Publicados en Territorios de El Correo, 23 de noviembre de 2024
Puccini, el constructor de puentes
Quizá resulte paradójico al referirnos a un compositor tan representado y querido, pero la figura de Giacomo Puccini sigue resistiéndose a las etiquetas en el centenario de su muerte. Durante décadas fue considerado como el último gran maestro de la ópera italiana, el epígono de una tradición gloriosa; sin embargo, Puccini no fue tanto el último romántico como el primer moderno, un artista que, valiéndose de una herencia magnífica, supo adentrarse en muchas de las sensibilidades que le sucedieron. Moderna es su narrativa: el manejo magistral del tiempo en La Bohème y otros títulos; el uso del leitmotiv en Tosca, en cuyo Acto II la música y la dramaturgia están manejadas en términos de unidad espacio-temporal: todo ello preludia el lenguaje del cine. Sus texturas orquestales, aunque complejas, mantienen siempre una clara intención dramática que anticipa las técnicas cinematográficas: la orquesta enfatiza cada detalle emocional con la precisión de un encuadre cinematográfico al que sucede otro, al modo de un montaje. Los leitmotivs no son tanto cargamentos conceptuales como claves emocionales directas, que revelan los estados mentales de los protagonistas. No es casual que su música haya influido tanto en los compositores de Hollywood.
Puccini toma de Wagner la idea del tejido orquestal continuo y la técnica del leitmotiv, pero las adapta a una sensibilidad más mediterránea y moderna. Donde Wagner construye una masa sonora densa y continua, de una solidez, magnetismo y exuberancia casi geológica, que envuelve y a veces sustituye a las voces en la construcción del discurso, Puccini crea texturas mucho más flexibles y transparentes. Su orquesta respira y se contrae para los momentos íntimos y se expande en los dramáticos, pero siempre mantiene un equilibrio que beneficia la fluidez del drama. La influencia de Tristán e Isolda es particularmente significativa. Si el preludio de Tristán es una inmensa y deslumbrante ola de deseo que crece indefinidamente, Puccini subvierte esa tensión armónica para concentrarla en pasajes específicos, logrando un equilibrio magistral entre la tensión armónica y la intensidad dramática. En todos estos aspectos Tosca es, probablemente, su ópera más representativa y ofrece un vuelo teatral de excepcional altura. Desde perspectivas diferentes, tanto Wagner como Puccini fueron indudables genios del teatro.
Wagner atrajo a Puccini, pero no se impuso a él, no le anuló. Puccini absorbió su colosal caudal de innovación sin perder un ápice de su voz propia y nítidamente identificable —sabemos que escuchamos Puccini en muy pocos compases—. Mantuvo la melodía italiana como base expresiva, pero abriendo su lenguaje musical a territorios inexplorados. Las disonancias de Turandot anticipan la modernidad musical, mientras que ciertos pasajes de La Fanciulla del West presagian sonoridades propias del jazz. Turandot es un relato oriental, pero también una exploración de sonoridades asiáticas. Su maravillosa orquestación, rica en efectos novedosos y timbres inusuales, influiría en compositores de generaciones posteriores. Puccini era compositor, pero construía puentes.
Su posición de vínculo entre mundos se refleja en su percepción y tratamiento del realismo. Hereda del verismo el gusto por los detalles cotidianos (los juegos de los bohemios en su buhardilla, el bullicio del Café Momus), pero los trasciende mediante una sofisticada psicología musical. La acción deja de ser el foco del interés para ser el marco de la complejidad emocional de los personajes, cuyos estados mentales se reflejan en la orquesta con una sutileza propia de la gran literatura. La inteligencia teatral y literaria de sus libretistas, principalmente de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, fue sin duda fundamental para construir esa profunda dimensión expresiva. Lo mismo vale para su sentido del humor, otro rasgo que lo distingue de sus predecesores y está presente incluso en sus tragedias.
Sus personajes femeninos también reflejan la transición hacia la modernidad. Mimì o Butterfly son quizá más convencionales, pero Puccini supo crear mujeres sorprendentemente modernas. Musetta es una mujer que reivindica su independencia, Minnie, la protagonista de La Fanciulla del West, es una heroína activa que maneja un revólver y salva al hombre que ama, invirtiendo los roles tradicionales de la ópera romántica. Así fue Puccini, un renovador intenso de amable sonrisa y abierta vocación popular.
Verdi y Puccini, el espejo y el prisma
Cuando Verdi situaba sus óperas en lugares remotos como Babilonia o Egipto, la Italia en construcción se reflejaba en esos lugares lejanos, que operaban como metáfora del Risorgimento: los esclavos hebreos de Nabucco eran las gentes de Italia bajo el yugo extranjero, y desde el estreno su coro Va, pensiero expresa y galvaniza la identidad transalpina; el conflicto de Aida evocaba las luchas de una patria naciente, e incluso las intrigas bostonianas de Un ballo in maschera encierran un subtexto sobre la lucha por la libertad y la unificación nacional.
Heredero de una Italia ya unificada, Puccini transforma ese espejo en prisma: no busca reflejos para lo propio, sino que descompone otras culturas en rasgos y matices. Estudia melodías japonesas para Madama Butterfly, incorpora temas folks en La Fanciulla del West, explora las sonoridades pentatónicas en Turandot. El París bohemio de La Bohème es un organismo vivo, donde la música pinta la bruma del Sena o el bullicio del Barrio Latino.
Verdi, hijo del Romanticismo, usa lo exótico como alegoría: sus obras extranjeras son dramas sobre la identidad italiana. Puccini, en cambio, concibe cada cultura como un universo a explorar. Sus personajes extranjeros no son máscaras sobre arquetipos italianos, sino seres autónomos atrapados en conflictos genuinamente modernos: el choque cultural en Butterfly, el desarraigo en La Bohème, la tensión entre tradición y cambio en Turandot. Desde un país formalmente afianzado en su identidad, podía permitirse una curiosidad genuina por lo diferente.
Es el salto de la ópera romántica a la modernidad: de un arte que busca la unidad nacional a otro que explora la multiplicidad del mundo. Puccini anticipa así la mirada global característica del paso del siglo XX al XXI, habitado por seres enfrentados a un mundo cada vez más interconectado y complejo, y culturas, géneros y artes entrelazados y enmarcados en límites y fronteras porosas, quizá líquidas.