Publicado en Mundoclasico el 9 de junio de 2023
Bilbao, sábado 20 de mayo de 2023. Palacio Euskalduna. Giuseppe Verdi: Il trovatore. Libreto de Salvatore Cammarano, basado en El Trovador de Antonio García Gutierrez. Lorenzo Mariani, dirección de escena. William Orlandi, escenografía y vestuario. Fabio Barettin, iluminación. Filippo Rotondo, asistente dirección de escena. Producción del Teatro La Fenice di Venezia. Anna Pirozzi, Leonora. Ekaterina Semenchuk, Azucena. Celso Albelo, Manrico. Juan Jesús Rodríguez, Conte di Luna. Riccardo Fassi, Ferrando. Belén Elvira, Inés. Gerardo López, Ruiz. David Aguayo, un gitano. Martín Barcelona, un mensajero. Coro de Ópera de Bilbao (Boris Dujin, director). Bilbao Orkestra Sinfonikoa. Francesco Ivan Ciampa, dirección musical. Aforo: 2.164. Ocupación: rozando el lleno. 71ª Temporada de ABAO Bilbao Opera.
Cuando se acude a una representación de ópera se espera ver una puesta en escena vinculada a la trama a través de códigos visuales, arquitecturas, ropajes y elementos de toda índole que guardan una relación íntima con la trama, los caracteres, los momentos históricos. Si adherirse como un sello al contexto del relato ocupa un extremo de la inagotable horquilla de las posibilidades que ofrece la escena, desentenderse del contexto por completo ocuparía el otro extremo. En esta temporada de ABAO Bilbao Opera ya concluida, la escena de Stefano Mazzonis di Pralafera para Anna Bolena y la escena de Lorenzo Mariani para este Trovatore ocuparían, respectivamente, ambos extremos.
Mariani emplea muy pocos elementos: una pantalla en la que no dejan de proyectarse imágenes de atmósferas, tres gradas ascendentes y algunos muebles y enseres -candelabros y espadas-. Es todo. Ni el vestuario aporta información ni contexto, ni la escena existe como tal, salvo por el lógico deambular de cantantes y coro, de forma que no estamos tanto ante una puesta en escena como ante una propuesta escénica que, ante el reto de abordar Il trovatore, se sustrae, se borra, no protagoniza. Sólo la luz, muy bien trabajada, aporta una firme consistencia visual a la representación, y de este modo todo queda fiado al buen hacer de maestro, orquesta, coro y cantantes.
No molestó la propuesta de Mariani, ni siquiera cuando subrayaba algunos momentos de la trama con la delicadeza de un rotulador grueso, ni cuando un reducido equipo de tramoyistas se movía delicadamente por el escenario llevando y trayendo muebles. Del discurso de Mariani, pues sin duda lo tenía, habla que estos tramoyistas salieran a saludar como integrantes de la representación, tal que un grupo de ballet. De alguna manera su deambular fue una danza prosaica, pero cauta y elegante.
Qué gran trabajo hizo el maestro Ciampa. Es un concertador sobresaliente y bien conocido en Bilbao, donde ha defendido con oficio títulos tan comprometidos como Stiffelio y Jerusalem y ya lució plenamente en Pescadores. Verle trabajar con Il trovatore, un titulo soberbio, ha sido un verdadero placer. Dominador en todos los planos de la representación, sólido y generoso, apoyando en todo momento de una forma encomiable a los cantantes, modulando cada voz, cada nota, cada frase, sus manos parecían escrbir shodō en el aire del auditorio templando los tiempos, ralentizándolos. Se comprende que cantantes y maestro se saludaran efusivamente en los saludos, porque trabajaron en común de forma admirable. Cantar con semejante concertador debe aportar una gran seguridad. Lo cierto es que todos y todas las participantes cuajaron una estupenda noche: una orquesta, la BOS, que se desenvuelve con clase en el foso y que demostró tener perfectamente interiorizado Trovador, hasta los partiquinos y desde luego el Coro de Ópera de Bilbao, siempre poderoso en sus intervenciones. Buen trabajo también de Riccardo Fassi como Ferrando.
Celso Albelo debutaba Manrico. Abordó el papel con gran inteligencia, sin perder de vista sus propias cualidades y su estilo, presentando un Manrico menos recio y vigoroso que los tradicionales, más lírico y siempre solvente en sus agudos. Muy ovacionado a lo largo y al término de la representación. Anna Pirozzi no cantó en este estreno con sus plenas facultades, como se percibió principalmente en unos agudos levemente estentóreos y en un canto algo plano, pero aún así demostró que es una excelente soprano para Leonora. Respecto a Juan Jesús Rodríguez y Ekaterina Semenchuk, su canto parecía llegar de otro tiempo, hoy legendario.
Qué gran Conte di Luna hizo Rodríguez, qué emisión bella, qué acentos y colores; en plena posesión de su personaje, ofrecía un Conte a la altura de los mejores. Envuelto en la no escena de Lorenzo Mariani, conseguía magnetizar al público y llevarlo al pasmo con una actitud hierática, dominadora, de porte monumental. Simplemente fabuloso: Rodríguez entusiasmaba y cosechaba unas ovaciones y unos bravos que en Bilbao resultan, hoy, casi insólitos.
Hay en toda representación de ópera una energía latente que reside en el público y ansía ser liberada. Cuando esa energía encuentra una causa para manifestarse se convierte en un elemento crucial de la representación, incrustándose en el discurso más profundo de la velada, como un personaje más. Despertar a ese animal colectivo, cálido y vociferante es, precisamente, lo que da sentido a la representación. Mientras hacía Azucena, Ekaterina Semenchuk invocaba el despertar de esa euforia que aguardaba y que ella logró desatar. Fue una enorme actriz, una actriz consumada, pero fue sobre todo una cantante con unos graves de una profundidad bellísima, portadores de una personalidad aterradora y conmovedora, de los que partía sin dificultad al encuentro de un registro agudo homogéneo, bello y de gran amplitud y facilidad. Una Azucena de las que marcan. Inolvidable.