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Publicado en el suplemento cultural Territorios de El Correo, 27 de julio de 2024

Los costos económicos y medioambientales de mover grandes formaciones musicales explican que el Festival Internacional de Santander y la Quincena Musical donostiarra compartan algunos importantes programas. Hay aspectos de la gestión cultural que, a estas alturas del siglo, simplemente deben ponerse por encima de cualquier criterio de rivalidad, competencia o territorialidad. Compartir ofertas habla de unas organizaciones singulares, modernas y fuertes, orgullosas de su historia y de sus comunidades, y firmemente arraigadas en sus ciudades y territorios, cada uno con su propio ecosistema cultural y musical.

Compartidos o no, hay conciertos estupendos en los dos festivales: Chailly con la Filarmonica della Scala de Milán, Ivan Fischer y la Budapest Festival Orchestra, la Philharmonique du Luxembourg con Gimeno, la Philharmonique de Radio France con Mikko Franck, o solistas como Yuja Wang, Sondra Radvanovsky, Maria Joao Pires y Sol Gabetta. Todas son citas con poder para imantar a la afición, pero da igual vivirlas en Santander, Donostia o Kioto: lo importante es vivirlas, casi todos los auditorios se parecen.

Es fuera de los grandes espacios donde los festivales despliegan su embrujo y se hacen únicos. Quincena visita muchos lugares en diversos territorios y el programa Marcos Históricos del Festival de Santander construye un diálogo intenso y fascinante con Cantabria. Un ejemplo de la singularidad de Quincena más allá del tirón de Kursaal: el Cuarteto Gerhard haciendo Shostakovich en Chillida Leku. Una propuesta increíble.

Más allá del valor de llevar la música a lugares en los que no se hace con frecuencia, creando una experiencia abierta y comunitaria, estos encuentros con públicos diversos en lugares singulares despiertan y dan vida al patrimonio. En el caso de Quincena, el gran ciclo de órgano se vale de una colección de extraordinarios instrumentos anclados en distintas poblaciones: cada vez que suenan son la voz irrenunciable de un vecino habitualmente callado.