Además de tratarse de un trabajo retribuido, la regiduría del concurso internacional de canto “Bilbao Bizkaia” tiene algunos aspectos positivos. El principal es poder tratar con algunos de los y las participantes, tanto cuando están relajados como cuando están tensos, instantes antes de participar, o encontrárselos por la calle mientras pasean y matan el tiempo.
En la última edición, la de 2014, el concurso siguió un curso extraño, marcado por un dominio surcoreano incluso superior a lo normal. El país asiático situó a nueve nacionales entre los diez finalistas, y acaparó toda clase de galardones; no hubo grandes voces vascas, o al menos no las hubo en el grado que el jurado consideraba suficiente para acceder a la final; hubo muy escasa participación europea y los y las cantantes de España fueron llamativamente pocos y, en general, muy poco o nada competitivos.
En la fase eliminatoria cantó también un barítono congolés, Lionel Mpiana Kambayi. Con el acompañamiento del pianista Rodrigo de Vera, Mpiana Kambayi cantó Mozart y Haendel. Estaba nervioso. Caminaba algo perdido por las inmediaciones del Conservatorio y utilizaba dos tipos de calzado: unos zapatos cerrados, negros y esmeradamente brillantes para subir al escenario a cantar y unas chancletas de cuero abiertas para caminar por la ciudad, con los pies enfundados en calcetines. Así calzaba cuando me encontré con él en una superficie comercial. Era un día de frío y fuerte lluvia en Bilbao. Estuve hablando con él un rato.
El barítono congolés no cantó bien Haendel, y cantó regular (siendo magnánimos) Mozart, creo recordar que en ese orden. El jurado no le prestó la mínima atención. Probablemente no la merecía en términos canoros, pero Lionel subía al escenario con dos grandes cartas en su contra: la primera, su propio nerviosismo. La segunda que era congolés, y su hoja de inscripción resultaba exótica, en el mejor de los casos: una anécdota simpática.
En esa edición del concurso se otorgó una beca a una cantante surcoreana, Soyoung Lee, que probablemente la merecía, pero que procedía de un país que posee todos los medios imaginables para garantizar muchas cosas a las personas con aptitudes e intereses. Los y las surcoreanos dominan los concursos de canto por varias razones: una, precisamente el apoyo de su gobierno a su formación; dos, que sienten vocación de cantar, una carrera dificilísima que en Europa no encuentra vocaciones fácilmente.
Las voces de Corea del Sur no sorprenden ya a nadie, y ciertamente no tienen nada que ver con el barítono congolés. Sin embargo comparten un espacio bastante siniestro: el racismo. Estoy harto de escuchar que las voces surcoreanas son todas iguales -falso- y que no hacen carrera porque cantan de forma maquinal –falso-, y que no saben transmitir con credibilidad los grandes papeles operísticos: ¿quizá porque se nos hace difícil creernos a un Gabriele Adorno o una Mimí con rasgos orientales? Bien: precisamente eso es racismo. ¿Quizá porque no saben construir sus carreras de forma calculada y bien trazada, y se rompen antes de tiempo? Lo cierto es que el barítono Kihun Yoon poseía no sólo una voz maravillosa, sino una imponente presencia escénica: pero es muy, muy improbable que haga carrera. Es como si existiera un empeño corporativo en evitar el desplazamiento del centro de gravedad de la ópera y su negocio fuera de sus centros habituales. Los y las cantantes de Corea del Sur cantan contra la industria. Esa es mi impresión.
Bien. Mi conversación con Lionel Mpiana Kambayi fue interesantísima –al menos para mi-. El barítono sabía que no tenía posibilidades en el concurso, pero su esfuerzo al acudir tenía como objetivo aprender y recabar información acerca de becas y ayudas. Le di las referencias que pude, naturalmente. Resultó que era premio nacional de canto en República del Congo. Es evidentemente más fácil o al menos más probable adquirir técnica y acceder al aprendizaje en Madrid, Seúl o Varsovia que en la universidad de Brazzaville. Sin embargo, la beca fue a una soprano surcoreana: como si los contextos no contaran para ese tipo de ayudas. O igual es que no cuentan.
Lionel Mpiana Kambayi me ha venido a la memoria al ver una fotografía de montones de cadáveres de estudiantes keniatas, víctimas de una acción terrorista incalificable contra su universidad. Mi propio desconocimiento de África se me revela porque por un momento he pensado que el barítono era keniata. No, era congolés, y viajó a Bilbao para constatar que en Occidente no existen los contextos.
En memoria de los y las estudiantes asesinados en la universidad keniata de Garissa.
©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2012-2015– http://wp.me/Pn6PL-3p