No, no lo es. La crisis de la Casa Real en 2012 no es una “tormenta perfecta”, porque no ha estado causada por elementos ajenos a la propia Casa, sino que ha sido el resultado de acciones libres de sus reales miembros. La Casa Real no es víctima de los acontecimientos, sino motor de su puesta en marcha. E intenta frenarlos, reconducirlos, anunciando una posible puesta en marcha de cuentas en twitter o facebook (¿de verdad los necesita?), y llamando “tormenta perfecta” a una inmolación voluntaria, chapucera y degradante, con un Juan Carlos secundario, cazador, viajero y despreocupado, profesional cansado en edad de disfrutar de un dorado retiro, un Urdangarin protagonista al que el pueblo, en su sabiduría o en su sagrada ignorancia, ya ha condenado por chorizo y un príncipe entre bastidores que sólo ansía cobrar distancia de los que fueron los suyos para aproximarse a su meta: una sucesión que pocos ven plenamente asegurada y cuya virtualidad puede, desde luego, verse seriamente cuestionada.
No, la Casa Real no ha padecido una tormenta perfecta, sino que ha soplado a pleno pulmón avivando un fuego abrasador. No ha sido la víctima del oleaje, sino la hélice que ha empujado ciegamente hacia su actual naufragio. Si lejos de entenderlo así y obrar en consecuencia la Casa se percibe como víctima, pronto será un pecio. Este subterfugio de la tormenta perfecta apunta hacia el fondo marino.
(Hoy en la edición digital de El Mundo)