Publicado en www.mundoclasico.com el 25 de marzo de 2015
Bilbao, 10/03/2015. Fundación BBVA. V Ciclo de Música Contemporánea. London Sinfonietta. Helen Keen, flauta/piccolo/flauta en Sol. Timothy Lines, clarinete/clarinete bajo. Helen Tunstall, arpa. Jonathan Morton, violín. Joan Atherton, violín. Fiona Bonds, viola. Kate Gould, violonchelo. Geoffrey Paterson, director. Wolfgang Rihm: En plein air. Francisco Guerrero: Concierto de cámara. Julian Anderson: Poetry Nearing Silence. David Sawer: Good night. Michael Finnissy: Untitled Piece in Memory of Igor Stravinsky. Félix Ibarrondo: Aïgari. Ocupación: lleno.
La sede de la Fundación BBVA en Bilbao es un espacio palaciego, con trazas neoclásicas y profusión de elementos fin de siglo, que suscita inevitablemente un mudo y respetuoso diálogo con la música, subrayando su contemporaneidad. Lugar de celebración de los ciclos de conciertos de Música Contemporánea de la Fundación, que van por su quinta edición, el palacete decimonónico lucía espléndido en la visita de la London Sinfonietta, que viajó a Bilbao con el director Geoffrey Paterson y siete instrumentistas. Se trataba de la primera visita a Bilbao de la famosa agrupación, y ofreció lo que se puede esperar de ella: un nivel musical sobresaliente y una relación experta, íntima y fértil con el repertorio contemporáneo.
Como recordaba un programa de mano extenso, muy documentado y bien editado, casi todas las obras del programa partían de la plantilla instrumental de la obra Introduction et Allegro, de Maurice Ravel: arpa, flauta, clarinete y cuarteto de cuerda. Exactamente esta es la plantilla de En Plein air, de Wolfgang Rihm, compositor sumamente apreciado por la London Sinfonietta que abría el concierto. Los profesores expresaron perfectamente la fuerza de la composición, su solidez, su homogeneidad y la personal visión de Rihm de la música como una energía autónoma, plena y autosuficiente, indiferente a la necesidad de poseer o proporcionar referencias.
En el Concierto de cámara de Guerrero el papel de la música se aleja todavía más de la complacencia y se sumerge en una denuncia o radiografía de la música entendida como disfrute o percepción gozosa. Hay reproche y grito, y hay una vocación sólida e ineludible de inscribirse en la contemporaneidad. Honesto y exigente el Concierto es, pese a su aliento poético, exactamente la música que soliviantaría a un congreso de financieros: insolente, desafiante, preciosa obra en manos de los excelentes profesores de la London Sinfonietta y del maestro Paterson, y como el conjunto del programa el tipo de obra que necesita escucharse en términos de excelencia interpretativa, como fue el caso.
Poetry nearing silence, de Julian Anderson, es engañosamente programática, porque no se somete al relato proporcionado por el propio compositor, sino que lo rompe y desmenuza. Está el vals, pero roto y distorsionado hasta el desconcierto, y encierra un tratamiento del silencio en el cual éste no es el punto de partida, sino la consecuencia de la música, que cesa. Una obra compleja, con un gran trabajo del clarinetista Timothy Lines.
Tras un breve intermedio estaba programada Good night, de David Sawer. La obra parece surgir de un organismo al acecho y agazapado entre tinieblas, de un inquieto habitante de lo recóndito. Es una invitación expresa a la pérdida, a la disolución de toda certidumbre, es una inteligencia agitada en la búsqueda de alguna forma o idea exterior a la que asirse, pero encerrada en unos límites insuperables de fascinante introspección. El trabajo de Geoffrey Paterson fue excelente en esta obra en la que el desasosiego no molesta, sino que ofrece su diálogo de modo paradójicamente atractivo. Tras Good night, la obra de Finissy Untitled Piece in Memory of Igor Stravinsky, un trío para arpa, viola y flauta, asemejaba engañosamente un remanso. En realidad se trata de un remolino endiablado, muy poderoso y denso, fascinado y absorto por su propio giro, ensimismado. La ejecución de las tres profesoras de la London Sinfonietta fue impecable, fantástica.
El programa se cerraba con Aïgari, de Félix Ibarrondo, presente en el concierto. Aïgari parecía desenvolverse en muy poco espacio. Es calculadamente concisa y pequeña, y al mismo tiempo se desborda constantemente, hasta alcanzar un final furioso, casi hiriente, lleno de potencia -y potencias- que Paterson llevó al extremo. Obra necesaria, plenamente autónoma y muy densa, de nuevo la London Sinfonietta la expuso con claridad y categoría en un impecable concierto en el que incluso las flores que se ofrecieron a instrumentistas y compositor estaban cuidadosamente elegidas.
©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2012-2015– http://wp.me/Pn6PL-3p