Eliahu Inbal, al frente de la OSCyL con la Séptima de Mahler en una temporada de elogiable intensidad Foto: @ Jirka Jansch

Eliahu Inbal, al frente de la OSCyL con la Séptima de Mahler en una temporada de elogiable intensidad
Foto: @ Jirka Jansch

 

Pasando por alto algunas inevitables hipérboles en el texto de presentación firmado por Alicia García Rodríguez, de la Junta de Castilla y León (texto en cuya redacción la señora García Rodríguez, lógicamente, tiene poco o nada que ver), el programa de la temporada 2014/2015 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, OSCyL, es francamente atractivo y equilibrado. Es llamativa la apuesta por un repertorio del que otras orquestas parecen cobrar distancia (Mahler, Bruckner, Strauss…) y por el equilibrio entre la madurez y la juventud. Creo que es un gran programa, y no lo digo sólo porque me fuerza a viajar a Valladolid en al menos tres programas, sino sobre todo porque me encantaría escuchar muchos programas más.

Escuché a la OSCyL hace sólo unos meses. Me gustó mucho. Hicieron la Quinta de Bruckner, y la hicieron de una forma madura y solvente, casi impropia de una formación tan joven. Dirigía Eliahu Inbal, un maestro a quien escuché por vez primera hará 25 años o más con la LSO, un maestro con una clase extraordinaria. La OSCyL me pareció -y me parece-  una demostración evidente e incontestable de que no todas las infraestructuras y no todos los equipamientos culturales nacidos de los años de la bonanza se han tirado por la ventana. Sostener una programación y un instrumento cultural como este es del todo elogiable en estos tiempos. Como melómano y persona no ajena a otros ámbitos de la cultura -incluso escrita así, en minúscula- me felicito por ello y transmito mi felicitación, con sinceridad y modestia bilbaínas, a Alicia Carcía Rodríguez, la consejera, al equipo gestor de la OSCyL y a todos los integrantes de su plantilla, y también a los melómanos que pueden disfrutar de su orquesta con regularidad. Pienso también en los riberas y en la carne de cierto establecimiento, y en los desayunos junto al ayuntamiento, y me brotan melodías.

Al grano y sin el menor ánimo de menoscabar o ser exhaustivo. Programa 2: Erik Nielsen dirigiendo Der Waldtaube de Gurrelieder, de Arnold Schoenberg. Gurrelieder es un monumento, claro, y Nielsen un guía merecedor de confianza, porque este lied le va como anillo al dedo. Le escuché dirigir Die tote Stadt hará un par de años y desarrolló una labor muy buena y clara, de alto nivel, con la BOS en el foso. Un joven valor con gran proyección. Para apuntar. Programa 3: Leopold Hager (ah, la madurez como estado de gracia) con la Octava de Bruckner, una gloria del sinfonismo. Aquí voy reservando mesa y mantel. Programa 5: Obertura Helios de Nielsen, ¿cuándo estallará entre nosotros su música?, y los Cuatro Interludios del Peter Grimes y la Sinfonía da Requiem de Britten, escrita cuando era un crío. Dirige Andrew Gourlay, otro joven valor. Después en el programa 6 Bartok, en un programa que me suscita muchas dudas (El Castillo de Barbazul)  -pero de estas se habla en torno a una mesa, en contubernio-. También Bartok en el 7 de nuevo con Gourlay, en un programa de-li-cio-so (marcando las sílabas) con su Concierto para Orquesta y la 12ª de Shostakovich: un programa para poner a Gourlay entre una luz y una pared y medir la intensidad de su sombra. Creo que es una de las grandes citas de la temporada de la OSCyL por varias razones.

