Publicado en Mundoclasico el 18 de enero de 2019
Bilbao, jueves, 20 de diciembre de 2018. Euskalduna Jauregia. Mahler: Sinfonía número 3. Janina Baechle, mezzosoprano. Coral de Bilbao (Enrique Azurza, director). Coro de niños de la Coral de Bilbao (José Luis Ormazabal, director). Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director: Erik Nielsen. Aforo: 2.164. Ocupación: 75%.
Esta Tercera destacaba en la programación de temporada de la Sinfónica de Bilbao desde el momento en que se anunció. La razón era doble: en primer lugar, la entidad de la obra, su notoriedad en el contexto de una programación con ciertos aspectos desconcertantes; en segundo lugar, que era la primera vez que el maestro Erik Nielsen afrontaba una sinfonía de Gustav Mahler al menos en Bilbao, y existía una lógica curiosidad por verle trabajar en este compositor, en el que su orquesta sí acumula una considerable experiencia. Lo escuchado en el Euskalduna superó las expectativas más optimistas: Nielsen logró trasladar al público una Tercera que, obedeciendo a su estilo –sonido depurado, orden y claridad- resultó apasionante, muy rica en matices y con algunos aspectos sobresalientes.
La Sinfónica de Bilbao goza de unas cuerdas superiores a las de las temporadas inmediatamente anteriores, una mejora progresiva que comienza a producir resultados elogiables. En el resto de las secciones es más difícil valorar la mejoría, dado que ya contaban con una calidad sostenida y notable, de modo que la orquesta pudo asumir sin desdoro y sin que la calidad se resintiera una importante presencia de alumnos del conservatorio superior del País Vasco en los atriles. También hay que señalar que la orquesta bilbaína, si bien siempre se ofrece con la lógica profesionalidad, parece involucrarse de una manera especial con las sinfonías de Mahler, y en la memoria de las personas aficionadas se encuentran, dentro de las más recientes temporadas, excelentes interpretaciones de la mano de Giancarlo Guerrero –número 6- o Eliahu Inbal –número 7-. En lo que respecta a la Tercera, en Bilbao hay que remontarse a la versión ofrecida hace ya algunas temporadas por el anterior titular de la orquesta, Günter Neuhold, muy diferente a la de Nielsen. De aquella versión es inolvidable la presencia de la gran contralto Nathalie Stutzmann, que llevó a los más alto los movimientos cuarto y quinto; en el caso de la versión de Erik Nielsen estos fueron precisamente los movimientos menos redondos, lastrados por la presencia de la mezzo Janina Baechle, fuera de sitio y con unas facultades visiblemente mermadas que, desde mi punto de vista, debieran haberla apartado de este compromiso.
Con la orquesta claramente comprometida, Nielsen pudo trabajar de una forma admirable y fresca. Comenzó la andadura transmitiendo cierta sensación de lentitud, de parsimonia, sin furia ni exaltación y sin apariencia de compromiso con el baldón programático que a veces acompaña a esta obra, y que tan bien describían las propias notas al programa. Siempre dentro del primer movimiento, aspectos que creo significativos son la presencia del sonido de la caja en la banda interna, muy en primer plano y muy limpio, evitando la sensación de lejanía, y un precioso trabajo de trombón ofrecido en una perspectiva muy inteligente, casi camerística, por uno de los nombres propios de la velada, Alberto Urretxo, gran solista más volcado en mostrar la belleza íntima de su melodía que en pintar hipotéticas cumbres alpinas. El público de Bilbao, y es la segunda vez que así sucede en apenas unas semanas con distintas obras y orquestas, rompió a aplaudir al final del movimiento, algo que por cierto mereció la ejecución y que no resultó molesto en modo alguno.
El segundo movimiento abundó en un enfoque detallista de la obra, acariciando los perfiles más íntimos, intencionados y suavemente maliciosos del compositor. Extremadamente coherente, imponiendo tiempo y pulso sin desmayo ni vacilación, Nielsen se adentraba en la escritura mahleriana para marcar sus perfiles mercuriales pero con un control primoroso de los planos sonoros. A este respecto, hay que detenerse en el trabajo del posthorn en el tercer movimiento. Aquí concurría otro de los que resultaron ser protagonistas del concierto, Vicente Olmos, sobresaliente con la corneta. En lugar de tocar desde la trasera de la caja de escenario, Olmos tocó su parte desde uno de los balcones del órgano del auditorio, de modo que en lugar de sonar como un eco, como una evocación, la corneta elevó con nitidez y plena presencia la belleza de su escritura. El resultado fue sorprendente y fantástico, y nos recordaba de nuevo la probable indiferencia de Nielsen hacia la literatura que acompaña a esta sinfonía, impulsada en parte por el propio Mahler. Copado a estas alturas de la sinfonía por las mejores sensaciones, quien esto escribe pensaba ya en este tercer movimiento en una referencia discográfica que pudiera servir para transmitir lo que estaba siendo el trabajo de Nielsen: en su propia y notable escala, la Tercera de Nielsen con la BOS compartía muchas de las virtudes de la gran Tercera de Jascha Horenstein con la London Symphony.
Tras la incómoda brecha causada por la ya citada baja forma de la mezzo Janina Baechle, el sexto movimiento fue irreprochable, pero también fue menos sorprendente y sugerente que los tres primeros: Nielsen lo bordó como era de esperar, con la orquesta completamente entregada. Culminaba una interpretación mejor que convincente y esta gran sinfonía volvía a imponer su ley de la mano de un maestro que está evolucionando y creciendo y que enhebra a la orquesta de la cintura, acompañándola en el progreso. En el año 2018, Nielsen ofreció en Bilbao muestras de una gran categoría al menos en el foso de Salomé, en la escenificación de La Pasión según San Juan urdida por Bieito y desde luego en esta Tercera, las tres veces al frente de la BOS. Con tales evidencias de su calidad, sería deseable que la dirección de la orquesta pensara en ofrecerle una prórroga en su contrato, pues resultaría hermoso y enriquecedor asistir a su evolución por unos cuantos años.