No te acerques. No me toques. No me beses si me encuentras. No me acaricies. No me tosas cerca. O mejor: ni me mires.
Relato bíblico y temible, maldición puritana. Proscripción de la piel, del sudor, del placer.
Cuando esto acabe querré encontrarte en la calle y abrazarte, besar tu rostro, enredar tus cabellos mientras ríes.
Quererse es tocarse, respirarse, contaminarse. Esto es sólo una pausa, una falla. Debemos vencer para poder querer. Debemos vencer para estrechar, de nuevo, nuestras manos desnudas.
No nos permitamos olvidar nuestras pieles. Esa victoria no se cede.