Publicado en Mundoclasico el 9 de febrero de 2017
Bilbao, 26/01/2017. Sociedad Filarmónica. Jerusalem Quartet. Alexander Pavlovsky, violín. Sergei Bresler, violín. Ori Kam, viola. Kyril Zlotnikov, violonchelo. Haydn: Cuarteto en re mayor, op. 64 “La alondra”. Prokofiev: Cuarteto número 1 en si menor, op.50. Beethoven: Cuarteto en fa mayor, Op. 59, número 1. Aforo: 930 localidades. Ocupación: 70 %.
Regresaba el Jerusalem a la Sociedad Filarmónica tras sus memorables visitas de 2014 y 2015, años en los que a lo largo de cuatro programas ofreció la integral de los cuartetos de Shostakovich, quizá uno de los hitos más destacados en la reciente historia de esta sobria y deslumbrante sala bilbaína de conciertos. En esta nueva visita el programa, de una naturaleza distinta, permitió comprobar la capacidad del Jerusalem para comprometerse profundamente en la ejecución de tres cuartetos que exigen no sólo una notable cohesión entre los músicos, sino una notable elasticidad de estilo; tres cuartetos abordados y resueltos para que el público sea partícipe, pues el Jerusalem toca de forma abierta, expuesta y generosa, volcado en la sala y en el momento, generando una experiencia plenamente satisfactoria.
Entienden a Haydn exquisito y jocoso, ofreciéndolo con una calidad de sonido y una honestidad interpretativa sólo al alcance de un gran cuarteto, con un Adagio cantabile ejemplar, en perfecto desenvolvimiento y a la vez robusto, con vientre, sólido, pesando en la sala; extraordinario Finale, suturando una interpretación simplemente magnífica de esta obra exquisita.
El Cuarteto número 1 de Prokofiev mostró un Jerusalem distinto: hondo, reflexivo, con un coraje y una contención necesariamente sostenidos en una complicidad plena entre los cuatro músicos. El tercer movimiento, Andante, fue quizá el momento álgido de la velada, con una oscuridad que no ocultaba su profunda elegancia y su gran belleza. Incluso en el segundo movimiento, tan ruso, tan arrogante e inquietante, eran notorias las hondas raíces que posee el Jerusalem, hundidas venturosamente en Haydn. Este cuarteto de Prokofiev atañe a varios sentidos, entre ellos el gusto. Se paladea, interfiere en el normal funcionamiento de la garganta, y Zlotnikov estuvo sencillamente cumbre sirviendo sus tragos junto a sus soberbios compañeros. Inolvidable.
Las virtudes del Jerusalem fueron particularmente patentes tras el intermedio, con el maravilloso primero de los Razumovsky, entre ellas su forma de encarar el repertorio como un diálogo entre pares en el que coexisten el respeto, el equilibrio y la audacia, posición que encuentra aquí un territorio idóneo para su expresión como sólida personalidad musical. Todo era claro y bello, como surgido de forma natural de la estela de Haydn, y todo era sin embargo beethoveniano de una forma nítida y plenamente autónoma, al amparo de una calidad técnica abrumadora, y al mismo tiempo el cuarteto era el augurio de obras por llegar, un prólogo prodigioso. Todo eso está en esta composición y pudo sentirse en la abierta y nobilísima versión del Cuarteto Jerusalem, que dispensó un Adagio que así escuchado vale, por sí solo, por muchas tardes de conciertos.