En las últimas horas he recibido, procedente de varias personas por lo demás muy sensatas y formadas, un mensaje para que firme una petición: “Para cambiar el nombre de plaza Circular a plaza Azkuna” y añadían: “pasa esta cadena”.
No he firmado, no voy a firmar, no voy a pasar la cadena y quiero explicar por qué.
No conocí personalmente a Iñaki Azkuna, o mejor dicho: no le traté. Le había visto en varios asuntos, haciendo su trabajo con potencia y magnetismo, y siempre me pareció que era de esas personalidades sobresalientes que difícilmente varían sus propios criterios una vez establecidos. También sabía que era trabajador y tenaz. Hace poco mas de un año acudió, ya muy cansado, a la inauguración de una exposición en la que yo trabajé como comisario. Me presenté, le dije “bienvenido alcalde, gracias por venir” y me dijo: “gracias, se quién eres, te he leído”. Que nadie se llame a engaño: no insinúo que quiso decirme que seguía mis artículos –muy esporádicos- en El Correo, sino que había leído uno sobre la Sinfónica de Bilbao que había escrito en Deia la víspera de la inauguración. Y me dio su opinión sobre mi artículo y sobre la Orquesta. Todavía la recuerdo, desde luego, y no gustaría a todo el mundo.
Con estas líneas sólo quiero ponerme en el otro fiel de la balanza de los que sí han contado en su equipo de colaboradores y de sus verdaderos allegados e íntimos, a algunos de quienes sí conozco y sí he tratado, a lo largo de varias elecciones; y quiero absolutamente alejarme de los íntimos a los que el finado alcalde probablemente ni hubiera reconocido si se los cruza por la calle, una especie humana esta que crece y prolifera a la sombra de los cipreses. Yo ni le conocí ni trabajé para él, ya me hubiera gustado.
Respeto la libertad de expresión, y desde luego la libertad de dar rienda suelta a lágrimas y sentimientos en una pantalla, pero pude ver unos minutos el paroxismo de Joseba Solozabal el otro día en Telebilbao y pensé: “habla de él, de un político electo, como de un santo o un padre”. Estaba Joseba Solozabal en su derecho, ojo, allá él y su manejo de sus intimidades, no lo critico e incluso lo comprendo, porque parece una persona de emociones vivas. Pero, listo que era Iñaki Azkuna, pidió su rápida cremación, declinó una capilla ardiente y ahí queda eso, que alguno le hubiera hecho reliquias. De hecho, sólo horas después, ya queremos los bilbaínos dedicarle una de nuestras principales plazas, ¿por qué esta urgencia?
Juan Pablo II murió el 2 de abril de 2005, y ese mismo día un enorme clamor se elevaba en plaza San Pedro, Via della Conciliazione y zonas adyacentes del Vaticano: “Santo subito”, rugia una multitud devota que parecía inmensa. Pero la Iglesia tiene sus plazos y procedimientos, como el Consistorio bilbaíno debe tener y seguir los suyos. Yo creo que Iñaki Azkuña muy probablemente merece y con total seguridad tendrá un espacio público en su eterna memoria (eterna, ¿hay muchas palabras que quieran decir menos?), pero no creo que se deba correr. Creo que la responsabilidad de llamar Azkuna a una plaza, una calle, el aeropuerto o lo que se decida, debe tomarse con la mente fría, y por un pleno municipal posterior a las próximas elecciones. Una ciudad de mas de setecientos años debe tomar conciencia de su propia posición en el curso del tiempo: unos meses no son nada para la Villa.
Dudo que Azkuna fuera amigo de las prisas, precisamente porque él conocía y manejaba y marcaba los ritmos y los tiempos de Bilbao. Es muy hermoso dejarse llevar por la intensidad de la emoción repentina, y es muy loable, pero hablamos de un gran político y de un gran alcalde, no de una figura del Olimpo griego. Si ha de elevársele a ese territorio de héroes y dioses, que sea poco a poco, no en cohete, no a la bilbaína. Hay que recordar, como si fuera necesaria una romana corona de laurel, que Azkuna era humano y que también tenía adversarios y detractores. Él lo sabía y lo gestionaba a la perfección, ¿me equivoco?
No he firmado ni firmaré ni pasaré la cadena pidiendo nada concreto en su recuerdo, pues Azkuna sobrevuela en 2014 sobre todo Bilbao y sobre todo lo que es Bilbao en su proyección local e internacional. Siendo así, esperemos a que su magnético e inimitable espíritu se pose en una rama. Que sea un Bilbao renovado en las urnas el que decida con qué ropas vestirse. Hoy, en pleno luto, no. Arrojemos sobre la pena de su pérdida, así afectara hondamente al cien por ciento de los bilbaínos, un ramillete de serenidad. No conocí al alcalde Azkuna, pero creo que él lo hubiera preferido. Porque sería, ante todo, lo más bilbaíno: ¿calma y elegancia para vestirse, chaquetas de dos botones? Pues calma y elegancia para honrar al gran personaje desaparecido. Hay mucho tiempo por delante, e incluso futuros espacios que él quizá soñó, y que hubiera preferido que se bautizaran con su memorable nombre.
©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2014 · AVISO LEGAL