
Publicado en el suplemento cultural Territorios de El Correo, 4 de octubre de 2025
El Teatro Real ha abierto temporada con una reposición del Otelo de Verdi, título que ha vuelto a suscitar interesantes cuestiones. Una, recordar la vieja práctica del blackface, o embetunado de la piel de un tenor blanco para asumir de esa guisa el papel del moro de Venecia. Oscurecer la piel es un recurso anacrónico e inaceptable desde nuestra óptica; sin embargo, en Shakespeare y, en menor medida, en la reinterpretación de Verdi y Boito, el componente racial es de suma importancia, porque acentúa la inseguridad del protagonista, militar y cincuentón, en su amor con una veneciana de clase alta a la que dobla en edad.
¿Cómo escapar de la caricatura sin diluir el potente trasfondo racial de la obra? La propia palabra moro se emplea de forma racista cotidianamente, siglos después de la escritura de Shakespeare. El blackface es una práctica felizmente superada, pero en Otelo no puede borrarse un componente racial que puede servir para enfatizar el peso del racismo en el curso de la tragedia.
La ópera es un maravilloso campo de batalla cultural. Para David Alden, director de escena del Otelo del Real, el problema de programar esta ópera es precisamente la cuestión racial. Pero Nicola Luisotti, director musical, cree que el problema no es racial, sino social, con la dramática actualidad del feminicidio: Otelo mata por y para nada, como sucede hoy. No es una historia de otro tiempo, sino actual, dice Luisotti. Con una frecuencia insoportable, una mujer muere a manos de su pareja o expareja. El feminicidio no es ciertamente un asunto de la ficción; es la realidad diaria que la ficción amplifica y denuncia.
Aquí ya no hablamos de pintar un rostro o no. Ese desgarro contemporáneo explica también que en Carmen, de Bizet, el director de escena Leo Muscato llegara a alterar el final para que fuera ella quien matara a Don José. Sucedió en Florencia, en el Teatro del Maggio, hace ya unos años. La escena es la vía por la que la ópera canaliza y expresa el encuentro del material histórico con la mirada contemporánea.
No podemos fingir que Otelo o Carmen son inocuas, pero tampoco podemos arrojar sobre ellas un velo de contemporaneidad que puede desembocar en una forma puritana de censura. Adaptar las tramas y los finales a la medida de nuestra sensibilidad actual corre el riesgo de despojar al arte de su capacidad de incomodarnos. El verdadero desafío es la contextualización y —como en casi todo— educar: educar la mirada para entender las obras en su tiempo y, al mismo tiempo, confrontarlas con valentía con el nuestro.
La historia del arte es también la evolución en el tiempo de nuestras miradas. Ahí está la Capilla Sixtina, cuyos desnudos fueron cubiertos después de que Miguel Ángel los pintara. Con la inigualable clase que tienen en Italia para llamar a las cosas por su nombre, el pintor Daniele da Volterra se ganó el apodo de Il Braghettone tras cubrir los desnudos. Hoy podemos ver esos velos como un gesto puritano, otros posteriores fueron felizmente eliminados.