Publicada en Mundoclasico el 1 de diciembre de 2022
Bilbao, sábado 19 de noviembre de 2022. 71ª Temporada de ABAO Bilbao Opera, Palacio Euskalduna. Gaetano Donizetti, Anna Bolena. Libreto de Felice Romani, basado en Enrico VIII ossia Anna Bolena de Ippolito Pindemonte, Henri VIII de Marie-Joseph Chénier y Anna Bolena de Alessandro Ercole conde Pepoli. Fernand Ruiz, vestuario. Franco Marri, iluminación. Gary McCann, escenografía. Gianni Santucci, dirección de escena de la reposición. Stefano Mazzonis di Pralafera, director de escena. Producción de ABAO Bilbao Opera, Opéra Royal de Wallonie-Liege, Royal Opera House Muscat, Opéra de Lausanne. Ane Legarreta, asistenta de dirección musical y directora de la banda interna. Joyce El-Khoury, Anna Bolena. Silvia Tro Santafé, Giovanna Seymour. Marco Mimica, Enrico VIII. Celso Albelo, Lord Riccardo Percy. Anna Tobella, Smeton. José Manuel Díaz, Lord Rochefort. Josep Fadó, Sir Hervey. Coro de Ópera de Bilbao (Boris Dujin, director). Orquesta Sinfónica de Bilbao. Jordi Bernàcer, dirección musical. Aforo: 2.164 personas. Ocupación: unos dos tercios de entrada.
Esta Anna Bolena de luces, colores, sedas y marquetería estuvo programada en 2020, pero la pandemia forzó su traslado a segundo título de esta 71ª temporada. El cambio principal, más allá de la demora en su representación, fue la sustitución de Angela Meade, una reputada especialista en el rol, por Joyce El-Khoury, una buena actriz que lo debutaba en Bilbao. También Marco Mimica llegaba para ser Enrico VIII, y Anna Tobella para hacer Smeton. Se mantuvieron en cartel Silvia Tro Santafé, Celso Albelo, José Manuel Díaz y Josep Fadó, y el maestro Jordi Bernàcer sustituía a Giampaolo Bisanti, nombrado hace unos meses director musical de la Opéra Royal de Wallonie-Liege, entidad coimpulsora de esta producción con dirección de escena del fallecido Stefano Mazzonis di Pralafera, quien fuera director general y artístico de la misma institución belga. El mundo de la ópera tiene sobre los hombros una capa de reputación cosmopolita, pero una gran parte de su gestión sucede en la intimidad de un pañuelo.
Esta producción apostaba por el lujo en la suntuosidad de atrezzo y vestuario, tomado de la retratística de los Tudor, pero la iluminación no era en absoluto realista, ni recreaba la atmósfera de antorchas de los espacios evocados, sino que estaba concebida para transmitir al público un detalle casi obsesivo en tejidos, texturas y mobiliario: un catálogo de moda hecho para vender, y no un retrato realista. Yo no me sentí ante un escenario, sino ante un escaparate. En esta evocación lujosa y recreada residía la apuesta de Stefano Mazzonis di Pralafera, de quien su biografía en inglés en wikipedia destaca que nació en el seno de la nobleza romana- no especifica en qué nobleza romana, si en la venida a menos o en la rica-; un dato decididamente hortera. Desde mi punto de vista, su Anna Bolena pertenece a una visión del teatro un tanto envejecida y por completo carente de audacia, pero se diría que caló en buena parte del público. Lo que para unos y unas es merma, para otros y otras es virtud.
La Sinfónica de Bilbao me encanta en el foso. Suena como una formación solvente y orgullosa, de gran calidad, sumamente atenta y receptiva a la voluntad del director musical, que fue un cuidadoso Jordi Bernàcer. Sorprendió desde su Obertura una decidida apuesta por su modernidad, acercándose a un sonido evolucionado que mantuvo, durante toda la representación, cierto aliento verdiano. En conjunto fue un buen foso, con las cuerdas de la orquesta en una noche inspiradísima. Sobre las tablas, sumergidas en un castillo de Windsor rebosante de lúmenes, un Coro de Ópera de Bilbao que comenzó algo dubitativo pero se sobrepuso y ascendió y un elenco en el que sobresalió la Giovanna Seymour de Silvia Tro Santafé. Cantó con claridad y clase y ante todo supo transmitir que su papel no está exento de vértigos y desgarros. Una Seymour de muchísimo nivel y gran profundidad. Joyce El-Khoury no alcanzó semejantes cotas. Es una buena actriz, pero no una buena Bolena: muestra un timbre algo plano y no plenamente bello ni depurado, y se diría que debe estar más cómoda y confiada en otros repertorios.
Celso Albelo tampoco tuvo su noche. Su aproximación a los agudos parece una salida de boxes, y los emite de forma algo estridente; en general, un canto no siempre afinado, lo cual es un delito hablando del papel de Percy. En cuanto al Enrico VIII de Marco Mimica, costaba percibir en su interpretación matices o gradaciones de cualquier tipo. Cantó en todo momento sin reservas, con un volumen excesivo, creando un monarca plano y obcecado, un maremoto de desaforada maldad, y no una ambiciosa inteligencia política capaz de servirse del crimen para satisfacer planes o deseos: que es, precisamente, el Enrique pintado por Holbein en los ojos, y no en los delicados brocados.