Fueron aquellos escogidos que no buscaban su mejor ángulo en el espejo del camerino momentos antes de caminar hasta el podio; ellos no tejieron tapices de narcisismo, ansiedad e impostura, ni se ahuecaron las canas para multiplicar sus rasgos aguileños; cada uno con sus matices, dejaron atrás la pesada carga del cabello y vivieron libres, de espaldas al espejo. No representaron un estereotipo, sino que ejercieron un estilo. Y apenas dejaron herederos, porque de todas las cabelleras posibles -que para un maestro no son tantas-, la calvicie es la única realmente inimitable: la calvicie ni se aprende ni se improvisa. Calvo se nace.

Son los despejados. A sus frentes debieran asomarse los que todavía, cabalgando ya el siglo XXI, se fríen el pelo en una tostadora para ser extravagantes (sí, francés: pienso en ti), o quienes cultivan la melena como si cada cabello fuera un alga de piscifactoría: estos son los que no quieren verse en el espejo, sino en el friso de las celebridades. No sabrían estar desnudos, como sí supieron aquellos viejos maestros: quien sale calvo a dirigir no tiene nada que ocultar, porque una buena calva absorbe todas las miradas.

Dimitri Mitropoulos (Atenas, 1896, Milán 1960)
Mitropoulos Trude Fleischman

Mitropoulos retratado por Trude Fleischmann. Localizada en: http://www.wurlitzerbruck.com

Decano de los grandes maestros calvos de este cuarteto y merecedor -por tanto- de una absoluta e incondicional veneración. Mitropoulos dirigió sin batuta, vivió abierto al nuevo repertorio y tuvo el exquisito gusto de fallecer de un infarto en Milán mientras ensayaba la Sinfonía nº 3 de Gustav Mahler con la orquesta de La Scala, una muerte que (sin posible discusión) está lejos del alcance de un maestro de melena producida. Cercano, accesible, desnudo al fin, escribe en la dedicatoria: «Para Trudy y su amabilidad, de Dimitri». Encomiable sencillez. Como si los espejos no existieran, o mejor: sabiendo que esa imagen que reflejan efectivamente es uno mismo, y que su importancia es relativa. Lo esencial es que no mienta.

Trudy es Trude Fleischmann, la fotógrafa autora del retrato. Quienes leyeran el texto dedicado en esta serie al maestro Furtwaengler (ver http://wp.me/pn6PL-eJ) probablemente recuerden la serie de retratos que esta fotógrafa realizó del maestro berlinés cuando este era joven. Aquellos los hizo en Viena, este en Nueva York, donde Mitropoulos dirigía la NYPO. Entre aquellos retratos y este del libre maestro Mitropoulos media, como una enorme grieta, toda la historia de la Europa de la gran guerra, que Fleischmann transitó como retratista, judía y lesbiana. Exiliada vienesa en Nueva York, la fotógrafa trabajó con destacadas figuras del mundo del arte y la cultura del exilio europeo en la gran urbe norteamericana. Uno de ellos fue, obviamente, Mitropoulos. Otro, Toscanini: la música clásica siempre ha corrido por pocas, pero excelentes arterias.

George Szell (Budapest, 1897, Cleveland 1970)
Gail Rector, George Szell, Beverly Barksdale

De izquierda a derecha Gail Rector, presidente de la University Musical Society (UMS, Universidad de Michigan, Ann Arbor) George Szell y el director general de la Orquesta de Cleveland, Beverly Barksdale. Fotografía: @ University Musical Society

Szell fue un orfebre. Cinceló el sonido de la Orquesta de Cleveland a golpecillos de martillo: ahora un arrebato, luego un enfado, más tarde una aspereza; dirigía, y su supremacía sobre los profesores de la orquesta era acerada. No era un relaciones públicas, y quizá por ese motivo encajó perfectamente en la cúspide del sistema de generación de valor de Cleveland, una de las grandes orquestas estadounidenses. Szell era un tirano porque otros se ocupaban de ser amables, y esta foto, una trinidad profana, explica la arquitectura que sustentaba una calidad deslumbrante.

Gail Rector, a la izquierda, presidía la University Musical Society de Ann Arbor, una organización enfocada a la promoción de la música a través de conciertos y programas didácticos y divulgativos, integrada por aficionados y financiada con sus propios recursos: la ciudadanía, organizada y estructurada de forma eficaz, orgánica y autónoma, y puesta al servicio de la cultura. Szell, en el podio: judío huido a Estados Unidos, que le facilita el instrumento que su genio precisa. De nuevo esa clave genética de la música clásica en Estados Unidos: aglutinar talentos y facilitar que puedan dar frutos. A la derecha, Beverly Barksdale, manager de la orquesta entre 1957 y 1970, año de la muerte de Szell. Las relaciones entre Szell y Barksdale no fueron sencillas, pero el gerente soportaba la estructura empresarial, financiera y organizativa de la orquesta de Cleveland ejemplificando la figura del director general de las orquestas norteamericanas: profesional de la gestión en el campo de las Artes, paciente y exigente con el maestro, ducho en las finanzas, hábil en las relaciones con los aficionados y donantes y buen aficionado a la música. No conozco ejemplos de grandes orquestas norteamericanas que se hayan edificado sin receptividad ciudadana hacia la música, sin buenos maestros y sin experimentados gestores. Europa es distinta, y admite organizaciones mucho mas complejas, y también mucho mas simples.

Szell, calvo temible (situado ante un espejo lo fracturaba), dejó una larga lista de grabaciones, algunas de ellas verdaderos monumentos. Su simbiosis con Elisabeth Schwarzkopf es casi carnal en Mahler (Des Knaben…) o Strauss («Cuatro últimas canciones»); pero quizá en su visión del mundo y la música ella no fue sino el instrumento a través del cual traspasar su propio legado, y esa cumbre inexpresable alcanzada en las canciones de Strauss no sea el resultado de la pasión y la complicidad, sino de la exigencia y la extenuación.

