Publicado en Mundoclasico el 21 de marzo de 2019
Bilbao, 25 de febrero de 2019. Palacio Euskalduna. Gioachino Rossini, Semiramide. Libreto de Gaetano Rossi basado en la tragedia Sémiramis de Voltaire. Luca Ronconi, dirección de escena. Marina Bianchi, directora de escena de la reposición. Tiziano Santi, escenografía. A.J. Weissbard, iluminación. Emanuel Ungaro, vestuario. Silvia Dalla Benetta, Semiramide. Daniela Barcellona, Arsace. Simón Orfila, Assur. José Luis Sola, Idreno. Richard Wiegold, Oroe. Itziar de Unda, Azema. Josep Fadó, Mitrane. David Sánchez, fantasma de Nino. Coro de ópera de Bilbao, Boris Dujin, director. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Alessandro Vitiello, dirección musical. Aforo: 2164. Ocupación: 75%.
24 años habían transcurrido desde la anterior representación de Semiramide en la temporada de ABAO. El título, último de una terna de obras raramente representadas pero programadas de forma consecutiva en una temporada a la vez conservadora y poco popular –la precedían Fidelio e I Lombardi–, se presentaba con una producción concebida por Luca Ronconi. La escena de Ronconi tuvo un gran valor: era sencilla, esquemática y eficaz, se plegaba mansamente al servicio de la fantasía creadora de Rossini, confiaba con buen criterio en la gran entidad de la partitura, la respetaba y aportaba una modernidad a la vez radical y sensata. También imponía una arbitrariedad que marcó el desarrollo de la función, enterrar al coro en el foso junto a la orquesta, subrayando quizá la sideral distancia entre la élite gobernante que protagoniza la acción y su pueblo. Una decisión conceptual de una naturaleza antimusical: el coro molestaba a Ronconi sobre las tablas, y lo mandó a los dominios de la orquesta, mediatizando por completo su normal funcionamiento. La orquesta tendía a tapar al coro, que a su vez se imponía sobre el escenario, y en tan delicadas y mutantes aguas de balances y sonoridades navegaba Alessandro Vitiello, tratando de sobrevivir pero en algunos momentos con la cabeza bajo el agua, y en otros casi. No me gustó Vitiello. Ya durante la Obertura, una gran página rossiniana, parecía que la orquesta bilbaína tenía encima un pisapapeles. Rossini no sonaba con su personalísimo color, con su fantasía y su notable latido, ni realmente lo hizo en toda la noche en lo que respecta a la labor del maestro. Pero, mientras en los infiernos bregaba Vitiello con sus muchos galeotes, sobre el escenario se tocaba el paraíso.
ABAO es una entidad ducha en materia de sustituciones. Angela Meade iba a ser Semiramide pero se anunció su sustitución con cierta antelación, con cierto margen de maniobra para la entidad. ABAO decidió contar con Silvia Dalla Benetta, con magnífico resultado. Dalla Benetta compuso una Semiramide irreprochable: voz bella y potente, extensa y dúctil, ágil y expresiva, capaz de plasmar plenamente sobre el escenario un personaje complejísimo que se debate entre la traición, la redención, la crueldad y la necesidad de saberse redimida. También excelente actriz, Dalla Benetta fue una Semiramide triunfante. Junto a ella, Daniela Barcellona regaló una magnífica prestación como Arsace, un papel algo más plano y pasmado, pero vocalmente tremendo. Fabulosa Barcellona, y qué quieren: en sus dúos, entre ambas damas lograron resultados realmente admirables. Barcellona y Dalla Benetta se bastaban para honrar la escritura de Rossini.
Junto a esas dos colosales cantantes, Simón Orfila tenía una papeleta difícil. Con un papel que compite en importancia con las dos protagonistas, estuvo fantástico en su escena de la locura, en la que renunció a cantar a la Rossini para mostrarse como el buen bajo que es, con naturalidad, caudal y muchísima clase; pero en términos generales parecía cantar un poquito esforzado y denotaba alguna fatiga. José Luis Sola, Idreno, estaba lejos de su papel idóneo. Cumplió, pero reduciendo su voz a un rango algo defensivo, sonando envarado y transmitiendo algunas inseguridades. Idreno es un papel diabólico, retador y lleno de exigencia, que parece escrito para encarecer la posibilidad de un triunfo, esto desde luego hay que tenerlo en cuenta.
El resto del elenco también pasó el corte. El Oroe de Richard Wiegold fue tibiamente satisfactorio, e Itziar de Unda hizo muy bien la princesa Azema, vocal y dramáticamente, un papel pequeño pero que al mismo tiempo alcanza alguna presencia y compromiso. Con una orquesta y un coro menos mediatizados y, sobre todo, con un maestro más preciso e inspirador, Semiramide hubiera sido más que un título notable en el seno de una buena temporada.