Enrique García Revilla. Foto: Santi Otero

Enrique García Revilla. Foto: Santi Otero

Publicado en Klassikbidea el 14 de mayo de 2015 / wp.me/p3Yr5Z-18G

Enrique García Revilla es el autor de la edición crítica de “Las tertulias de la orquesta”, de Hector Berlioz, recientemente publicada por Akal Música. Doctor en filología francesa, musicólogo y profesor y miembro de la Sinfónica de Burgos, es un consumado especialista en la figura de Berlioz, y un estudioso de su producción musical y literaria. Hoy presenta su trabajo en Bilbao junto al crítico Asier Vallejo Ugarte.



– Usted ha dicho que de Berlioz le gustan hasta sus andares, ¿en qué momento y manera comienza a despertar su interés por Berlioz?

Siempre me atrajo como compositor, si bien no conocía más que media docena de sus obras, hasta que en 2008 el catedrático de filología francesa de la Universidad de Burgos, Teófilo Sanz, me propuso trabajar sobre su faceta como escritor. A partir de entonces decidí aprender francés y en cuanto caí en la cuenta de la cantidad de claves que ofrecían sus escritos para una mejor comprensión -e incluso una correcta interpretación- de sus obras musicales, me vi sumergido en un torbellino del que no me veo capaz de salir y en el que estoy verdaderamente a gusto.

– Jacques Chirac negó el traslado de los restos mortales de Hector Berlioz al Panteón de Francia en 2003, bicentenario del compositor, ¿con qué argumentos pudo negarse a Berlioz esa pertenencia simbólica a los grandes de Francia? Parece inconcebible.

Francia es una gran nación en todos los sentidos. Eso es un hecho innegable. Sus glorias históricas y artísticas son numerosas. Ahora bien, cuando se habla de música en todo el mundo, incluso las mentes más preclaras de los ambientes intelectuales se ven perdidas, sin criterio artístico y sin capacidad alguna de juicio. Lo justifican con aquella frase de “es que tengo mal oído”. Posiblemente, quienes negaron a Berlioz aquel privilegio han leído a Rousseau o a Stendhal, pero no han escuchado Les Troyens (o tal vez sí lo han escuchado, pero no les causó impresión alguna). Nadie duda de que Berlioz es uno de los personajes ilustres que deberían encontrarse en el Panteón. No obstante, tiendo a pensar que, si él mismo pudiera opinar hoy, optaría por permanecer en el cementerio de su querido Montmartre, un lugar recoleto donde, rodeado de otros artistas, recibe de vez en cuando las visitas de quienes nos presentamos respetuosamente ante él.

– La Sinfonía Fantástica es probablemente una de las más populares del repertorio, ¿cree que ese hecho ha mediatizado o dificultado el conocimiento de otras obras de Berlioz?

Posiblemente, hasta hace algunos años, su popularidad pudo haber eclipsado otras obras del autor, que, por añadidura, no están al alcance de todas las formaciones ni de todos los presupuestos. Las obras que incorporan coros, por ejemplo, como Romeo et Juliette, están sometidas a un grado de virtuosismo coral absolutamente inédito y revolucionario. No obstante, las programaciones de Berlioz en salas de medio mundo conocen actualmente un enérgico renacimiento.

– Berlioz forma parte de la cumbre del Romanticismo europeo, pero es al mismo tiempo un compositor extremadamente moderno. Su Requiem parece proyectar luz sobre el Requiem de Fauré, tan luminoso, ¿sucede lo mismo con el Berlioz escritor?

Sí, una de las características que llaman la atención en sus escritos es que sus opiniones y sus relatos encajan perfectamente en la mentalidad del siglo XXI. Tal vez por eso, resultó un personaje difícil de comprender para sus contemporáneos.

– En “Las tertulias de la orquesta” Berlioz introduce relatos dentro de relatos, a la manera en que en pintura se introducen cuadros dentro de cuadros, ¿hay límites a la imaginación de Berlioz? ¿Por qué tenía Berlioz semejante pasión por profundizar en los yacimientos del lenguaje escrito y sonoro? 

Pienso que, en su caso, la esencia intangible del arte musical necesitaba un complemento material, que él encontró en la escritura. Además de expresarse de una forma tan subjetiva como es la música, como artista integral necesitaba positivar su pensamiento objetivamente a través de la escritura.

– ¿Es disociable en Berlioz su naturaleza romántica de su aguda inteligencia pragmática? A menudo parecen sensibilidades antagónicas, pero Berlioz disfrutó de la pasión romántica y también del éxito y el reconocimiento en vida. 

