
Publicado en Mundoclasico y Klassikbidea el 19 de noviembre de 2025
Bilbao, viernes 14 de noviembre de 2025. Euskalduna Jauregia.Haydn: Sinfonía número 83. Fazil Say: Concierto para violonchelo y orquesta, “Never give up”. Franz Schmidt: Sinfonía número 4. Camille Thomas, violonchelo. Euskadiko Orkestra. Katharina Müllner, directora. Temporada de abono de Euskadiko Orkestra.
El segundo programa de la temporada de Euskadiko Orkestra se anunciaba lleno de alicientes. Tras varias temporadas transitando repertorios de gran aparato sinfónico —Mahler, Bruckner, Shostakovich—, una obra madura de Haydn resulta un ejercicio necesario de afinación, limpieza y control: en su música no hay escondites. Müllner buscó una Sinfonía nº 83 volcada en el color y la hermosura, articulada con claridad, muy placentera. Desde los primeros compases dejó claro que posee una notable calidad y una virtud indispensable en Haydn: la capacidad de escuchar a la orquesta y de hacer que los atriles se escuchen entre sí.
El concierto para violonchelo de Fazil Say significaba el regreso a Bilbao del Say compositor, ya conocido por la Bilbao Orkestra Sinfonikoa, con la que actuó en 2016 como pianista y creador. Su Concierto fusiona una estructura clásica con elementos folclóricos que aportan nostalgia e introspección a un relato de terror y esperanza en tres movimientos. El violonchelo solista transita del lirismo melancólico a un virtuosismo percusivo y agresivo; oscila entre la angustia y la resiliencia, rodeado de atmósferas visuales y efectos sonoros intensos que alcanzan un grado de crudeza desnuda al retratar la barbarie. La esperanza aparece como un bien frágil, siempre en riesgo de quebrarse.
Camille Thomas, solista y dedicataria de la obra, realizó una excelente interpretación. Pero resulta difícil entender la necesidad de presentar la pieza con un micrófono ante el público, siendo una obra tan elocuente y transparente por sí misma; como también lo es la carga de trascendencia impostada del arco suspendido varios segundos tras la última nota, o la elección de una propina que, además de no corresponder al calor real de la sala, desactivaba conceptualmente la denuncia y la voz del propio Say.
La Cuarta de Schmidt devolvió el centro a la música. Las notas al programa subrayaban su vínculo con el tardorromanticismo, algo inevitable y obvio; pero, al menos bajo las manos de Katharina Müllner, la obra se situó más cerca de Korngold, Schreker o incluso Zemlinsky. Schmidt construye una música grande, incluso monumental, pero nunca retórica: respira una intimidad emocional de sutileza crepuscular, casi voluptuosa en su obsesividad. Se desarrolla en una habitación sin puertas ni ventanas, una celda inapelablemente cerrada, un reducto circular donde no caben ni la esperanza ni la expectativa. La música y su belleza no son consecuencia: son causa, cauce y finalidad. La inteligencia musical de Müllner permitió transmitir esa naturaleza camerística, convirtiendo a la sólida Euskadiko Orkestra no en una gran voz, sino en un gran aliento.





