Leo en un artículo que firma el responsable de una empresa de demoscopia que el brexit ha distorsionado los resultados electorales augurados por los sondeos. Bien, yo no creo que haya tenido una gran incidencia, y desde luego no participo en absoluto de la idílica visión que expresa el artículo de los votantes reflexionando el sábado sobre la decisión de ingleses y galeses. El responsable de la empresa de sondeos trata de enderezar las vigas de su negocio, de producto tan respetable como quimérico, pero es importante sopesar si realmente ese impacto ha existido. Yo creo que no en una medida suficiente como para explicar los resultados electorales, y hay que evitar en lo posible que se invoque el brexit como explicación de las expectativas frustradas. Las culpas no están en las nubes, sino en nosotros, se escucha en la tragedia “Julio César”. Y brexit, por favor, en minúscula.
El brexit y la frustración de las expectativas de Unidos Podemos han hecho aflorar un elemento común, y es la demonización del voto de los mayores. En Gran Bretaña se ha explicado la tendencia del rechazo a la Unión Europea mediante un gráfico en el que se comprobaba que a mayor edad, mayor rechazo a la Unión. En España, en la misma noche electoral abundaban en twitter opiniones que culpaban a los mayores (realmente se hablaba de los viejos, también de los putos viejos) de encumbrar al Partido Popular. En ambos casos, brexit y fracaso de Unidos Podemos, se empleaba el mismo mantra: que los viejos habían roto las expectativas de futuro de los jóvenes. En mi opinión, sostener eso es completamente antidemocrático. La democracia se basa en un principio básico, una persona un voto, pilar de una igualdad consagrada en el artículo 1 de la Declaración de los Derechos del Hombre, de 1789. No se puede cualificar o denigrar el voto de los otros, tiene el mismo derecho a votar un ciudadano de 18 años que uno de 100, porque si los unos tienen futuro los otros tienen historia, y es la suma de ambos factores y otros muchos la que precisamente dibuja el contorno de algo tan sutil y hermoso como el resultado de unas elecciones generales. De modo que, en mi opinión, quienes culpan a los votantes mayores de pensar y votar distinto son estrictamente fachas, voten lo que voten. No hay diferencia entre definir y atacar el voto de los otros por la edad, la formación académica, la nacionalidad o el color de la piel. Hacerlo es predemocrático, y acerca la ideología profunda de esa aparente izquierda radical a los mismos sustratos en los que se nutre tradicionalmente la extrema derecha, precisamente la que más ha abogado por la salida de Gran Bretaña de la incipiente y sumamente imperfecta, pero maravillosa, Unión Europea.