El maestro austríaco Günter Neuhold Foto: http://www.dirigent.at

El maestro austríaco Günter Neuhold
Foto: http://www.dirigent.at

 

Artículo originalmente publicado en la revista / boletin de AMAK, Asociación Musical Alfredo Kraus

 

Günter Neuhold llegó a Bilbao de la mano de la ABAO. Brilló en el foso con “Der Rosenkavalier” de Strauss y posteriormente con su participación en dos de los títulos de la Tetralogía wagneriana. Recuerdo vivamente su “Götterdämmerung”, porque pude asistir a todas las funciones.  Varias cosas llamaban la atención del maestro: su vasto conocimiento de la compleja construcción musical wagneriana, su gran capacidad como concertador y el modo en que se parecía vez tras vez a si mismo, con precisión milimétrica, algo que no es sencillo en una ópera de tal complejidad. Neuhold sorprendió y convenció.

Años después, diría que catorce años después de aquel “Der Rosenkavalier”, se ha despedido de Bilbao tras seis temporadas como director artístico y musical de la BOS, en una temporada en la que casualmente han estado presentes Strauss y Wagner, el uno con su precioso “Don Juan” y el otro con un exquisito programa que contó con la presencia de un Stuart Skelton sencillamente sobresaliente y que abrió la Temporada de abono de la BOS. Creo que para evaluar al Maestro Neuhold debemos repasar detenidamente la que ha sido su última temporada, porque es la que todos los aficionados podemos tener más fresca en nuestras memorias.

Un primer programa Wagner realmente excelente, que en buena medida ha marcado el tono general de la temporada. No es lo mismo comenzar marcando que encajando una derrota; Walton, Brahms, Chaikovski, Prokofiev y Beethoven (Coral) a un buen nivel –que no es poco-; una Cuarta de Bruckner que se puede situar sin la menor duda en la cumbre de las prestaciones de la BOS en muchas temporadas, tanto en el doble programa bilbaíno como en la memorable visita a Madrid, emitida por RTVE, y saludada con excelentes críticas. Un exquisito “Don Juan”, y una “La canción de la tierra” de nuevo en un plano extraordinario. Finalmente, el programa “Duende andaluz”, reciente clausura de la temporada y botón de muestra de un aspecto poco afortunado en la andadura del maestro austríaco: su escaso tino eligiendo los programas ligeros. El exigente maestro austríaco se mueve mejor en la densidad y la exigencia que en el guiño y la licencia. Y es así con todo.

Neuhold no podría ser Kapelmeister del reino fantástico en el que sucede el cuento del traje nuevo del emperador: no le ha temblado el pulso para decir “está usted desnudo” a más de un músico infatuado; ha exigido estudio y trabajo a los profesores, parte de los cuales no han cumplido con ese requerimiento; no se ha excedido en absoluto en sonrisas mediáticas ni se ha prodigado en los salones; y los lectores de este texto reconocerán que, por mucho que Bilbao sea una potencia regional de fuerte consistencia musical, es también una ciudad de provincias acostumbrada a calificar como sobresaliente lo notable, y en casos extremos como aceptable lo insuficiente. Es normal que así sea: somos pocos y la amabilidad es un andamiaje indispensable en  el sostenimento de nuestra vida musical y en su evolución y progreso (el problema es, ¿hacia dónde?). Neuhold ni ha querido entender esto ni probablemente ha llegado a entender la necesidad. Por su mentalidad austríaca, y por su vida doméstica y formación cultural en un espacio de máxima y cruda exigencia musical, como es Viena, no ha sabido contemporizar con la reducida sociedad musical bilbaína, ni de hecho le ha interesado lo mas mínimo hacerlo. A él le interesaban las partituras, no los cócteles. En un siglo mediático e icónico, a Neuhold no le gusta ni siquiera verse retratado. Él se siente una pieza necesaria entre la partitura y los profesores, y piensa en el público, no en mostrarse ante él. Carece por completo de gracia saludando desde el escenario, por concretar algo que todo lector ha podido comprobar. Sin embargo, este hombre adusto, enemigo de las contemplaciones, poco político, frío y casi despreciativo en el campo de las relaciones públicas,  ha hecho un Bruckner maravilloso y ha logrado que Strauss, Wagner, o Mahler, se escuchen en Bilbao como quizá no se habían escuchado antes y, esto es lo esencial, ni siquiera si de hecho habían podido escucharse mejor, en el sentido de haber gozado de acogidas más cálidas. Y esta es una de las claves del maestro Neuhold.

Le escuché una Quinta de Mahler en Santander con la BOS de una sobriedad deslumbrante. Hizo el Adagietto en unos ocho minutos, a la manera de la extraordinaria versión de Rudolph Schwarz con la London Symphony; Bernstein pasaba de once minutos en sus versiones del mismo movimiento, y era idolatrado por quienes se referían y refieren a él como Lenny (sin conocer mucho ni de él ni de su faceta como compositor, desde luego, pero Lenny queda tan chic…), y funcionaba como la réplica mediática perfecta al divismo de Karajan: simpático y gran maestro pero, ¿de verdad puede hacerse el Adagietto en mas de once minutos? Si se concede al maestro la facultad de re-crear sí, sin duda; pero si el maestro reniega esa posibilidad, y se atiene a lo escrito por el compositor, ¿qué sucede? Que probablemente su Adagietto guste menos. Recordemos aquí que Bruno Walter, discípulo directo de Mahler, normalmente rondaba los ocho minutos en ese fragmento. Pues bien, en este sentido Neuhold ha sido perfectamente fiel a si mismo: y esa fidelidad es, por escasa, formidable. Y de hecho explica la razón de fondo por la cual, como recientemente escribía el estrecho colaborador de AMAK Asier Vallejo, Neuhold ha sido “una persona de paso que parece no haber buscado la luz de los grandes focos sino los frutos de un trabajo serio, constante y frecuentemente invisible”. Esta estupenda definición compendia a la perfección todo lo escrito por mi anteriormente: Neuhold no fía ni una minúscula parte de su fuerza a su apariencia o a su sonrisa. Y esto es de agradecer en un mundo en el que tantos y tantos directores capitalizan la dirección orquestal para construirse como marcas. Bueno, resumamos: Neuhold jamás daría nombre a un perfume, y hay maestros que sueñan con tener uno, ¿a que sí?

La BOS ha quedado dividida a su paso, pero esa es parte indisociable del ciclo de cualquier maestro en su titularidad en cualquier orquesta. Sucedió con Mena, su predecesor. Yo soy de los que opinan que, en el complejo intercambio de enriquecimientos y heridas que implica manejar una batuta ante una reunión de cien protagonistas peculiares –aunque estadísticamente necesariamente los habrá también planos y por completo carentes de interés- Mena creció y se engrandeció con la BOS, y ahí está su gran carrera, mientras que la BOS se ha engrandecido y ensanchado con Neuhold, y ahí está su Bruckner. Una gran BOS es, hoy, el producto de tan honda diferencia entre ambos maestros.

Ahora llega para la orquesta un periodo de transición, en el cual con seguridad se trabajan variables para elegir un nuevo maestro. Después, los resultados serán los que hayan de ser: la música es también una cuestión de química, y Neuhold lo ha demostrado sin lugar a dudas. Pero también ha demostrado que hay algo más importante que la química: la propia música.