Bilbao, sábado 23 de abril de 2022. 70ª Temporada de ABAO Bilbao Opera, Palacio Euskalduna. Giuseppe Verdi, Alzira. Libreto de Salvadore Cammarano, basado en la obra de teatro Alzire, ou les Américains de Voltaire. Jean Pierre Gamarra, director de escena e iluminación. Lorenzo Albani, escenografía y vestuario. Producción de ABAO Bilbao Opera, Gran Teatro Nacional de Perú, Opéra Royal de Wallonie. Carmen Solís, Alzira. Sergio Escobar, Zamoro. Juan Jesús Rodríguez, Gusmano. David Legares, Ataliba. Josep Miquel Ramón, Álvaro. Vicenç Esteve, Ovando. María Zapata, Zuma. Gerardo López, Otumbo. Coro de Ópera de Bilbao (Boris Dujin, director). BilbaoSinfonietta. Daniel Oren, dirección musical. Aforo: 2.164 personas. Ocupación: rozando el lleno.
Toda noche de ópera encierra en sí la posibilidad de una celebración. La función del estreno de Alzira en las temporadas de ABAO encerraba varias: concluía el proyecto Tutto Verdi, hecho meritorio susceptible de celebrarse desde distintas perspectivas -todas honrosas-; se podía asistir a la ópera sin restricciones de aforo y sin obligatoriedad de uso de mascarilla; se veían rostros, sonrisas y no poca galanura, y ya desde antes de entrar en el Euskalduna se sentía un bullicio que no se vivía en la ópera bilbaína desde antes de la infausta llegada de la epidemia. Había alegría en el aire.
Alzira no es un buen título, pero su mala fama le resulta beneficiosa. Si cuando se agigantan las expectativas se incrementa el riesgo de fabricar decepciones, cuando se parte de cero es probable que las cosas mejoren. Quizá por ese condicionamiento, instigado por el propio compositor y por la escasa enjundia de la obra, me sentí durante la representación mucho mas interesado que con otros títulos verdianos que, imprescindibles para completar el reto del bilbainísimo Tutto Verdi, son perfectamente prescindibles fuera de ese marco: varios títulos de los estrenados antes de 1851. En Alzira hay rasgos reconocibles del Verdi mayúsculo que pronto dará al mundo de la ópera títulos maravillosos, rasgos que en algunos momentos movían a pensar en títulos posteriores en casi dos décadas. Este ejercicio era mucho más divertido que detenerse en lo que se escuchaba, pero si Alzira resultó evocadora y entretenida más allá de lo esperado fue porque atesora muchos rasgos del compositor grande y también, y sobre todo, porque fue interpretada por unos cantantes de un muy alto nivel y por la dirección, excelente, de Daniel Oren.
Daniel Oren demostró su gran calidad desde la obertura. Tiene un gesto de gran firmeza, amplio y claro, y es uno de esos maestros que logran que las orquestas suenen por encima -e incluso muy por encima- de su nivel habitual. Oren es un maestro de una calidad transformadora, y su trabajo en el foso logró un buen resultado con una agrupación, Bilbao Sinfonietta, que atesora escasísima experiencia en foso, pero que siempre que se siente exigida rinde y sale mejor que bien parada. Este fue el caso en Alzira, y esta colaboración con ABAO representa un peldaño más en el ascenso de la formación, que tiene tanto margen de mejora como razones para recorrerlo, y que cada día pesa más en el ecosistema musical vasco.
Si Oren trabajó bien con la orquesta, qué decir de su trabajo hacia el escenario: es un concertador magnífico, de talento y oficio. También supo leer la partitura, mostrando una Alzira fuera del alcance de no pocos maestros. Si el título ya pasa justito con un maestro así, mejor no conjeturar qué debe ser en manos de un director que no sepa mostrarlo a la luz del Verdi posterior. Pero Oren convirtió el título en un presagio, apoyándose en unos excelentes cantantes. Todo lo que se escuchó está en Alzira, obviamente, pero Oren fue la imprescindible piedra de Rosetta.
Gusmano es un papel sin profundidad, sin sustancia, un enamorado delineado con ramplonería. Qué bien cantó Juan Jesús Rodríguez. Dice con una clase extraordinaria, y su canto es terso y de una textura aterciopelada y cálida, en la senda de los grandes barítonos verdianos, que acarician los oídos y envuelven en un manto cuando cantan. Supo sacar el máximo partido a su papel, con un canto terso y muy bello. Carmen Solís demostró su gran musicalidad y defendió con muchísima solvencia un rol femenino que es poco más que un esbozo, Alzira. Bregó Solís con esa falta genética de enjundia que tiene su papel, se sobrepuso a un vestuario estrafalario y a una dirección de escena algo trabada, que en algunos momentos la convertía en una Olympia andina. Por encima de todo esto cantó Solis, proyectando su voz al gran auditorio con facilidad, agilidad, aplomo y una proyección extraordinaria.
Sergio Escobar era Zamoro. Me gusta mucho la voz de Escobar, que se atiene lógicamente a su naturaleza poderosa, pero que sabe manejarla con inteligencia. Escobar cantó muy bien un papel que, como los de sus compañeros protagonistas, es bastante artero, porque ofrece mas oportunidades para el fracaso que escaleras para el éxito. Escobar supo crear un Zamoro digno de consideración. Podría decirse que este trío protagonista estuvo en lo mas alto, pero otro tanto vale para el resto del reparto: Josep Miquel Ramón, Gerardo López, Vicenç Esteve y María Zapata estuvieron muy bien, sumando a una función de mucha calidad vocal. En cuanto a David Lagares, su contribución fue excelente, daba gusto escucharle, parecía llamar a la puerta de otros papeles verdianos.
Lo mejor de Alzira se esconde mas en lo que suscita que en lo que ofrecía. Imperfecta, incluso obviable, Alzira es como ver un semillero antes de la floración. Enhorabuena a todo el elenco por haber trabajado con los pies hundidos en esa tierra algo hostil. También al Coro, siempre bien pero dramáticamente perjudicado, en esta ocasión, por una escena que lo trataba con un estatismo empobrecedor.
No me gustó la escena de Jean Pierre Gamarra, incluso reconociendo su solvencia a la hora de hacer algo con una trama sin muchas posibilidades. En no pocas ocasiones se añoraba la libertad de movimientos y la fluencia de un futbolín. Por otro lado, un aparente arco de varios siglos de amplitud en algunos rasgos llevaba a pensar en el probable interés de dotar a la obra de atemporalidad, pero sin que eso inyectara vigencia: Alzira está obligada por demasiadas anclas.