Publicado en Mundoclasido y Klassikbidea el 29 de agosto de 2023
San Sebastián, viernes, 18 de agosto de 2023. Auditorio Kursaal. 84ª Quincena Musical. Sarah Wegener, Magna Peccatrix. Mojca Erdmann, Poenitentium. Justina Gringyte, Mulier Samaritana. Claudia Huckle, María Aegyptiaca. Miren Urbieta-Vega, Mater Gloriosa. Aj Glueckert, Doctor Marianus. José Antonio López, Pater Ecstaticus. Mikhail Petrenko, Pater Profundus. Euskadiko Orkestra. Orquesta Sinfónica de Navarra. Orfeón Donostiarra (Jon Urdanpilleta, director invitado). Orfeón Pamplonés (Igor Ijurra, director). Easo Eskolania, Easo Gazte Abesbatza (Gorka Miranda, director). Robert Treviño, director. Gustav Mahler: Sinfonía número 8.
La Octava soporta desde su origen la marca de su potencial enormidad. Emil Guttman la sobrenombró “de los mil” en su estreno mundial (a pesar de Mahler), pocos años después Stokowski la estrenó en Estados Unidos con Philadelphia y un enorme aparato coral. Con ocasión de este estreno, el cartel anunciador especificaba el número de componentes de los dos grandes coros mixtos (400 + 400) y del coro infantil (150), aunque evitó el uso de la expresión “de los mil” (que sí ha empleado Quincena). Era un reclamo. De alguna manera, el pecado original de tan desorbitadas fuerzas ha acompañado en el tiempo a esta obra compleja y exigente, contaminando su percepción y dando pie a un marketing que la expone como una extravagancia. Sin embargo, como es el caso de la Octava producida en Quincena, es posible interpretarla con menos efectivos, e incluso se ha llegado a grabar con un solo coro mixto, extremo debido a un maestro tan reputado como Klaus Tennstedt.
Este capítulo, el de las grabaciones, es especialmente importante al hablar de una sinfonía que se interpreta muy ocasionalmente y se conoce sobre todo a través de registros, algunos de ellos de gran influencia. Jascha Horenstein, cómo no, dirigió una grabación excepcional; pero fue Georg Solti, en los inicios de los setenta, quien aprovechando una gira europea de la Sinfónica de Chicago grabó en la Sofiaensaal de Viena la que se iba a constituir como principal referencia de la obra. El lugar de grabación tiene alguna importancia, porque Solti había grabado allí unos años antes su ciclo del Anillo wagneriano para Decca. Un dominador Solti abordó la Octava como una dramatización, con un arrebato y un vigor sustentados en unos medios excepcionales, un calendario de grabaciones muy presionado y una visión de la Octava como una experiencia en la que escuchar significa estar dispuesto a ser empujado. Hay tanto de Solti como de Mahler en esta gran referencia, cuyo dinamismo y tensión dificultan, empero, escuchar y entender algunas de las riquezas y complejidades de la obra. Pero hay otras muchas octavas. Boulez, con una lectura en las antípodas de Solti, enseña que muchos pasajes remiten directamente al universo del lied con orquesta -el ciclo del Camarada errante– y que en la Octava están también Das Klagende Lied y la posterior Das Lied von der Erde, sus Segunda y Tercera y la cantata y el oratorio.
La Octava de Treviño tuvo aciertos y errores, propios quizá de conducir semejante tráiler sin dejar pintura en las esquinas, pero no logró transmitir una intención y una visión por parte del maestro. Fue patente que apostaba por tener todo bajo control, comenzando por la potencia del sonido -muy equilibrado-, pero días después de escuchar su Octava, aún gustándome, sigo preguntándome qué clase de Octava escuché. Fue, más que una versión personal, una feliz superación de un trance; Treviño se sustrajo en la ecuación. Fue una dirección eficaz, no una dirección nítidamente enfocada ni especialmente cerebral.
Sí tuvo el concierto algunos valores sobresalientes: el concertino, entre ellos. También la escolanía y el coro joven de Easo Abesbatza: seguros, precisos, con una calidad y un color emocionantes. Extraordinarios. En esta nómina de excelencia cabrían también los dos coros mixtos, blasón de orgullo, con una solvencia y un poder que harían olvidar cualquier posible objeción. Y, sin duda, se inscribe en lo mejor del concierto la Mater Gloriosa que brindó Miren Urbieta-Vega. El suyo es un pasaje breve, pero en una tesitura muy aguda y de una completa exposición: canto en la intemperie. No se puede cantar mejor: su voz fue un limpio hilo de metal, bruñido y dulce, maduro y terso. Se paladeaba. Una Mater Gloriosa fabulosa.
Las dos orquestas se emplearon a fondo. Su sonido fue muy bueno, tanto como puede esperarse de una unión temporal de sonidos que siempre, siempre, necesitaría de más y más ensayos, y cada sección estuvo a gran altura, aunque envuelta en la mencionada cierta sobriedad conceptual del maestro. Como Kursaal no tiene órgano se recurrió a un órgano digital amplificado que pasó bastante desapercibido. En cuanto a los dos coros, Pamplonés y Donostiarra, es simplemente extraordinario poder contar con su concurso para una obra muy exigente y llena de matices. Cantaron dentro de los cauces delimitados por Treviño y dejaron la sensación que tener incluso mas octanaje del quemado. Un alarde de dinamismo, sensibilidad y entrega.
Más allá de la sobresaliente actuación de Miren Urbieta-Vega, Sarah Wegener cantó un papel, Magna Peccatrix, para el que se demandan constantes sobreagudos. No escatimó ni una nota, estuvo valiente y acertada. Muy convincente. Mojca Erdmann, conocida en la plaza por su Erwartung de hace algunas temporadas en la temporada de Euskadiko Orkestra, fue una Poenitentium muy solvente. Para Mulier Samaritana se contó con otra voz conocida, Justina Gringyte, mahleriana que cantó hace unos meses la Resurrección y cantará la Tercera en el primer programa de temporada de la misma orquesta. También bien, como la contralto Claudia Huckle cantando María Aegyptiaca. En general, este cuarteto de voces femeninas hizo una muy buena aportación.
Ellos estuvieron más desiguales. Me gustó el Pater Ecstaticus de José Antonio López, con un canto homogéneo y cálido al servicio de unos compases que exigen mucha inteligencia y una potencia suficiente y controlada, deudora del lied. El trabajo de Aj Glueckert como Doctor Marianus fue muy, muy bueno, se trata de un papel muy difícil de colmar, plagado de detalles y que exige del tenor un canto bello cuando está en pianísimo y también cuando debe sobreponerse al sonido del enorme conjunto. Glueckert hizo un Marianus bien cantado, de alta escuela, pero sobre todo muy bien dicho, escucharle fue un placer. Me encantaría oírle en Das Lied von der Erde. La desigualdad vino del lado del bajo, Mikhail Petrenko, quien siendo un buen cantante era simplemente inadecuado para cantar un Pater Profundus que requiere una voz ancha y cavernosa. No la tiene, e intentó enfatizar y acentuar con su lenguaje corporal de una forma algo molesta.