strauss-mahler-ny1.jpg

Izda: retrato de Richard Strauss por Edward Steichen, Nueva York, 1906 Drcha: retrato de Gustav Mahler por Aimé Dupont, Nueva York, 1909, © Studio A. Dupont, N.Y.

 

Richard Strauss visitó Nueva York en 1906. Tenía una gran fama como compositor y como director, el escándalo deparado por el estreno unos meses antes de su ópera «Salomé» había traspasado fronteras y la rica y osada ciudad norteamericana era insaciable (como quizá nunca haya vuelto a serlo) en su apetito por atraer y aglutinar talentos. Estaba construyendo su propia mitología como urbe. Aprovechando su visita, Strauss fue retratado por Edward Steichen, fotógrafo extraordinario que llegaría a ser uno de los destacados curadores del departamento de fotografía del MoMA. La pieza es magnífica.

Gustav Mahler viajó a Nueva York en 1908 para quedarse a trabajar y componer. En Nueva York trabajó intensamente en la Metropolitan Opera y con la New York Philharmonic y, si bien viajó a Europa entre ese año y su fallecimiento en 1911, Mahler había huido de Europa; o quizá sería mas preciso decir que la Europa central, muy prejuiciosa y conservadora, le había empujado. En 1909, Mahler posó en Nueva York para Aimé Dupont, luxemburgués de nacimiento llegado a Estados Unidos con dos años, retratista más conservador que Steichen, por cuyo estudio en la Quinta avenida pasaron otros músicos como Toscanini y cantantes como Caruso, además de numerosos cantantes wagnerianos: el estudio de Dupont bastaría por si solo para ilustrar la arraigada tradición wagneriana de la afición neoyorquina.

Strauss (¿por qué no hacemos de “este” Strauss el Strauss por antonomasia?) y Mahler tienen aspectos comunes por lo demás conocidos. Ambos fueron compositores y directores, y conocieron íntimamente las posibilidades de la materia prima orquestal; ambos fueron amigos. También hay diferencias. Mahler se pasó la vida siendo expulsado, mientras que Strauss no sintió necesidad de huir -ni creyó tener motivo- ni siquiera cuando las tropas norteamericanas llegaron al jardín de su casa en 1945, en los estertores de la SGM en Europa; en una escala más anecdótica pero ilustrativa, Strauss eligió para su retrato neoyorquino a un fotógrafo vanguardista, mientras que Mahler posó para otro mucho mas conservador. Visto con una perspectiva de cien años, se entiende que Mahler fue un personaje epigonal, el colosal clausurador de un gran ciclo histórico musical y una llave de nuevos caminos, mientras que Strauss fue uno de los embriones de la modernidad en sentido global, partiendo de la propia percepción de si mismo (y así se comprende “Salomé”, por ejemplo). Hoy, las composiciones de Mahler han pasado a integrarse de forma casi rutinaria en el repertorio y los programas de las orquestas sinfónicas, mientras que las composiciones de Strauss las siguen sometiendo a examen. No hay rutina en Strauss.

En lo que interesa a este texto, el paso de estos músicos por los estudios de fotografía de Nueva York pone de manifiesto varias cosas. La primera, que el empleo de la fotografía como una utilidad vinculada a la profesión de maestro (que es el principal componente de la fama de ambos famosos visitantes para la sociedad de Nueva York de los primeros años del XX) ya ha sido interiorizado y normalizado en apenas una generación, la que les separa de Von Bülow, incluso por alguien tan reluctante como Gustav Mahler. La segunda, que los Estados Unidos comienzan a instituirse como el principal foco generador de la imagen de los directores de orquesta de renombre internacional. La imagen moderna de los directores se instituye y normaliza no desde Europa, sino principalmente desde Estados Unidos, por ser este el principal poseedor de medios y canales de difusión de imagen en un siglo que, como el XX, ha de ser abrumadoramente visual y audiovisual. Allí, también en parte por la menor consistencia de los prejuicios, se fijan los estereotipos, aunque desde luego no se inventan, ni la fotografía es la unica de las Artes en afanarse al respecto: también en 1909, año del retrato de Mahler por Dupont,  Rodin creó el famoso retrato en bronce del músico, e inspirándose en este trabajo esculpió posteriormente «Mozart» o «El hombre del S XVIII», un marmol en el que presentaba al gran compositor salzburgués a través de las facciones y la forma craneal de Gustav Mahler. Mahler como paradigma.

Los directores comenzaban a interiorizar que debían parecerse a lo que se esperaba encontrar en ellos: los caminos estaban marcados.

mahlerkarajan.jpg

Izda: «Mozart» o «El hombre del S XVIII», mármol de Auguste Rodin, París 1909 c., Museo Rodin, París. Dcha: Herbert von Karajan retratado por Tom Zimberoff, 1980 c.

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2013 – http://wp.me/Pn6PL-3p