Evidentemente Berlioz es un romántico. Si no lo es él, ¿quién lo sería? Lo curioso es que en su figura no es contradictorio, sino lógico, el hecho de que fuese un hombre de acción. Para él, el arte, además de representar la elevación del alma (y demás conceptos casi místicos de los filósofos románticos) contempla una vertiente ante todo humana y pragmática: No hay arte si no hay unos músicos a los que hay que pagar, un teatro que hay que alquilar, cuerdas de repuesto para los instrumentos, sordinas, un director competente… La diferencia entre Berlioz y los demás filósofos románticos de la música estriba en que para él, el arte se construye desde abajo, mientras que los demás sólo contemplan el resultado final.

– Su sobresaliente capacidad narrativa y su calidad como músico, ¿no le acercan también al arquetipo del humanismo renacentista?

Hasta cierto punto sí. Es un artista integral. Pero llama la atención que las artes plásticas casi no produjesen en él emoción alguna. Tan sólo la arquitectura recibe su consideración como lugar artístico en el que cobran vida las obras de arte musicales. Para él las artes temporales, las que transcurren en paralelo a un segmento de la vida de la persona que las vive, constituyen las más elevadas formas artísticas

– Hay rasgos de auténtico humor negro, incluso corrosivo, en “Las tertulias…”, ¿son sátira o también una radiografía de la visión de Berlioz sobre su entorno artístico?

Ambas cosas. Fue una persona extremadamente crítica y parece que se esmeraba en no dejar títere con cabeza, pero también fue un verdadero “cachondo mental”. El humor es una de sus características como escritor. Uno se lo pasa verdaderamente bien leyendo sus libros, con sus continuos guiños humorísticos, chistes, anécdotas y sátiras de todo tipo.

– En la novena tertulia se lee acerca de cómo se procede al estudio de una composición nueva: “Para empezar, no se estudia en absoluto. Entonces, cuando a alguien se le ocurre que un poco de estudio no estaría fuera de lugar, es momento para descansar” ¿Cómo eran las relaciones de Berlioz con los músicos como director? ¿Y como compositor?

No resulta complicado responder: la relación era excelente con los músicos de alto nivel artístico y de intachable profesionalidad. Su consideración hacia ellos iba descendiendo en función de estas dos variables.

– Partiendo de la misma frase, ¿cuál era la actitud de Berlioz hacia la música de sus contemporáneos? 

Valoraba especialmente que la música fuese expresiva. Idolatraba a Beethoven, Weber y Spontini. Respetaba a Meyerbeer, Rossini y a Wagner, quien le tuvo gran estima. Detestaba lo que tuviera que ver con el gusto por las modas perecederas, la música de consumo que estuviera en boga en París y, en general, no tuvo ningún aprecio por casi nada de lo que gustase al público de mayorías en Francia.

– Es sublime la perplejidad del músico que se pregunta: “Pero ¿cómo vamos a cantar esto? ¡El primer fragmento es un sexteto y no somos más que cinco!” En realidad, pone sobre la mesa la importancia de la improvisación y de lo accidental en la práctica orquestal, ¿no cree? Esa apertura a lo accidental, al destino, ¿puede entenderse como otro rasgo romántico o es puro pragmatismo? ¿Lo asume cínicamente como un hecho, como algo inevitable?

Creo que en su vida real se encontraría con un caso de enfrentarse a la realidad con los medios de que uno dispone, es decir, de abrir la mente a la creatividad y la fantasía y dejar paso a la tradición de la improvisación, de la creación en el momento de la interpretación. Nada hay más romántico. No obstante, creo que en este fragmento de Las tertulias de la orquesta se trata de una sátira contra la falta de profesionalidad de los músicos. Ahí Berlioz no duda en ensañarse contra los enemigos del arte, los que anteponen sus cuestiones personales a la creación desinteresada de una obra artística musical.

– En la decimoctava tertulia hay un pasaje, “Análisis del faro. Ópera en dos actos” en el que Berlioz habla de la puesta en escena con unas frases perfectamente aplicables a muchas representaciones actuales. Parecen escritas por un visionario, en el sentido más lúcido.

Se trata precisamente de un fragmento que el compositor eliminó del libro a partir de la segunda edición. Es un relato que se inventa para no tener que elaborar la reseña crítica de una ópera de pésima calidad. Respecto a la escenografía, ciertamente fue un visionario en este sentido. Aun así, en la actualidad, antes de reescribir o reinventar la puesta en escena de una obra, deberíamos investigar y reflexionar si el autor, que es soberano sobre su obra, aprobaría o no la lectura que se quiera dar de ella. Berlioz se mostraría encantado con aquellas visiones actuales que respetasen su voluntad como autor, pero se mostraría contrario a la desvirtuación.

