Publicado en Territorios de El Correo, el 21 de septiembre de 2019
Temporada de muy buen tono general y novedades escasas, entre las que destaca la próxima reapertura de la espléndida sede de la Sociedad Filarmónica, una vez finalizadas las obras de actualización en curso. Disponer de esa magnífica sala ya remozada marcará el inicio de una nueva etapa para una Sociedad que ofrece de nuevo una programación deslumbrante, amplia y compleja, en la que se dan cita formaciones de cámara, cantantes y solistas de gran nivel y prestigio, tanto consagrados como ascendientes. Año tras año, sin defraudar, la Filarmónica ofrece en el corazón de la ciudad música a la altura de los más prestigiosos espacios camerísticos europeos. No es un lema huero, es una realidad.
También ABAO aporta un capital cultural y musical distintivo y de alto nivel, con una temporada de cinco títulos a la que regresa Wagner, ¡hurra!, con Der fliegende Holländer protagonizada por Bryn Terfel, junto a dos títulos de Donizetti, una Fanciulla de Puccini francamente atractiva y Jerusalem, de Verdi, un nuevo eslabón -casi final- en el laborioso proyecto Tutto Verdi. ABAO está encadenando unas temporadas francamente buenas, en las que incluso títulos que a priori parecían más comprometidos han alcanzado unos resultados sorprendentes, caso de algunas óperas de Verdi desconocidas no ya en Bilbao, sino en casi cualquier plaza. En la temporada intervienen las dos orquestas vascas, Bilbao y Euskadi. Cualquier conocedor puede atestiguar lo mucho que han mejorado sus prestaciones estas orquestas en el foso en, pongamos, las dos últimas décadas.
Con su vocación abierta ABAO, quizá la más importante organización musical vasca, merece recursos para afianzarse y crecer no sólo como la temporada de ópera de Euskadi, sino como una oferta con potencial atractivo internacional y perfectamente alineada con el turismo de calidad que normalmente nos visita y con la difusión de unas marcas (Bilbao, Bizkaia, Euskadi) nunca suficientemente empleadas en términos culturales. ABAO es estratégica. Una mención a sus actividades educativas y a la calidad de su comunicación.
Buena parte de la oferta musical del Teatro Arriaga se concentra en un mayo de alto voltaje. De dos históricos y poderosos creadores, Bertolt Brecht y Kurt Weill, se han programado funciones con La boda de los pequeños burgueses y la imprescindible Mahagonny. A por ellas. Una ópera de 1980 del canadiense Claude Vivier, Kopernikus, se ofrecerá con dirección de Peter Sellars, una de esas gemas deslumbrantes que a veces ofrece el prestigioso teatro bilbaíno. Mucha atención a esta cita. Y también en mayo, el 31, la conmemoración del 130º aniversario del Teatro, con la BOS y su maestro titular, Erik Nielsen, y el bilbainísimo y universal Joaquín Achúcarro, que interpretará el número 4 de Beethoven.
Desde la Sinfónica de Euskadi se suele decir que Bilbao es una de sus sedes. Esa es una idea muy atractiva, aunque una orquesta sólo tiene una sede, que es donde duerme, ensaya y paga impuestos. Ojalá la OSE profundizara decididamente en esa idea, por ejemplo extendiendo a Bizkaia sus programas educativos, pues invertir en la educación y el futuro musical debe ponerse por encima de las cautelas territoriales. Quienes creemos -y no somos pocos, ni quizá meramente ocurrentes- que el futuro musical de Euskadi pasa por un progresivo acercamiento entre las dos sinfónicas vascas lo leeríamos, además, como un paso en el sentido correcto.
En su programación destaca el inicio del subyugante ciclo de composiciones dedicado a la gesta de Elcano, que comienza en esta temporada con sendas obras de los compositores Mikel Chamizo y Mikel Urquiza. El director titular Robert Treviño va a dirigir bastantes programas con obra de sus predilectos Bruckner y Mahler, entre otros. El norteamericano, un maestro de gran proyección y potencial, parece afianzado en una orquesta que transmite la sensación de saber establecer y perseguir sus intereses y objetivos.
La Sinfónica de Bilbao ofrece una temporada con bastantes programas y eso permite que su oferta sea extensa y diversa. La orquesta disfruta y progresa con su director titular, un Erik Nielsen cada vez más atractivo, suena francamente bien y responde con profesionalidad sin tacha a cualquier reto y repertorio. Secciones enteras han mejorado y se han afianzado en unos pocos años, un proceso progresivo y tenaz sembrado ya en tiempos de Günter Neuhold. ¿Seguirá Nielsen más allá de 2021, cuando termina su actual contrato? La respuesta no debiera demorar mucho y es importante, pues la plaza de director titular es crucial en una entidad cultural que absorbe grandes recursos públicos.
Respecto a la programación, es posible pero no es fácil aventurar las razones de la convivencia de tantos rumbos, colores y objetivos divergentes a lo largo de una misma temporada, pero reclamos como las obras de Samy Moussa, Bruckner o Schoenberg, y de músicos como Achúcarro, Slatkin o Perianes, debieran atraer masivamente a los conciertos. Así sea.