arte Ruso, San Petersburgo

 

Hace unos meses, la Asociación Musical Alfredo Kraus, AMAK, me invitó a escribir un texto para el programa de mano del XIV concierto en homenaje al célebre tenor palmense, que se celebrará en Bilbao el 30 de diciembre y que se dedica íntegramente a música rusa sinfónico coral. La información sobre el concierto se puede encontrar aquí. Rusia es un país que, por múltiples razones que conocen mis amistades y los lectores y las lectoras de «Abre y mira», siempre me ha atraído y fascinado, y hacia cuya historia me he girado en no pocas ocasiones. También hacia su música y su literatura. El texto que he escrito para AMAK, que se titula «Dos cantatas, todas las Rusias» se podrá leer impreso en el programa de mano e imagino que en varios soportes digitales, entre ellos este, cuando la Asociación lo determine. No todavía. Pero quiero explicar algunas cosas que exceden el marco de un programa de mano musical y, desde luego, la extensión forzosamente limitada de un cuadernillo impreso. Así que me he planteado escribir aquí algunas cosas más sobre una de las obras programadas.

De la Cantata «Alexander Nevsky» y de la película homónima se han escrito muchísimas reflexiones, porque son respectivamente una obra maestra del repertorio sinfónico coral del S. XX y una película famosa y reconocida entre las cumbres de la historia del cine. Su contexto, aunque conocido, no es sin embargo tan popular, entre otras razones porque más allá de la coyuntura política que vivían Rusia y Europa en su año de producción, 1938, tanto la música de Prokofiev como la película de Eisenstein son simultáneamente herederas de una larga tradición cultural y de un pueblo secularmente siervo y asfixiado bajo las botas del poder. «Sirgadores del Volga», el célebre óleo de Repin que abre este comentario, es una metáfora de la dureza tradicional de la vida en una Rusia radicalmente alejada del desarrollo de la capital moscovita o de la fastuosa corte de la ciudad imperial del río Neva, pero el propio Ilia Repin es también una metáfora: en su obra se encuentran tanto obras como la mostrada, que le auparon como referencia pictórica para el realismo socialista, como también retratos de la cúpula de poder de la Rusia de los zares y, para los melómanos, retratos de Glinka, Antón Rubinstein, Músorgski, Glazunov, Cui, Rimski-Korsakov o Vladimir Stasov, uno de los grandes artífices de la eclosión del llamado «grupo de los cinco» y entusiasta de Chaikovski, entre otras destacadas muestras de gran inteligencia.

Centrándonos en Nevsky la exposición «¡Rusia!», que así, con muy acertados signos de exclamación, visitó el Museo Guggenheim Bilbao en 2006, ofrecía algunas interesantes pistas sobre el trabajo de Eisenstein en «Alexander Nevsky» aunque también, desde luego, en «Iván el terrible», también con banda sonora de Prokofiev. Más abajo vemos una reproducción de «Guerrero en la encrucijada» y un fotograma del inicio del filme, que se corresponde musicalmente con el primer movimiento de la Cantata, «Rusia bajo el yugo mongol». Más allá de la similitud plástica, no tan extraordinaria si se piensa en que unos huesos se parecen a otros como granos de arroz, el interés del paralelismo es pensar en Rusia como un país tradicionalmente acosado por enemigos asiáticos, hordas salvajes, pueblos guerreros transcaucásicos o educados tanquistas alemanes, tanto da. Rusia muestra de sí misma una conciencia clara de saberse un país erigido sobre montoneras de huesos de sus pobladores. No convendría olvidarlo ni ahora, cuando Vladimir Putin parece reivindicar la memoria de esos siglos de huesos (parece: lo probable es que le importen un comino y se mueva por intereses nada románticos ni conmemorativos), ni nunca.

El texto sigue bajo las imágenes:

Víctor Vasnetsov: "Guerrero en la encrucijada", 1878. Óleo sobre lienzo, 147 x 79 cm. Museo de Historia y Arte, Serpujov.

Víctor Vasnetsov: «Guerrero en la encrucijada», 1878. Óleo sobre lienzo, 147 x 79 cm. Museo de Historia y Arte, Serpujov.

