
Artículo de Opinión en El Correo y Diario Vasco, 3 de marzo de 2025
Los Oscar son la ceremonia más estudiada, analizada y pronosticada de la industria audiovisual y, sin embargo, han vuelto a recordarnos que lo inesperado constituye su núcleo. Ha ganado una película, ‘Anora’, que no contaba de inicio como la mejor posicionada. La veterana Demi Moore parecía llamada a ser reconocida como mejor actriz, pero la ganadora ha sido la joven Mikey Madison, también por ‘Anora’. Resultados imprevistos que, más allá de las reacciones que suscitan, nos recuerdan que lo imprevisible es uno de los valores más resistentes de la libertad.
La gala dejó otras muchas señales. Fue evidente la cautela de Hollywood frente a la Administración Trump. No hubo enfrentamientos directos, ni discursos de titulares poderosos. La industria ha optado por una estrategia pragmática: evitar el choque frontal. Creo que lo ha hecho por varias razones. Donald Trump es una persona imprevisible y reactiva; hay otros espacios de trabajo frente a una Administración muy alejada de las preferencias de la mayoría de personas de la Academia; la experiencia ha evidenciado que los discursos de las estrellas quizá provocaban un efecto contrario al deseado. Pero que no se abra un conflicto no significa ausencia de mensaje. Las referencias a Gaza eran muy probables y fueron explícitas. La inmigración se abordó sin ambigüedades. Las películas seleccionadas y premiadas demostraron que el cine estadounidense, ya en el primer cuarto del siglo XXI, es fruto de la diversidad.
La diversidad no es una cuestión de eslóganes; es un hecho estructural. Los estándares de la Academia y su renovación en los últimos años han consolidado un escenario que propicia la diversidad de voces, tanto en la pantalla como fuera de ella. Ya la alfombra roja, caleidoscópica, era una afirmación de la pluralidad, pero más allá de la representación racial o de género la gala hizo evidente la apertura a unas miradas, estilos y narrativas que antes parecían ajenas a los Oscar.
Los Oscar no son los premios más prestigiosos en términos cinematográficos, pero sí son los más influyentes en términos de industria. Cannes, Venecia o Berlín pesan muchísimo, pero no igualan la capacidad de la Academia para transformar carreras y colocar películas en el centro del debate cinematográfico. ‘Parásitos’, filme coreano de Bong Joon-ho ganador del Oscar a la mejor película en 2020 y primera película de habla no inglesa en lograrlo, ya había sido Palma de Oro en Cannes en 2019. Ahora lo ha logrado ‘Anora’, otra Palma de Oro que gana el Oscar más preciado. Cannes y los Oscar ya no están tan lejos (y no hay que minusvalorar la larga evolución del festival francés en esta aproximación). Hollywood no deja de ser una industria de naturaleza profundamente comercial, pero sabe que sólo ampliando su alcance seguirá manteniendo su relevancia.
Los Oscar hacen que el cine se sitúe con todo su boato en el centro de atención en un contexto en el que coexisten una inacabada crisis de las salas y un streaming que define el modelo de negocio. Netflix ha situado en la gala numerosas nominaciones, ya no es un actor externo, es sistema. Pero el triunfo de películas como ‘The Brutalist’ o ‘Anora’ sugieren que a veces el cine se sitúa más allá de los algoritmos, del lado de lo inesperado y del desafío. El caso de Adrien Brody es paradigmático.
Brody ha vuelto a ganar veintidós años después de ‘El pianista’. Estos largos años nos dicen que el talento necesita encontrar la coyuntura adecuada para dar sus frutos y producir reconocimiento. Los Oscar son también muy duros, excluyen a cuatro de cada cinco. Ahí reside buena parte de la efectividad de su retransmisión en directo: sueños a la hormigonera en directo.
En su discurso, el actor recordó también a su madre, nacida en Hungría y marcada por la guerra, y habló de cómo persisten la discriminación racial o el antisemitismo. Conectaba directamente con el tema central de ‘The Brutalist’: la inmigración como una de las grandes fuerzas transformadoras de la historia cultural de Estados Unidos. ‘The Brutalist’ es la historia de un país que supo absorber el talento de los exiliados europeos y convertirlo en parte de su identidad. No todos lo lograron, pero sí muchos, y la industria de Hollywood es una evidencia clara de su inmensa aportación. El triunfo de Brody es un recordatorio de que las sociedades más fuertes son aquellas que saben integrar. En una coyuntura de discursos excluyentes hasta la zafiedad, la película y su reconocimiento enmarcan la identidad en la integración y la apertura a la evolución.
El cine, cuando se le deja espacio, es contradictorio, plural e impredecible, esa es su verdadera naturaleza porque es arte. Lo inesperado siempre encuentra su manera de imponerse. Esta es la lección que debiera entenderse, aunque no sólo allí, en lo más profundo de la Casa Blanca.