Cada noche, durante unas semanas, dormiré a mis hijos con una canción diferente. Ayer fue una de las «Cinco canciones negras» de Xavier Montsalvatge, esta: https://soundcloud.com/lamamacorchea/mont-29. Hoy ha sido el turno de Mahler: «Ich bin der Welt abhanden gekommen» y, como son tiernos, tan tiernos, les he contado una historia distinta y simple, en lugar de este poema tan bello:
«He abandonado el mundo / en el que malgasté mucho tiempo, / hace tanto que no se habla de mí / ¡que muy bien pueden creer que he muerto! / Y muy poco me importa / que me crean muerto; / no puedo decir nada en contra / pues ciertamente estoy muerto para el mundo. / ¡Estoy muerto para el bullicioso mundo / y reposo en un lugar tranquilo! / ¡Vivo solo en mi cielo, / en mi amor, en mi canción!»
En mi cuento, invocando a su sueño, les he contado a mis hijos que un noble caballero caminaba muy cansado por un hermoso bosque y, recostado contra un árbol, se dormía y soñaba con unos nuevos paisajes y un mundo distinto: el que ellos quieran le sirve al caballero. Faltaría más. Esta canción es precisamente una nana, una gran nana.
Tal vez en un futuro recuerden mi pequeño, obvio relato. No importa: ellos saben soñar con más libertad y más fuerza de la que yo puedo imaginar e inculcarles. Pero me gusta pensar que tal vez recuerden mi relato y comprendan que, después de todo, sólo trataba de rociarles mi propia pasión por esta maravillosa canción. Y he pensado que no hay altruísmo ni generosidad en la paternidad (al menos en la mía), sino quizás un afán meramente instintivo y quizás demasiado patente de dejar huella en ellos, de perpetuarme a través de ellos. Una forma sublimada de egoísmo, una forma musical de saberme y aceptarme como individuo de una especie capaz de construir una gran cantidad de belleza.
El viaje es precioso, creedme. Corto y precioso.
©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2014– http://wp.me/Pn6PL-3p