Primer premio Nikon en categoría Deporte 2014. Fotografía: @Enrique Moreno Esquibel

Fotografía: Enrique Moreno Esquibel

 

Hay en este salto una soledad infinita. No existen ni el bullicio ni el entorno, ni el cielo ni los edificios, sólo el zumbido del aire en los oídos y la inminencia de un choque: difícil discernir si es el clavadista quien cae 27 metros o si es el mundo entero el que se eleva vertiginosamente para engullirle. Pero en ese instante absorto, en esos menos de tres segundos en los que la distancia se consume, el deportista elabora un poema visual, una coreografía tan breve y urgida como probablemente no pueden llegar a percibir en su plasticidad ni todos los asistentes apiñados en los márgenes de la ría de Bilbao ni tampoco todos los fotógrafos: pues toda la larga experiencia como retratista de la cultura acumulada por Moreno Esquibel a lo largo de los años es patente en esta obra. Tanto hubiera podido ganar un premio en la categoría deporte como en cultura, pues esa figura que vuela dialoga con la noble y mutante arquitectura de Gehry para el Guggenheim Bilbao, y la describe tanto o más que al propio hecho del salto. El diálogo es evidente, pero no por ello menos sugerente: están el cielo, dador de luz, el museo/ente orgánico y cambiante que la transforma y refleja y el saltador, que la engulle: una silueta negra y detenida en el tiempo, recortada y enmarcada por el fondo, y que a la vez lo crea y organiza todo.

En uno de sus grabados para «Paradise Lost», el poema de John Milton del siglo XVII, Gustavo Doré arroja a Lucifer desde los cielos hacia el abismo, que para Doré es una masa ígnea, es decir: un infierno (la reproducción puede verse al pie). La de Lucifer es una caída rápida y eterna, pues como tal condena jamás concluye ni existe esperanza de retorno: Lucifer ha sido expulsado del cielo como castigo a su soberbia para destruir y corromper, como el Gran Tentador, como el inteligente estratega que va a oponer sus ejércitos a los ángeles del Creador. El clavadista retratado por Moreno Esquibel no es un ángel, ni siquiera metafóricamente; y sin embargo construye. La suya es una lenta caída. No sólo organiza la imagen como el centrum de un compás, no sólo parece descender desde una altura infinita, sino que a su alrededor se van levantando una a una las placas de titanio y se abren las nubes y surge la luz. Bilbao emerge a su alrededor, porque el encuadre es magnífico. Lejos de retratar al deportista como a un héroe de Marvel, que es como probablemente lo hayan visto muchos de los asistentes a la sesión de saltos, contemplando entre admirados y boquiabiertos la «temeridad» del saltador (y no tan lejos de quienes en el circo -el nobilísimo circo- aplaudían al hombre bala), Moreno Esquibel ha compuesto un poema.

En la caída del clavadista, éste lleva suspendido en esa misma posición y espacio desde tiempo inmemorial. Ese es el poder de la fotografía en general, y particularmente en manos de un Moreno Esquibel que es magnífico retratando los simples besos como instantes complejos: ahí está quieto el saltador, y así se quedará, arrebatado a la fugacidad insaciable del tiempo. Por eso su silueta funciona como icono, pero también como símbolo: ahí aguardaba hace siglos, cuando Bilbao comenzó a arracimarse en un entramado de callejas, y después cuando cruzó la ría y se extendió en las riberas y arenales hacia el mar; ahí colgaba, a la espera, cuando en 1972 se inauguraba el Puente de La Salve; por décadas veía los grandes hornos vomitando hierro fundido y amontonando escoria, y barcos descargando mineral, y grúas doblándose y venciendo al peso; desde ahí hubiera podido ver, de haber querido, la resistencia y destrucción como astillero y el renacimiento como edificio multiusos del Euskalduna; en ese giro detenido (¿a dónde mira él realmente mientras cae?) ha asistido a la construcción del Guggenheim Bilbao, y desde allí verá Zorrozaurre convirtiéndose en un nuevo ensanche bilbaíno, y quizá continúe indiferente y silencioso cuando el último resquicio de memoria ya haya sucumbido. El viento será, en esa hipótesis, el último en conversar con él, pero no habrá diálogo hasta que retome el movimiento. Y en ese momento último, el viento habrá cesado.

El saltador ya está en el agua.

 

Para ti Enrique Moreno Esquibel, felicitándote por el primer premio Nikon 2014 en categoría Deporte logrado con tu fotografía. Es un placer trabajar contigo, ya lo sabes. Y, porque eres melómano, un enlace al Adagietto de «Paradise Lost» de Krzystof Penderecki (pinchando aquí), que he conocido mientras preparaba este texto.

 

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2015– http://wp.me/Pn6PL-3p

 

Gustavo Doré. Grabado para "Paradise lost", de John Milton.

Gustavo Doré. Grabado para «Paradise lost», de John Milton.