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Publicado en Opinión, El Correo, 20 de mayo 2025

Sorprende que millones de personas, en pleno siglo XXI, permanezcan atentas durante minutos a imágenes estáticas: un humo que tarda, un balcón vacío. Mientras las plataformas basan el éxito en la sucesión de estímulos, todo el proceso que media entre la muerte de Francisco y la misa de inicio de pontificado de León XIV se fundamenta en la espera. El Vaticano impone su propio tempo ceremonial, indiferente a la lógica del consumo inmediato. Su capacidad de mantener la atención durante minutos de inacción es eficaz y atrae como expresión de una forma de resistencia cultural y propone una perspectiva del tiempo distinta a la habitual, con largas pausas contemplativas y silencios absolutos. En un mundo frenético, silencio y calma son atractivos y casi revolucionarios. En un mundo saturado, se muestra la importancia y solidez de lo secreto. Inhibidores de señal, cortinas antidrones, amenazas de excomunión y desactivación de torres de telefonía producen una brecha informativa que los espectadores, creyentes o no y en cualquier proporción y medida, ansían resolver. Son paradojas comunicativas que contradicen las reglas del entretenimiento contemporáneo. Incluso los elementos no controlados –el viento o las aves junto a la chimenea cuando humea– generan una sensación de autenticidad mayor que la de cualquier guión. Aparentemente, la Iglesia sigue sus propios procesos y pasos, indiferente ante la realidad del resto del mundo. Pero, sin embargo, en 2025 ha demostrado estar sumamente atenta y preparada para aprovechar la gran oportunidad comunicativa que representa la sucesión papal.

La retransmisión de este proceso se ha convertido en una obra de arte audiovisual y supone en sí misma la evidencia de una contradicción: mientras las cámaras 4K y las grúas y drones trabajan en Roma, en Alba de Tormes se exponen los despojos de Teresa de Jesús. Son la misma institución. Esta contradicción entre la sofisticación mediática y el conservadurismo extremo en símbolos y ritos, como el empleo del latín y el griego clásico en la liturgia, define gran parte del atractivo vaticano. Un sofisticado sistema multimedia –Vatican Media, dependiente del Dicasterio de la Comunicación– transmite en múltiples idiomas, mientras se mantienen rituales que parecen emerger de otro tiempo. Todo funciona precisamente porque la tecnología se emplea para escapar a la lógica del consumo inmediato, ofreciendo el mejor soporte posible a lo sagrado. El gran relato universal del silencio y la expectativa que hemos vivido es una obra de arte audiovisual del siglo XXI, como antes lo fueron los códices iluminados o tantos prodigios artísticos. Desde otra perspectiva la gamificación, espontánea y no controlable –apuestas, memes, teorías atinadas o disparatadas­– convierte lo milenario en fenómeno mediático y comunitario rabiosamente contemporáneo y amplificado, a la manera de un deforme y moderno bestiario.

Desde la perspectiva mediática, el momento más potente de todo el proceso sucesorio es el que sigue inmediatamente a la fumata blanca, cuando un balcón con los cortinajes echados se convierte en elemento protagonista de la poderosa no acción y protagoniza el directo de decenas de televisiones. Desvelada la elección, León XIV leyó un discurso de alto contenido político y gran claridad programática. Fue muy inteligente hacerlo en ese instante, porque la homilía de la misa de inicio de pontificado está desprovista de la poderosa narrativa que rodea el Habemus Papam que sigue al cónclave. Sin embargo, esta misa ha exhibido un fascinante dominio en la retransmisión televisiva del ceremonial.

La música previa a la misa, la letanía Laudes Regiae, ha durado tanto como unas seis canciones pop; su repetición hipnótica ha acompañado la procesión papal a través de la nave central de San Pedro, creando una experiencia casi meditativa. El paso del interior al exterior de la basílica se ha narrado con un plano desde el tapiz de La pesca milagrosa de Rafael hasta la puerta central, justo en el momento en que el nuevo Papa salía a la luz. El ritmo es magnífico. En la ceremonia apenas se usa el zoom, los movimientos de cámara son comedidos, no se abusa de paneos y los hay de derecha a izquierda. Roma, nubosa y brillante, no es un mero decorado: es un personaje más, como lo es la arquitectura. La planificación visual convierte el rito en cine; la ciudad, en escenario eterno.

Y la política asoma en los encuadres. Durante la homilía, un plano breve enfoca al vicepresidente norteamericano Vance. Hay diversidad –cardenales de Asia, África y Europa– pero las buenas narraciones delatan necesidades: la presencia femenina es marginal, cuesta encontrarlas en los encuadres principales. Esa ausencia, lejos de ser casual, tiene valor narrativo y señala una necesidad histórica: la Iglesia necesita abrir el plano.