Mundoclasico, 21 de agosto de 2024
San Sebastián, jueves, 8 de agosto de 2024. Auditorio Kursaal. Georges Bizet: Carmen. Libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévy, sobre la obra homónima de Prosper Mérimée. Emilio López, director de escena. Carmen Castañón, escenografía. Oscar Frosio, iluminación. Naiara Béistegui diseño de vestuario. Nueva producción de Quincena Musical de San Sebastián. Rihab Chaieb, Carmen. Dmytro Popov, Don José. Miren Urbieta-Vega, Micaela. Simón Orfila, Escamillo. Marifé Nogales, Mercedes. Helena Orcoyen, Frasquita. José Manuel Díaz, Dancaire. Juan Laborería, Morales. Mikel Zabala, Zúñiga. Aitor Garitano, Remendado. Coro Easo Abesbatza (Gorka Miranda, director de coro). Euskadiko Orkestra. José Miguel Pérez-Sierra, director musical. Aforo: 1.806. Ocupación: lleno. 85ª Quincena Musical.
Todas las mujeres en Carmen son duras, fuertes. Lo es la protagonista, indómita; lo es Micaela, firme en sus valores; lo son las cigarreras, curtidas en un mundo duro de trabajo exigente y asperezas cuartelarias. En el hemisferio masculino todo es marcial y primario, salvo en un Escamillo fuera del mundo, y de la realidad se escapa sólo a través de una forma superficial, tópica e incauta de bandolerismo o a través de la muerte.
No es poco material, ciertamente, y la dirección de Emilio López sirvió para que todo fluyera sin dificultad, con una claridad y una economía de medios tan meritoria como harto limitativa. Supongo que los condicionantes de Kursaal deben pesar lo suyo, pero lo importante es que el conjunto justificó la presencia de la ópera escenificada en el programa de Quincena Musical y en la ciudad.
Easo Abesbatza es una formación coral admirable. En esta Carmen aportó su escolanía, fantástica, y un coro mixto de voces preciosas, y muy jóvenes y leves en el caso de las cigarreras. Desconozco la razón de tanta juventud, cuando ese oficio tendría que marchitarla de manera inmisericorde; y resultaba chocante el concurso de esas chicas en una representación que jugó a presentarlas como un colectivo maduro y político, con la propia Carmen levantando el puño en su exigencia de libertad. Gran esfuerzo de todas y todos por desempeñarse en escena, con algunos rasgos lógicos de falta de pericia, pero Easo siempre sabe estar en lo alto y se reivindicó una vez más como un activo de primer orden.
Buen trabajo de Euskadiko Orkestra, como es habitual en el foso, y muy interesante Pérez Sierra, un maestro al que he escuchado mucho menos de lo que me gustaría. Su interpretación de Carmen fue vibrante y sólida, aportando una densidad y unos matices que no estaban al alcance de la escena y haciendo un buen trabajo de concertación, aunque quizá volcado hacia la orquesta.
Laborería, Zabala y Garitano estuvieron a la altura en sus papeles; José Manuel Díaz fue un Dancaire de lujo; Marifé Nogales y Helena Orcoyen estuvieron irreprochables en esa dupla Mercedes-Franquita que tanto contribuye a iluminar (u oscurecer) no pocos trasfondos de la trama.
En cuanto al cuarteto protagonista, hay que decir que interactuaron muy bien entre sí, algo crucial en Carmen. Simón Orfila fue un Escamillo vocalmente poderoso y de gran presencia escénica. Su rival, Don José, lo cantó Dmytro Popov. De inicio no parecía encajar en el papel, al ser distinto de los habituales, pero fue haciéndose dueño del papel y enseñó una forma de cantar muy solvente, acompañada de una estupenda actuación. Así que ambos varones cumplieron con creces.
Ellas fueron más desiguales. De un lado, Rihab Chaieb fue una Carmen de menos a más, partiendo de una habanera poco dominadora -bastante justa, en realidad- para ir creciendo hasta sentirse muy cómoda y poderosa con la obra ya más avanzada. Voz e interpretación de Chaieb enseñaron cómo el desarrollo de una representación puede aportar confianza y hacer crecer a un artista hasta hacerle merecedor del reconocimiento del público, quizá en buena parte porque su pareja con Popov funcionaba muy bien.
Por su parte, Miren Urbieta-Vega fue una Micaela fantástica en todo momento. Vive un gran momento y una progresión franca esta soprano, aunando caudal y proyección con delicadezas exquisitas. Recibió las mayores ovaciones de la representación con Je dis que rien ne m’epouvante, en la que pudo exhibir plenamente su creciente catálogo de virtudes para lograr que el público se le entregara con toda justicia. Aún así, hay otras plazas en las que su concurso probablemente se hubiera ovacionado más.