Publicado en Mundoclasico y Klassikbidea el 16 de octubre de 2023
Bilbao, sábado, 30 de septiembre de 2023. Euskalduna Jauregia. Gustav Mahler: Sinfonía número 3. Justina Gringyte, mezzosoprano. Sociedad Coral de Bilbao (Enrique Azurza, director). Coro Infantil de la Sociedad Coral de Bilbao (Jose Luis Ormazabal, director). Euskadiko Orkestra. Robert Treviño, director. Aforo: 2164 personas. Ocupación: unos tres cuartos.
El paso del tiempo ha moldeado mucho la música de Mahler. Las obras que hace unas décadas -no muchas- parecían alejadas de la normalidad de la programación musical se integran cada vez con más frecuencia y con más naturalidad en el repertorio. Sólo en el País Vasco se han podido escuchar cuatro terceras en una década, y muchas más interpretaciones de otras composiciones. Esta temporada, tres sinfonías en los programas de las dos sinfónicas vascas (sinfonías 1, 3 y 5), prologadas por la Octava dirigida por Treviño en el Kursaal. Esto probablemente convierte a Mahler en el compositor más programado en Euskadi en 2034-2024 y es también uno de los más interpretados en la última década en términos absolutos. Quienes crearon la frase mi tiempo llegará y la pusieron en labios del compositor, que seguramente no la dijo nunca (no hay fuente), vaticinaron con acierto. Mahler nos envuelve y nos ofrece su obra extendiendo una alfombra que nos invita a recorrerla. Su interés e inquietud por la naturaleza, su humanismo crítico, su descreimiento religioso, su apertura a otras culturas y su exuberancia emocional son, en nuestro tiempo, asuntos muy vivos y algunos de ellos candentes. Y la Tercera es, precisamente, un deslumbrante compendio del profuso abanico mahleriano.
Correspondía a Treviño desplegar ese abanico y extender ante el público la Tercera sinfonía, tan rica en miradas y senderos como carente de certezas. Lo hizo el titular de la Euskadiko Orkestra con su entrega característica: contrastes, claridad y pocas dudas aparentes, o quizá muy trabajadas y resueltas. La Euskadiko Orkestra respondió muy bien sección a sección, pero sus maderas deslumbraron. La orquesta logra con su titular un sonido característico, una combinación de equilibrio y elasticidad que denota una gran solvencia. También es un sonido poderoso, pero esta es quizá una consecuencia de la forma de dirigir de Treviño, que tiende a trabajar Mahler con mucha potencia de sonido. Fiel a su estilo, propuso una Tercera apasionada, impactante, con unas dinámicas intensas, rebosante de fuerza y, en el último movimiento, asertiva y emocionante -y algo ensordecedora-. Treviño no esconde en ningún momento su personalidad interpretativa e impuso su Mahler, especialmente en los dos movimientos extremos: entregado al leer Kräftig. Entschieden y absolutamente implicado al leer Empfunden. Lo más interesante del programa y diría que lo mejor de su trabajo estuvo, sin embargo, en los cuatro movimientos centrales.
Precioso el segundo movimiento, sereno y ligero, de gran elegancia, expuesto con una gran claridad, y magnífica ejecución del tercero, preñado de añoranzas y territorio en el que la orquestación de Mahler resulta sencillamente fascinante y reclama de la orquesta toda su clase. Me sentí con la guardia completamente baja, transportado, y es en esos momentos en los que se percibe que Treviño está trabajando a fondo: porque estaba transportado exactamente al mundo que el maestro deseaba y por os pasajes que él decidía. Y, al mismo tiempo, todo en este tercer movimiento destilaba ortodoxia y tradición mahleriana. Fue un movimiento emocionantísimo.
Cuarto y quinto movimiento fueron la consecuencia de esta construcción sonora maravillosa. El Misterioso, una genial laguna de duda, zozobra y resignado reposo, contó con una orquesta sin mácula y con una cantante de gran altura para los textos de Nietzsche. Situada entre los violines, la mezzo Justina Gringyte cantó con mucha delicadeza, con transparencia, manteniendo una línea bella y estable; transmitiendo, además, una hondura propia de una lectura muy inteligente. Se trasladó perfectamente al mundo del Wunderhorn que reina sin sombras en el quinto movimiento, y en el que fue llamativo el concurso de la Sociedad Coral de Bilbao, con sus mujeres y sus niños y niñas. Las damas cantaron muy bien, expresando con solvencia toda la alegría, la belleza, en ese canto esperanzado y también descreído que trata de exorcizar al Misterioso y abre las puertas al sexto movimiento. El coro infantil me pareció maravilloso. Cierto es que, en una época en la que dominan hasta la tiranía las extraescolares deportivas (futbolísticas, de hecho) resulta emocionante y valiosísimo que un nutrido grupo de menores (y sus familias) se esfuercen en viajes y ensayos para participar con sus voces en una obra de arte como esta sinfonía, pero es que también y sobre todo cantaron muy bien. Hace algún tiempo leía, y lamento no recordar dónde, que algunos directores dejan sueltos a los coros infantiles de Tercera y Octava de Mahler como si fueran una pandilla de pillos de Dickens, obviamente una hipérbole, pero útil para enmarcar al coro infantil de la Coral de Bilbao en la posición contraria: Treviño les hizo cantar, disciplinados y exigidos, y vaya si cantaron. Todo estaba dicho. Quedaba el lento y expresivo sexto movimiento, difícil siempre de conceptualizar, pero a estas alturas la partida estaba ganada y la habían ganado un maestro, dos coros, una mezzo y una orquesta merecedores de los grandes aplausos que siguieron.