Los maestros pueden llegar a los ochenta años e incluso más allá en plenitud de facultades. Abbado falleció activo y lúcido a los ochenta (pronto hará un año: Dios mío, el tiempo), Giulini se retiró a los 84, Haitink deslumbra con 85, y un largo, largo etcétera.
Horowitz se despidió de Europa como pianista en Londres, diciendo: «No quiero que la gente me recuerde con compasión. Me desagradaría oír al público diciendo: ‘Qué bien tocaba Horowitz’”. Un par de años después se grababa su mítico concierto en Moscú (1986). Tenía 81 años y no había regresado a la todavía Unión Soviética desde su exilio en 1925. Arturo Rubinstein se retiró en la mítica sala Wigmore Hall de Londres en 1976. Tenía 89. Arrau, nacido en 1903, hizo su última grabación en Suiza después de cumplir 88, dejando inconcluso su proyecto de grabar las Partitas de Bach.
Yehudi Menuhin vivió 82 años, Isaac Stern 81, y no sería difícil aunque sí cansino citar muchos otros instrumentistas (Casals vivió 96 años, Rostropovich 80…) que han llegado a los ochenta años de una manera maravillosa y en muchos casos en deslumbrante plenitud. El bilbaíno Joaquín Achúcarro es un ejemplo, tiene 82 años y permanece plenamente lúcido, musical y activo.
Pero, ¿y las voces? ¿Puede anunciarse cabalmente Montserrat Caballé para girar internacionalmente con 81 años, en un periplo (?) que comenzará en el bilbaíno Teatro Arriaga en enero de 2015? ¿Puede anunciarse acompañada de su hija Montserrat Martí (qué enorme peso soportas, mujer) y del tenor Jordi Galán, que –salvo error y con todo respeto- saltó a la fama lírica en el programa “La voz” de Telecinco hace un par de años?
Caballé no es un Steinway, sino algo que fue más frágil, maravilloso y efímero. Por eso su instrumento no hay quien lo afine. Tal vez se puede entender que salga a un escenario a cantar con un fin benéfico, pero anunciar su salida de gira con sus condiciones y con esos mimbres es un penoso esperpento. No produce compasión, no: produce lástima. Hay alguien, ahí cerca de ella, que la empuja desde los cortinones, en lugar de cobijarla entre almohadones. Es un consuelo saber que no será juzgada por estos lamentable sinsentidos. Ojalá quien la empuja sí lo sea.
©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2014– http://wp.me/Pn6PL-3p