El programa 9 no es que me mueva a Valladolid, es que me muda con enseres a las brumas del Pisuerga, pero un puente aéreo (y en su defecto el tren) es más adecuado a mis obligaciones y placeres cotidianos: Segunda Sinfonía de Mahler, Coro Nacional de España (llevaré termómetro), una mezzo de garantía como Hellekant, la soprano vasca Vanessa Goikoetxea y Lionel Bringuier, que acomete esta obra inconmensurable desde el bando de los muy jóvenes. Supongo que en Valladolid habrá mucho interés por escuchar cómo ha evolucionado ya en barrica este director de crianza Ribera, a quien escuché una versión de los Cuatro últimos lieder de Strauss francamente floja hace unos años, hará tres o cuatro temporadas. Su Strauss fue malo, incluso considerando que en la misma tarde escuché una Resurrección con Gergiev y el Mariinsky deplorable, de las que hacen buena cualquier comparación. Pero no dudo de la capacidad de un director con presumible gran talento para hacer este repertorio, sea cual sea su edad. A este respecto, me remito a una entrevista que hice ayer y en la que el entrevistado y yo hablamos profusamente sobre la relación entre maestro, edad y repertorio sin ponernos en absoluto de acuerdo. La cuestión es: si hay que ser mayor para entender la muerte y la resurrección (obviando que hay viejos que jamás llegaron a mayores), ¿hay que ser extraterrestre para dirigir Holst o neokantiano para dirigir Ives? Bueno, yo confío plenamente en que Bringuier hará una buena Segunda, y me encantará contrastar opiniones después en El Farolito -confiando en que hayan suplido sus fallecidas copas balón-. Se trata de una partitura, finalmente.

Programa 11: Richard Strauss de nuevo. Programa completo con López Cobos. Brutal. Programa 13: la Sinfónica de Bilbao, BOS, visita la temporada de la OSCyL con un programa que creo desafortunado, sinceramente, pero con una pianista eficaz y dominadora (Marta Zabaleta) y con un maestro al que, en mi opinión, se podría ir a escuchar caminando mientras se inciensan los campos durante leguas: Isaac Karabtchevsky. Es un maestro sensacional, no hay que decir más. Hará que la BOS suene a su mejor nivel. No podré estar por las fechas, pero el maestro Karabtchevsky es realmente una cita imprescindible de la temporada de la OSCyL y la BOS, lógicamente, también. Atentos a sus maderas, de altísimo nivel.

Después, cómo hará Znaider la Quinta de Sibelius y la deslizante y curvilínea opus 30 de Strauss (¡de nuevo Strauss!), Así hablaba Zaratustra, es una incógnita completa para mi. Pero ahí queda de nuevo un programa para marcar con chincheta. Después, en el programa 17, Mena dirige Schoenberg (de nuevo) con Pelleas und Melisande. Mena afronta este repertorio con una gran autoestima, mucho empuje y su característico estilo chigiano. Y nos plantamos en junio, en el programa 20: la sabiduría de Eliahu Inbal y la Sinfonía número 7 de Gustav Mahler, muy infrecuente y para mi, con toda la dosis de subjetividad inherente, radicalmente la obra cumbre del sinfonismo mahleriano. Si Bartok y Shostakovich con El año 1917 mostrarán la sombra -la densidad- de Gourlay, en la Séptima la luz es Inbal, y es la orquesta la que mide su sombra contra el telón de toda la temporada. La Segunda, la Sexta, qué decir de la cuarta o de la Titán, o incluso de la Quinta, pueden hacer pasar por aceptables versiones sin verdadera enjundia. La Séptima, no: este programa de fin de temporada es de los que ponen nota, porque con la Séptima no hay término medio. Y, en mi opinión, la Séptima de Inbal con la Sinfónica de la Radio de Frankfurt es sencillamente referencial: extremada, desgarradora, llena de claroscuros, con las cuerdas al límite, magnífica en tiempos y dinámicas. Contagiosísima y clara. Este programa es un final de temporada en el terreno del arrojo, casi del delirio, para una temporada audaz y en muchos aspectos asombrosa. Ver a Inbal edificando la Séptima tiene que ser una experiencia sonora y global inolvidable. Todo es opinable, y mas en este terreno tan indemostrable, pero así como en manos de Bringuier me mueve la Resurrección, la Séptima no me movería. Creo que se entiende.

La OSCyL apuesta por la música, por la gran música. Su programa es equilibrado y audaz. No importan las carencias o las posibles y razonables dudas, importa jugar fuerte, tener el arrojo de apostar: que la fortuna sea propicia a los audaces. A mi, en un primer vistazo, lo que veo me hace aumentar la sangre en el cerebro y la ansiedad en los tímpanos. Y lo confieso: también el apetito.