Georg Solti ( Budapest, 1912, Antibes 1997)
Georg Solti. Fotografía: @Decca

Georg Solti. Fotografía: @Decca

He intentado encontrar el nombre del fotógrafo responsable de esta gran foto, pero no lo he logrado. Sólo existe el copyright: Decca. ¿Quién es el fotógrafo? No lo se. Pero, lo que es mas importante, ¿quién es el retratado? Tampoco lo se. La imagen es tan producida que de hecho retrata a un director de orquesta, pero serviría también a un prior del Cluny, al primer cirujano en trasplantar un hígado o a un ganador del Pritzker de los primeros ochenta. El modelo se prestaba.

Solti fue un animal polimórfico. Se adaptaba por igual a las orquestas y al repertorio, siempre con alto rendimiento: transitaba de Bach a Schoenberg, de Mozart a Strauss o Mahler, pero también de Verdi a Wagner, como si su cabeza esculpida en carnosa sustancia fuera la ojiva de un misil atravesando siglos, estilos, partituras, solistas (que los admiradores de Te Kanawa no me malinterpreten), ciudades y orquestas, siempre con asombrosa eficacia y metálica textura. La calvicie, en un maestro así, no era genética ni sobrevenida, sino parte de un camaleónico bagaje.

¿Dónde reposa la mirada de Solti en esta fotografía @Decca? ¿Qué acaricia su mano izquierda? De nuevo su magnífica, instintiva e insolente ambivalencia. Puede estar en un receso de la grabación de Parsifal, meditando algo, y su mano expresa ese recogimiento tan propio del misticismo wagneriano (y de su a menudo esotérica literatura); y puede estar grabando Puccini, cansado de repetir un aria de Museta que no acaba de complacerle y pensando en estrangular a la cantante. Puede estar mirando una partitura, pero también el estadillo de ventas de cualquiera de sus decenas y decenas de grabaciones. Sin embargo, me inclino a pensar que el fotógrafo @Decca le dijo: «Mire hacia abajo, maestro, mire hacia aquí», y que Solti sencillamente mira al terrazo, mientras ya piensa en el siguiente puerto.

Rafael Kubelik (Býchory, Chequia, 1914, Lucerna 1996)
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Rafael Kubelik. Fotografía: http://vagne.free.fr (sitio dedicado al maestro Kubelik)

Sólo quien realmente sabe dar la cara sabe dar la espalda de verdad, sin camuflarse y sin dejar lugar a dudas. Kubelik supo girar sobre si mismo, tomando como eje la propia integridad. Dio la espalda a los nazis durante la ocupación alemana, dio la espalda a las autoridades comunistas cuando atenazaron su país al término de la guerra, dio la espalda a la Chicago Symphony, chocó con otras importantes instituciones musicales y encontró el sosiego y la estabilidad al frente de la Bayerischen Rundfunks, Sinfónica de la Radio de Baviera, con la que trabajó veinte años.

Si Solti pasaba por prior de una orden poderosa y refinada, Kubelik pasaba por franciscano. En la foto, que parece pertenecer a su periodo como titular de la CSO, se detiene para atender al fotógrafo, que logra el retrato de un trabajador. Hay poco –no hay nada– de estrella producida y el propio entorno, con esas sillas cuarentonas y esos atriles de madera, repintados, genera una escenografía ascética, una urbe de madera desordenada: cabello sin peinar. La misma sencilla disposición que el maestro tenía ante la música.

Aquí, entre los calvos, emerge el maestro capaz de vivir de espaldas al espejo: Kubelik, la antítesis del divo, con sus amplios pantalones de franela y su cabeza descuidada, en la que el cabello se ha ido inmolando desolado, porque nadie se acordaba de él. Kubelik, que regresa a su país tras un largo exilio al término de la dictadura comunista y elige dirigir «Mi patria», de Smetana. Quizá nunca se fue, y sólo supo que debía ausentarse. No es lo mismo.

Epílogo

Mi objetivo al inicio de esta serie de post era plantar algunas realidades en un paisaje informal y desde luego sin el mínimo afán de exhaustividad. Han quedado sin mencionar decenas de maestros: desde la calvicie de Fricsay, suave y aterciopelada, a la imitada melena blanca-nicotina de Celibidache. Con otros, como Levine o Rattle o Eschenbach, ni me he atrevido.

Pero sobre todo he pretendido mostrar cómo la industria ha ido estableciendo sus estereotipos a lo largo de mas de cien años y secundariamente cómo los maestros, como cualquier otro actor destacado de la Historia, han adoptado roles  distintos ante los acontecimientos históricos. Esos roles no afectan desde luego a la propia música, pero sí al papel que esta juega en la dignificación o el deterioro de nuestra civilización y nuestras sociedades. Considerar esos telones de fondo como marcos puede servir para escuchar de forma mas avisada, o al menos mas contextualizada, a algunas de las estrellas emergentes del mundo de la clásica: tanto por su disposición frente al marketing y la industria como por su posición frente al poder.

Tengo el placer de intercambiar mucha información con un pequeñísimo grupo de amigos a través de un grupo cerrado en Facebook, y adquiero de ellos mucho conocimiento. Les dedico esta pequeña serie con la gravedad y convicción de quien dedica una novela de siete tomos: Inés Mogollón, Pablo Suso, Ángel M. de Frutos, gracias, ¡confabulemos!

 

 

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2013 – http://wp.me/Pn6PL-3p