– Esa vigencia de la literatura de “Las tertulias de la orquesta” la convierten no sólo en un monumento músico-literario del siglo XIX, como reza la contraportada, sino en una obra perfectamente actual, no fosilizada, ¿está de acuerdo?

Sí, ese es un aspecto que me han comentado gentes que ya han leído el libro. El Berlioz narrador es un tipo actual, un Odiseo con el que es fácil simpatizar. Su sentido común puede recordar a nuestro pensamiento de hoy y su estilo literario, ágil, directo y hasta simpático, sin olvidar su esencia decimonónica, nada tiene que ver con “lo pesados que se ponen a veces los escritores románticos” (Ruego disculpen esta última afirmación. En mi defensa diré que me apasiona la literatura del siglo XIX, por eso creo que se entiende mi intención).

– Berlioz influyó largamente en compositores como Mahler, quizá por su visión libre y desprejuiciada de la instrumentación, y comparte también con Mahler haber sido más reconocido en vida como director que como compositor, ¿fue Berlioz, como Mahler, consciente de que tal vez su tiempo habría de llegar después de su muerte, en un futuro más preparado para entender su obra?

Quiero pensar que sí, pero no podría asegurarlo. Desde luego, él componía para la posteridad, pero su intención primera era la de mostrar la expresividad de su propio tiempo a sus contemporáneos, contribuir a la educación del público y demostrar, en vida, hasta dónde era capaz de llegar en el desarrollo de la orquestación y de la poderosa unión entre música y literatura. Él quería ser comprendido por sus gentes y por Europa. Deseaba incluso el reconocimiento, pues nada le hacía más feliz. Vivía en este mundo, con los pies en el suelo y una mentalidad práctica: como he dicho antes, era un Odiseo no un Aquiles.

– En ese sentido, ¿cree usted que Berlioz ha alcanzado la cumbre de su reconocimiento y popularidad?

Ni mucho menos. Sus obras se programan en todo el mundo, pero su destino es continuar subiendo. No es casual que nuestros días, que constituyen la época en que más posibilidades hay de programar de la historia, sean los que favorecen este florecimiento berlioziano. Además, queda por descubrir la faceta del Berlioz escritor, como perfectamente digno de pasar a integrar el catálogo de escritores destacados en la Francia del XIX. Sinceramente esto lo veo más complicado, porque, aquí entre nosotros, los músicos no somos en general (remarco estas dos palabras para que cada uno pueda situarse entre las excepciones) grandes lectores, como también en general, somos poco aficionados a asistir a conciertos (¿Qué porcentaje de profesores de conservatorio puede uno ver en los conciertos?). Para un músico se trata de una de las lecturas más placenteras e interesantes que puedan encontrarse, pues sus libros son un ejemplo de extraordinaria literatura que continuamente trata asuntos, anécdotas y relatos musicales.

– ¿Cómo casan las óperas de Berlioz con los actuales gustos imperantes en los grandes teatros de ópera? ¿Y el resto de su producción con la programación de las orquestas? 

Generalmente sus óperas son, sin excepción, muy bien recibidas por el público y valoradas por la crítica. El temor a programarlas no casa con el fantástico recibimiento que invariablemente ofrecen los oyentes. La temporada pasada se programó una preciosa obra, L’enfance du Christ, en Barcelona, con un resultado espectacular. Hay una gran expectación por un Benvenuto Cellini que tendrá lugar en noviembre. Aquí en Bilbao parece que se resiste. No digo que haya que programar las más complicadas, pero hay óperas de no difícil montaje como Beatrice et Benedict o el mismo Benvenuto, por no hablar de la maravilla de La damnation de Faust, muy superior (infinitamente) al muy digno Fausto de Gounod, que obtienen siempre una estupenda acogida. Otras obras como Harold en Italia o Les nuits d’été, se programan con frecuencia aunque no lleguen a ser consideradas “de repertorio”. Personalmente tengo particular debilidad por “Romeo et Juliette”, que sólo he visto una vez en directo, a Salonen con su Philarmonia y el Orfeón Pamplonés de Igor Ijurra en el Auditorio Nacional. Me parece una de las más excelsas joyas del género sinfónico coral.

“Las tertulias de la orquesta”
Hector Berlioz
Edición de Enrique García Revilla
Ediciones Akal, S.A., 2015
ISBN 978-84-460-4159-7

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2012-2015– http://wp.me/Pn6PL-3p