Bilbao, 2 de marzo de 2018. Sala A1 de Euskalduna Jauregia. Gershwin: Lullaby para cuerdas. A. Clyne: Rest These Hands para violín y cuerdas. Copland: Appalachian Spring, suite. Orpheus Chamber Orchestra. Aforo: 613. Ocupación: lleno.
Bilbao, 3 de marzo de 2018. Sala A1 de Euskalduna Jauregia. Adams: Shaker Loops. Britten: Sinfonía Simple, opus 4. Orpheus Chamber Orchestra. Aforo: 613. Ocupación: 20%.
Musika Música ofrece en pocas jornadas una gran cantidad de conciertos breves, que abarcan desde programas con grandes orquestas a recitales de piano o pequeñas agrupaciones de cámara. Como sucediera hace un par de ediciones, cuando Aurora Orchestra deslumbró con dirección de Nicholas Collon, una formación de cámara ha brillado intensamente en una edición centrada casi totalmente en la producción musical de dos ciudades, Londres y Nueva York: la neoyorquina Orpheus Chamber Orchestra. Si con Aurora Orchestra algunos vivimos un –virtual- descubrimiento, con Orpheus –conocida en Bilbao desde 1983, gracias a la Sociedad Filarmónica- sencillamente sucedió lo esperado. Fue un encuentro con la excelencia.
Cada músico de Orpheus es una individualidad que se suma al resto por propia voluntad. Los primeros atriles rotan, la disposición de los músicos es variable, no existen protagonistas claros. En apariencia, en Orpheus impera un alto grado de exigencia democrática, en el que la calidad del grupo se fundamenta en el respeto a cada individuo, y en todo caso la música que ofrecen es el producto intenso y depurado de esos equilibrios. Una orquesta muy neoyorquina, en definitiva, con una visión del todo contrapuesta a la exuberancia y el exhibicionismo de David Grimal con Les Dissonances, también presente en Musika Música y en el mismo escenario minutos después de concluir Orpheus su último programa. Quédense con esta idea: este festival es un monumento a la diversidad y si hay que pagar algún peaje a cambio de ese horizonte -que se pagan- creo que puede darse por bueno.
El arco virtuoso en el que puede desenvolverse Orpheus asombra por su amplitud. Saben susurrar y envolverse en el blues y saben desencadenar una espiral incandescente; son protagonistas para convertir en interesante la obra de Clyne -algo muy meritorio, por otro lado- y leales obreros con la maravillosa obra de Adams. Versátiles y capaces, los y las protagonistas de Orpheus son intensamente musicales.
En el primero de los programas reseñado pudimos disfrutar de una versión imponente de la suite Appalachian Spring, de Copland. Por alguna razón tiendo a escuchar parte de la música norteamericana como si fuera un ejercicio de afirmación nacional, como si los compositores norteamericanos clásicos estuvieran empeñados en contribuir a perfilar su propia historia a través de sus composiciones. Obras de Ives, Copland o Barber serían en buena medida presas de esa incierta ansiedad, no sé bien si propia de las obras o quizá mía. Appalachian Spring no cayó en la tentación de sonar norteamericana, sonó desnuda, despojada; no radicada políticamente, sino entre las fuerzas de una naturaleza indómita e inabarcable. Una prestación soberbia. La canción de cuna para cuerdas de Gershwin había abierto el programa: deliciosos nudillos que llaman a la puerta. Entre ambas obras, la ya evocada de Anna Clyne, Rest These Hands para violín y cuerdas. Una correcta ejecución, una solista excelente y, para ser franco, una composición que no me interesó en absoluto.
Shaker Loops fue prodigiosa. Densa, potente, precisa y subyugante versión de Orpheus ante un auditorio con una llamativa baja entrada, supongo que más por la hora (las 17 del domingo) que por la presencia en el programa de una pieza ya tan amortizada como Shaker Loops o del propio Adams. El resultado fue que Orpheus proporcionó el placer de una audición de la obra de Adams casi privada y resplandeciente: el azar convertía a los asistentes en arzobispos y cardenales. Faltaba un buen brandy y todo hubiera sido paladear. Después una exhibición de equilibrio y virtuosismo con la Simple Symphony de Britten. Si con Lullaby de Gershwin la formación neoyorquina llamaba dulcemente a la puerta, como pidiendo permiso para entrar, con Britten cerraba la puerta sin hacer ruido, lentamente: como cuando se sale tarde de una casa mientras los niños duermen. Toda una demostración de calidad camerística de una respetuosa orquesta, Orpheus, empeñada en no ser olvidada así pasen treinta años.