El 28 de febrero, Jöel López publicó esta colaboración mía en su blog. «Escalas», llama Jöel a estas colaboraciones. Esta es la dirección de su blog:

https://elavionamarillo.wordpress.com/

 

Probablemente sólo es más viejo

 

screaming-children

Hay una edad, diría que en la difusa frontera entre la infancia y la adolescencia, en la que cuando subimos al monte gritamos mirando lo más abajo o lejos posible. En ese grito nos sentimos poderosos y libres. Es una sensación efímera, pero durante unos instantes podemos sentir que es eterna. También gritamos buscando la respuesta del eco. No siempre responde, pero si lo hace se cumple un sueño: disfrutar de una presencia cuya explicación lógica merece ser sacrificada en beneficio de la naturaleza como magia y misterio. La roca viva: la ilusión.

De mayores gritamos muy poco y en un sentido distinto. Despojamos al grito del placer de la ensoñación y la conquista y lo convertimos en protesta, advertencia o llamada urgida: son las cenizas del grito, su calavera, pero también son una dimensión nueva y potente del viejo rito. En realidad sucede que seguimos esperando una respuesta, seguimos deseando que nuestro grito produzca un eco, un resultado. Por eso los politólogos dicen que el voto a determinadas listas simboliza un grito de protesta o de advertencia. Se diría que lo radical produce ruido, grita, mientras que lo conservador requiere del silencio.

Gritar no es fácil, ni un grito es algo simple. En el monte de nuestra infancia el grito libera la fuerza invertida en la ascensión, y es tanto el resultado de una ilusión inmadura como de un cansancio inconfundiblemente físico, como sólo puede gozarse en la niñez. En las urnas es el producto del hartazgo y la esperanza, en una proporción quizá imprecisable. Asumir la naturaleza ficticia y pasajera del grito infantil como victoria nos hace madurar como personas (de hecho ya lo sabíamos cuando gritábamos, pero queríamos creer), pero asumir su fragilidad como expresión colectiva –máxime si es de naturaleza política­– sólo nos hace más descreídos. Por eso lo difícil en política no es provocar el grito, pues es la montaña la que desciende de cuando en cuando hacia nosotros, sino escucharlo y devolverlo fértil y creador, y mantenerlo en el tiempo de modo que no termine por arruinarse en forma de memoria desolada. Es un reto distinto al instante de gritar de alegría y plenitud en la montaña, sin duda, pero quizá no es más maduro ni más duradero, sino sólo más viejo. De hecho, probablemente sólo es más viejo.