He trabajado más de un año en esta exposición. No todo el tiempo, naturalmente, pero sí mucho y de forma cada vez más intensa. Revisando documentos y fotografías me he sabido mayor. Guardo mucha más memoria de la Orquesta de lo que pudiera hacer una persona joven. He recordado muchos conciertos y muchas vivencias. El tiempo transcurre.
Como este es un blog personal, y de un alcance suficientemente minoritario, voy a comentar algunas cosas por si son de vuestro interés. Y sobre todo voy a escribir mis agradecimientos personales como curator (los «obligados» ya estan en la expo junto a otros personales), y mi dedicatoria íntima de tanto trabajo.
Casi todo el material que me interesaba era antiguo, digamos que en blanco y negro. Muchos músicos de la envidiable nómina de solistas que han actuado con la Sinfónica de Bilbao están muertos hace muchos, muchos años. Estaba encerrándome en un mundo de blanco y negro, abrumadoramente nostálgico, y el rosa se impuso como color de la exposición para ser emblema de su idea rectora principal: la BOS como formación profundamente enraizada y venerable, pero rabiosamente viva y activa. En la misma línea, decidí que todas las fotografías de la exposición fueran en blanco y negro, para evitar el salto entre viejo y nuevo, excepto unos pocos elementos. El primero, un gran mural de casi ocho metros en el que están retratados, pieza a pieza, todos los músicos y profesionales y empleados de la BOS. Este mural funciona como una instalación, y ha hecho las fotos Enrique Moreno Esquivel. Para ti, Enrique, mi primer agradecimiento. Poder contar contigo es incorporar a un proyecto a un gran fotógrafo inquieto, culto, excelente y enamorado de su trabajo.
Otros elementos en color son un retrato de Joaquín Achúcarro realmente maravilloso, obra del mismo fotógrafo, un grupo de compositores vascos activos relacionados con la BOS y el retrato que Enrique hizo de Gunter Neuhold, actual titular, durante un ensayo. El resto es blanco y negro, y por eso quise el rosa. Es un rosa muy especial..
La palabra que mas me he encontrado al entrevistar a personas vinculadas con la BOS es heroismo. La BOS ha vivido épocas variadas y siempre ha resistido, para surgir con más fuerza y calidad: en alguno de sus viejos contrabajos anida un ave fénix. He sentido mucho orgullo trabajando con las viejas historias de la Orquesta. También mucha calma, porque la mayoría de las cosas con las que he trabajado narraban diversos aspectos de la grandeza de la Música.
Pablo Suso ha estado a mi lado desde casi el inicio del proyecto. Pablo no es sólo un gran profesional, es también un trabajador infatigable, y un observador agudo. Cuando he necesitado contrastar mi punto de vista en cualquier asunto él ha sido el perfecto contertulio. Pablo Suso es un constructor. Espero que algún día disponga de todos los materiales que precisan para crecer y expresarse una mente y una personalidad como las suyas.
Ayer mismo veía a Juan Carlos Murillo estremecerse al leer unas viejas partituras de Tannhäuser inmediatamente antes de introducirlas en su vitrina. Ama la música y ama el euskera, y por eso las cuestiona y exige permanentemente. Ha sido la persona ideal para afrontar la farragosa tarea de supervisar la traducción al euskera de algunos complicados textos. Además respiré aliviado cuando Juan Carlos visitó la expo por vez primera y me dijo: «me gusta». Mi agradecimiento es extensivo a Maier Gurrutxaga, que ha traducido mucho y muy bien. Ambos son parte de Juan Mateo Zabala Euskaltegia, un centro académico euskaldun que ha patrocinado la exposición.
Mi agradecimiento a Asís Aznar, presidente de la Filarmónica, por unas largas conversaciones sobre la música y la exposición en las que he disfrutado muchísimo. Es una personalidad fantástica. Sabe tanto de música que uno se siente como un pequeño cuaderno pautado en el que Asís podría comenzar a escribir desde cero. Es tan maravilloso como la propia Sociedad Filarmónica de Bilbao que preside. Miró conmigo las listas de solistas para la galería correspondiente de la exposición, me hizo algunas preguntas, entendió mis criterios y me sugirió incorporar un par de nombres. Uno de ellos, Gregor Piatigorsky. Llegué a casa y me puse a escuchar su versión del concierto de Dvorak con la Boston y Munch. Esta versión es uno de los hallazgos mas sobresalientes de mi propia vivencia de la exposición.
Por último, gracias a Jon Sánchez Ibarluzea. Conozco a poca gente que me sepa escuchar como él lo hace. Y también conozco a muy poca a la que yo escuche con mas interés. Un buen amigo, este bermeano. Y para ser de Bermeo no funciona mal del todo.
Mi dedicatoria es corta. A mi ama, que estaba conmigo cuando en 1975 escuché en el Teatro Buenos Aires, por vez primera, la «Resurrección» de Mahler.
Y a mis hijos Oier y Jon Fiodor, deseando que algún día amen la música y que sepan cada día que yo les amo a ellos.