Fotograma del filme "Alexander Nevsky", de Sergei Eisenstein. Fotografía: Eduard Tisse

Fotograma del filme «Alexander Nevsky», de Sergei Eisenstein. Fotografía: Eduard Tisse

 

Otro elemento incrustado en el credo nacionalista ruso: la infinitud de sus tierras, la inmensidad, el sol hundiéndose. Y los cuervos, siempre hambrientos, como elemento icónico: presentes en el cuadro de Vasnetsov pero también en el inicio del filme y, desde luego, en la secuencia de la terrible batalla sobre el hielo en el lago Peipus.

Una tierra acostumbrada a ver los campos teñidos de rojo y los cuerpos de los soldados convirtiéndose en abono por millares o millones es también una tierra acostumbrada a llorar a sus parientes. La exposición «¡Rusia!» del Guggenheim Bilbao exhibió un enorme lienzo de Vasili Vereschaguin, «Derrotados: funeral» (puede verse aquí) en el que los cuerpos de los soldados muertos se funden intencionadamente con la hierba de la estepa. Estamos ante la construcción simbólica de la «Madre Rusia», según la cual aquel que nace del vientre de una madre regresa a su seno, la madre tierra, en defensa de la madre. A esa visión secular obedece que sea una mujer la que en el filme recorre los campos de la batalla en busca de su amado muerto, correspondiente a la magnífica canción para mezzo y orquesta «El campo de la muerte». Si pensamos en la propaganda soviética que enardecía a los soldados que combatían en la Stalingrado del otoño de 1942, la prédica era básicamente la misma: defender la tierra rusa (y de paso a Stalin) era defender a la propia madre. Y aquella propaganda, cómo no, funcionaba.

Fotograma del filme "Alexander Nevsky", de Sergei Eisenstein. Fotografía: Eduard Tisse

Fotograma del filme «Alexander Nevsky», de Sergei Eisenstein.
Fotografía: Eduard Tisse

 

Toda esta memoria ancestral de rusos y rusas convergía en el personaje histórico y mítico Alexander Nevsky, y un hombre de la astucia de Stalin lo sabía perfectamente cuando ordenó que se filmara la película. En todo momento quiso controlarla. Oficialmente ejerció como codirector junto a Eisenstein Dmitri Vasilyev, con el cometido de ejercer de comisario político. Corría 1938. Para quienes deseen entender mejor el contexto preciso en el que se filmó «Alexander Nevsky» tal vez sea de interés contemplar la reproducción del óleo sobre lienzo que cierra este texto, y que fue pintado precisamente en el mismo año en que se producía la película. Presenta paseando vigilantes por los muros del Kremlin a Stalin y Kliment Voroshílov, mariscal de la URSS, un militar lamentable pero, eso sí, estrecho camarada de Stalin en purgas y conspiraciones. Bajo el cuadro de Stalin con Voroshílov un fotograma más, el último, de «Alexander Nevsky», en el que el príncipe ruso otea el horizonte junto a su lugarteniente, presto a defender su tierra y a sus pueblos. Más allá de las evidentes connotaciones freudianas, si la tierra es la madre, hay probablemente algo atávico en el gusto de Stalin en ser aclamado como el «papaíto» (ver enlace) de sus conciudadanos.

Alexander Guerasímov: "Stalin y Voroshilov en el Kremlin", 1938. Óleo sobre lienzo, 300 x 390 cm. Galería Estatal Tretiakov, Moscú.

Alexander Guerasímov: «Stalin y Voroshilov en el Kremlin», 1938. Óleo sobre lienzo, 300 x 390 cm. Galería Estatal Tretiakov, Moscú.

 

Una mujer busca a su amado entre los muertos, tras la batalla. Fotograma del filme "Alexander Nevsky", de Sergei Eisenstein. Fotografía: Eduard Tisse

Fotograma del filme «Alexander Nevsky», de Sergei Eisenstein.
Fotografía: Eduard Tisse

 

En este mismo blog: “Peregrinus expectavi”: Eisenstein, Prokofiev, Nevsky»

 

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2014– http://wp.me/Pn6PL-3p