En 1990, la Orpheus Chamber Orchestra de Nueva York grabó para el sello Deutsche Grammophon una versión magistral de Verklärte Nacht, de Arnold Schoenberg, en una edición que completaban Kammersymphonie Op. 9 y Kammersymphonie nº 2. Por aquellas fechas escuché a la Orpheus interpretar este programa en directo, y sin duda supuso una de las mas grandes experiencias que he disfrutado en mi vida como aficionado a la música. Desde entonces he escuchado varias veces esta obra en directo, y desde luego a través de innumerables grabaciones.
La música evoluciona de forma incesante, también la clásica; quizá la clásica mas que ninguna otra. En la Quincena Musical de 2013 escuché a Christopher Park interpretando el Concierto para piano nº 20 de Mozart con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt, dirigido por Paavo Järvi. Fue una noche de divergencias. A la conclusión del concierto tuiteé «Decepcionante el Mozart de Christopher Park y Järvi en Quincena Musical, sencillamente muy poco mozartiano» y Arkaitz Mendoza, un crítico musical joven me preguntaba segundos después: «¿qué es mozartiano?» (a él le había encantado). Desde entonces he recordado varias veces aquella intrascendente controversia (¿intrascedente, si la he recordado muchas veces?) y he ido madurando una conclusión: no es definible ni objetivable lo «mozartiano», en la medida en que la forma en que se interpreta Mozart ha ido evolucionando y evoluciona de forma incesante, y quizá a mi me asistía el derecho (o la trampa inevitable, metido en un nicho que va ahondando en el conocimiento y el prejuicio) de escuchar una versión poco mozartiana de acuerdo a mi forma y experiencia -limitadas- de entender Mozart, mientras que Park y Järvi podían resultar perfectamente mozartianos para alguien mas joven, mas desprejuiciado o, sencillamente, para alquien distinto de mi, como Arkaitz Mendoza -a quien no conozco-. Precisamente esta pluralidad acompaña no ya a cada partitura, sino a cada nota, y es la fuente de la grandeza de la música y también de la función de la crítica musical entendida como praxis inevitable y enriquecedoramente subjetiva.
Esa evolución de la musica se produce no sólo respecto a los compositores, sino dentro de los propios compositores. El Mahler que fulmina el Blumine es el mismo Mahler que lo compone, y los compositores de toda época retocan o cercenan o eliminan (o eso creen hacer) sus obras. También los intérpretes varían su posición respecto a una obra concreta entendiendo esta como un eje: ni Argerich ni Pires son las mismas mozartianas que hace unos lustros, ni es el mismo Mahler el de Rattle con la City of Birmingham que el de Rattle con la Berliner; ni Abbado con Viena o Berlin; ni Karajan entiende igual Beethoven en ninguno de sus ciclos integrales. La música es tan viva y evolutiva, aunque aparentemente tan traslúcida y estable, como una medusa meciéndose, abandonada, a una corriente invisible que la arrastra.
Tampoco yo escucho la misma Verklärte Nacht que hace 23 años, aunque la grabación permanezca evidentemente inmutable y la Orpheus siga siendo la Orpheus: pero se trata de aquella Orpheus anclada en el tiempo, en un 1990 que se aleja. Precisamente entender de forma distinta algunas obras referenciales y sentir cómo nuestra comprensión y nuestros gustos han evolucionado dulcifica el de por si erosivo y aparentemente ingrato paso del tiempo. Si este transcurso es como algunos sostienen algo inexorable, al menos creámonos mas sabios, o pongámonos en posición más generosamente receptiva, más amplia. Por estas cosas siento desde agosto pasado que a Arkaitz le debo un agradecimiento: me removió cuando estaba acomodándome, y las etiquetas se me han desvanecido en parte, y ya dudo y redescubro más gracias a y a través de su sencilla requisitoria. No se qué es mozartiano, y eso que he ganado. Pero no pienso admitir que deje de importarme.
De La noche transfigurada de la Orpheus Chamber Orchestra sigo extrayendo el plasma de una excelencia arrolladora, pero me pregunto: ¿cómo sentiría ahora la Orpheus la misma obra? ¿Cómo ese conjunto libre para evolucionar y para regir sus propios pasos ha variado su comprensión de Schoenberg? Pocas cosas me gustarían tanto como poder escuchar ahora, casi 25 años más tarde, la misma distinta obra del mismo distinto Schoenberg por la misma distinta Orpheus. Tal vez hacerlo sería tomar un bebedizo amargo, o tal vez una experiencia alquímica de resultado imprevisible; o quizá escucharía su Noche como quien trasiega un elixir que borra toda huella del tiempo y toda memoria de la propia Verklärte Nacht.
Liberarnos del recuerdo, poder creer que escuchamos por vez primera. Retornar al placer del descubrimiento: circunvalar sin cesar el mundo encontrando a cada tanto un continente del que nada recordamos, aunque sepamos más allá de toda duda que ya lo hemos visitado. Definir mozartiano a lo largo de generaciones que se superponen.
Transfigurarnos.
©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2014 · AVISO LEGAL