Arturo Toscanini
Arturo Toscanini y Willem Mengelberg coincidieron un par de temporadas al frente de la Filarmónica de Nueva York, entre 1926 y 1928. No se arreglaban bien. A Toscanini, quien gustaba de proteger su hermoso craneo bajo elegantes sombreros de fieltro, no le gustaba compartir el firmamento con otros astros. Peleó con Mengelberg, afamado director europeo, e intentó denigrar y relegar a Gustav Mahler en su primera estancia neoyorquina: de Mahler decía cosas que todavía alimentan -bien que de forma superficial- cuentas del rosario de frases hechas de sus actuales detractores. Como si no hubiera que ser grande y vigente para encender pasiones encontradas cien años después de muerto. Toscanini, por otro lado, no era un espíritu fácil, ni dúctil, ni tenía entre sus dones el respeto hacia el otro. Sus comentarios en los ensayos, rayanos en lo extravagante, denigraban a los músicos. Toscanini construía de esa manera, compás a compás, una incombustible fama de animal musical, de genio excéntrico. Determinados temperamentos pueden prescindir del peinado como estrategia para afirmar su personalidad. En cambio Toscanini supo emplear la radio para incrementar su popularidad, trasladando la música a millones de hogares desde el mítico estudio 8-H de la NBC en el Rockfeller Center de Nueva York.
Toscanini, siempre con un aspecto irreprochablemente pulcro, se ganó una estrella en el paseo de la fama de Hollywood Boulevard. Es uno de los pocos directores de orquesta que han merecido tal distinción, no me atrevería a llamarlo honor, en atención a su labor de difusión de la música. El Toscanini crispado que tarareaba mientras dirigía y grababa, y cuyos murmullos (no exactamente musicales) respetaba RCA Victor como parte integrante de las ediciones discográficas de sus geniales versiones, fue asequible a la vanagloria y su estrella reluce hoy con el noble distintivo de un gramófono junto a figuras de un relieve francamente desigual. Quedaba fijado en el imaginario popular el director de orquesta como genio malhumorado: la crispación como combustible de la gloria.
Este retrato de Toscanini al piano, creado por Chim, seudónimo del fotógrafo polaco fundador de la Agencia Magnum David Seymour, parte de una afinidad del fotógrafo con el músico. Seymour retrató con crudeza los horrores de la Guerra Civil española. Era un antifascista. Quizá por esa razón, ofrece un retrato que distancia a Toscanini de su fama de malhumorado, y le muestra entregado al estudio en el piano. Hay tres máscaras mortuorias en la vitrina de la sala: la de la izquierda es de Beethoven y no se ve; los otros compositores son Wagner y Verdi.
[Aclaro que me gusta escuchar las interpretaciones de Toscanini, y que admiro su militancia antifascista y antinazi: él siempre se negó a tocar Giovinezza, mientras que su interpretado Strauss dirigía sin empacho el Horst Wessel Lied, con sus poéticas referencias a las tropas de asalto].
Willem Mengelberg
Mengelberg fue, como Arturo Toscanini, otro caso de insolente precocidad. A los 24 años ya era director de la Concertgebouw de Amsterdam, y en esa responsabilidad permaneció cincuenta años. Estuvo abierto a los compositores en activo, con quienes trabó amistad. Hay algunas magníficas fotografías junto a Mahler y sus esposas en algún dique holandés, todos con sus sombreros, y Richard Strauss le dedicó -también a su orquesta- «Una vida de héroe», de la que Mengelberg dejó una extraordinaria grabación con la NYPO realizada durante su estancia en Nueva York.
También Mengelberg acuñó una gran fama de director geniudo y exigente hasta la crueldad. En parte, esa forma de ser encontraba acomodo natural en las corrientes imperantes en la Centroeuropa de los años treinta, lo que le inclinó a simpatizar con el engendro nacionalsocialista y forzó su inmediata separación, a partir de 1945, de la direccion de la Concertgebouw. Marchó a Suiza, que entonces como ahora proporcionaba acomodo a las rentas altas sin empacho ideológico alguno. Allí, en un exilio cómodo y subsidiado, murió unos años después.
El primero de los grandes cabezas rizadas de esta serie de post, Mengelberg creó escuela con su aspecto de científico despistado y desaliñado, una de esas personas a las que todo almidón les es insuficiente para parecer recién planchadas. Curiosamente, su fama apenas se ve mediatizada por sus simpatías pronazis, mientras que persigue incansable a otros grandes maestros. La razón es que la posición de Mengelberg es tangencial por ser holandés, mientras que la de otros maestros es central, por ser alemanes y abrirse con mayor dificultad a los matices. El caso mas significativo sea, probablemente, el de Wilhelm Furtwängler, protagonista junto a Stokowski de la próxima entrega de esta serie.
La curiosidad del retrato elegido, de autor desconocido, es doble. Por un lado, un Mengelberg en plenitud posa para el retrato haciendo gala de su peculiar y revoltosa mata de pelo. En esta foto viste de modo impecable, por tratarse de toda una producción. Es una fotografía de estudio, para la que se ha pintado un telón que simula ser un teatro a la italiana, con sus palcos y su público. Este tipo de telón en esfumado ha pervivido décadas en los estudios fotográficos. Pero, ¿cómo resaltar que el retratado es precisamente un director de orquesta? A través de una técnica rudimentaria, pero efectiva: contorneando la batuta para recortarla del fondo, sobre el que se perdía. Si en un negativo -o placa- de blanco y negro se aplica cuidadosamente tinta china roja, el efecto al positivar será que el papel fotográfico permanece virgen. De esta manera, la batuta resplancede como un elemento omnímodo: el atributo de la creación, de la música como milagro que emana desde el maestro. Un aspecto determinante, cómo no, en la creciente mitología orquestal.
Mas allá de los aspectos formales, sirve para confrontar a ambos directores su versión de «Una vida de héroe»:
Para Mengerberg con la New York Philharmonic: Various Artists – Ein Heldenleben (A Hero’s Life), Op. 40, TrV 190: I. The Hero
Para Toscanini con la NBC: Richard Strauss – Ein Heldenleben: A hero’s life Op. 40 – Tone poem for Orchestra (nótese que esta edición forma parte de una colección llamada «Maestro furioso» y dedicada a Arturo Toscanini)
©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2013 – http://wp.me/Pn6PL-3p