Nadie, ni siquiera un fotógrafo tan conocedor de los pasillos del Palacio Euskalduna como Enrique Moreno Esquibel, puede entrar en la intimidad de un camerino sin ser invitado; menos para retratar la privacidad de una oración. Esta fotografía, este retrato, es un monumento al teatro, a la vertiente escénica de la ópera; y es también un documento sobre la soledad y el miedo, y sobre la manera en que la artista, como cualquiera de sus colegas, siente frío en las proximidades de su propio canto.

Así que imaginemos a Moreno Esquibel sonriendo a la soprano y llamándola por su nombre de pila, de artista a artista; pidiendo que le deje retratarla en el camerino; entrando tras ella, buscando la foto, decidiéndola y disfrutando de la colaboración de una actriz consumada: creando un retrato de una cantante que es, a la vez, documento y farsa.

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Chiara Taigi

La soprano italiana Chiara Taigi, retratada en Bilbao por Enrique Moreno Esquibel.
@morenoesquibel.com

Al documento pertenecen las bombillas que rodean el perímetro del espejo; un espejo sin historia y sin aparentes fallos, sin rastros de humedad ni veladuras en el reflejo. Un verdadero teatro de ópera debe tener espejos imperfectos, comidos por una oscuridad que sólo se quiebra cuando se encienden las luces para servir al espectáculo; por eso, al encenderlas e iluminar a la cantante, Moreno Esquibel convierte el camerino en parte integrante de la escena, como si Leonora ya estuviera viva y Chiara Taigi hubiera dejado de existir. Ya no es ella quien reza, es sólo quien se oculta tras la pose y el recogimiento; no es un rostro real, sino un rostro transfigurado, construido y ofrecido en sacrificio a su elevada triple dignidad de mujer, romana y soprano, en ese orden preciso; y siendo así, ¿cómo saber qué esconde en la mirada una dama de tantas capas? ¿Sumisión ante las fuerzas del destino, o bien determinación para  dictarlo? Pues bien: sucede que Chiara ya no está, que ya es una potencia verdiana, ese animal mutante que la ópera precisa para su celebración, dispuesta a ser vitoreada, abucheada o disculpada; enfrentada al directo, al juicio del instante que transcurre para no regresar, ¿qué otra cosa es una diva, sino una mujer que lucha frenéticamente por detenerse en la gloria de la escena, o en esa nota memorable, pero inaprensible?

La luminosa reliquia apoyada contra el paño de madera es el tránsito del documento a la farsa. Pertenece a Chiara Taigi, y probablemente la acompaña en sus viajes para cimentar mágicamente su fortaleza, pero ella no reza para esa imagen, sino para ser parte integrante de ese altar; la reliquia es una escala, un vínculo físico con la creencia, y así se ha querido evidenciar en el retrato. Parece puesta ahí, y su luz y su falta de foco parecen obedecer a la voluntad del fotógrafo escenógrafo de subrayar la fragilidad de la soprano, necesitada de apoyo y rezo. Pero no hay tal: la mirada de Taigi nos dice que su propia fe pierde importancia cuando va a cantar, e incluso cuando posa; su hermosura y su fuerza están al servicio de su propio personaje como actriz y soprano, y quizá la reliquia es sólo parte de su profesión y su rutina. No tanto una superstición como un mecanismo.

En un rato los ropajes, el foso, el canto, centenares de cazadoras y cazadores ávidos en sus butacas y un puñado de cómplices sobre las tablas. Cantar bien no es un don, sino un perpetuo examen. Saber posar no es sino parte de la bóveda sobre la que descansarán las notas, y saber retratar así a esta mujer tan compleja no es tarea sino de un arquitecto que conoce esas bóvedas y respeta que se le escondan sus cimientos. Grande, grande el retrato que se abre a tantos posibles retratos.

Chiara Taigi ha sido Leonora en las representaciones de «La forza del destino» de Giuseppe Verdi en la temporada de ópera de ABAO-OLBE.

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2013 – http://wp.me/Pn6PL-3p