Publicado en Mundoclasico el 27 de agosto de 2020
Joseba Lopezortega /
San Sebastián, miércoles, 19 de agosto de 2020. Auditorio Kursaal. Haydn: Sinfonía número 44; Concierto nº 1 para violonchelo y orquesta. Beethoven: Sinfonía nº 7. Asier Polo, violonchelo. Euskadiko Orkestra. Juanjo Mena, director. Aforo: reducido a 600 localidades por medidas anti covid-19. Ocupación: lleno. 81ª Quincena Musical.
Han pasado muchas semanas desde que Quincena Musical anunció, en fechas de oscuros presagios e incertidumbre, su voluntad de sacar adelante su edición octogesimoprimera, en la que habían de tener gran protagonismo los artistas y organizaciones vascas. Así ha sido. La Euskadiko Orkestra se ha anunciado tres veces en esta tradicional cita veraniega, y no una como es habitual. En el último de los tres conciertos, el que nos ocupa, Asier Polo y Juanjo Mena, y en el programa Haydn y Beethoven. En la sala un público realmente amable y generoso, que llenaba la totalidad de las localidades disponibles y exhibía un escrupuloso respeto a las normas y precauciones imperantes y un gran calor hacia la orquesta, el solista y el maestro. Esta situación indeseable que atravesamos se diría que está estrechando y blindando la relación del público con la música y sus protagonistas. Parece que las cosas se saborean y aprecian más. También debo reseñar, como tanto se está haciendo en estas semanas, que nunca se ha tosido menos.
La hermosura y profundidad de Haydn lucieron plenamente en la Trauer. La orquesta se adapta bien a este repertorio, pese a frecuentar compositores muy distintos, y parecía disfrutar a las órdenes de un Mena que dio en Haydn lo mejor de sí mismo, proponiendo una sinfonía ortodoxa, elegante y bien matizada. Con todo, diría que los músicos tascaban el freno ante un maestro ciertamente eficaz, pero de una elocuencia gestual extenuante.
Asier Polo ofreció un Concierto irreprochable. Mientras le escuchaba, pensaba en que la expresión “atraviesa un gran momento” no le es aplicable y no le hace justicia, porque no lo atraviesa, sino que vive instalado en él; y no se trata de un gran momento, sino de una madurez y una solvencia y una evolución bien labradas y evidentes, y de largo aliento –y lo que le queda–. Todo un profesional. Solista y orquesta se entendieron perfectamente, Mena hizo su labor de una forma contenida y Haydn, el Haydn enorme de este Concierto, imperó en el auditorio nota a nota, frase a frase. Una versión notable, en mi opinión.
La Séptima de Beethoven tuvo un discurrir no tan afortunado. Juanjo Mena fue objeto de una clamorosa ovación al término del concierto, quiero dejarlo claro, pero a mí no me gustó demasiado su trabajo. Había dirigido Haydn sin podio, pero lo tuvo para dirigir Beethoven, y ya sobre el podio se irguió en celoso protagonista. No encuentro proporción entre la amplitud de su gesto y su aparente trance, su arrebato, su mímica, su deambular y oscilar sobre la zona lumbar –que por otro lado encandila y seduce al público– y su propuesta musical como tal. Escénicamente, hoy por hoy, de un Juanjo Mena se hacen dos Yannick Nézet-Séguin. Musicalmente su Beethoven estuvo bien, faltaría más, con la orquesta tirando de su buen oficio y yo creo que divertida, pero a medida que la sinfonía avanzaba se sucedían algunas faltas de control y, lo que es peor, en algunos momentos el sonido se saturaba y los planos se amalgamaban. Creo que simplemente Mena llegaba exhausto al final de su trabajo, la misma impresión que me dio en el Fidelio de ABAO hará pronto un par de años. La ovación recompensó su esfuerzo, como decíamos, así que en términos de eficiencia cumplió con creces su cometido. Invito a quienes lean esta reseña a que se queden con esa idea.